miércoles, 13 de julio de 2016

Quiero Ser Un Televisor

En la oscuridad de su habitación un niño junta sus manos, cierra los ojos y eleva su plegaria a Dios:

“Querido Jesús, yo quisiera que mañana temprano me conviertas en una televisión. Debe ser fantástico. 


En la casa hay rincón especial para la televisión. Es el único sitio donde nos reunimos todos en familia, aunque no conversamos ni nos miramos mutuamente. Allí a la única que se le permite hablar es a la televisión y todos, papá, mamá y mis hermanos, no dejan de observarla ni un solo instante. Que suerte tiene la televisión.

Cuando llego del colegio mi mamá está preparando el almuerzo. Yo quiero contarle todo lo que ha pasado durante la mañana, pero ella me dice que en ese momento no puede prestarme atención. Yo comprendo, mientras ella cocina, observa cuidadosamente a dos personas hablando por la televisión y si yo la interrumpo se le puede quemar la comida. A veces siento celos de la televisión.

Cuando papá llega a la casa dice que está cansado, que no lo molesten y se instala frente al televisor. Si yo me acerco a contarle algo se pone de mal humor, me manda a callar y no me hace caso. En cambio la televisión puede decirle cualquier cosa y el sigue prestando atención sin interrumpirla, sin ponerse bravo. En ocasiones hasta come frente al televisor para no perderse nada de lo que ella dice. La televisión debe sentirse muy bien.

Cuando yo estoy fastidiado y quiero jugar con mis hermanos, ellos me dicen que no los interrumpa con niñerías, que están viendo televisión y que si quiero estar allí debe ser en silencio y sin molestar. La televisión debe divertirse mucho con mis hermanos.

Debe ser maravilloso sentirse el centro de atención de toda la familia, así que, querido Jesús, mañana en la mañana yo quiero ser un televisor.”

¿Cuántas veces no le hemos dedicado el tiempo que nuestros padres, nuestros hermanos, nuestro cónyuge y nuestros hijos se merecen, todo por ver televisión, jugar con consolas de videos, navegar por Internet, hablar por teléfono o estar pendientes de los mensajes de texto? En teoría queremos más a nuestros seres queridos, pero en la práctica muchas veces dedicamos más tiempo, espíritu y energía a las cosas en lugar de a las personas. ¿Cuáles son realmente nuestras prioridades?

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