martes, 17 de enero de 2017

La Loteria

Había en la isla de Cuba un campesino muy aficionado a jugar a la lotería. Cada semana compraba un boleto con la esperanza de que le tocara, pero nunca tenía suerte. Aun así, estaba convencido de que algún día el número ganador sería el suyo.
Sucedió que una mañana de verano salió temprano de su casa para comprar el boleto y tuvo el  presentimiento de que por fin le iba a tocar. La corazonada era tan fuerte que en vez de una papeleta  compró diez del mismo número para que las ganancias fueran diez veces mayores. Se quedó sin dinero en los bolsillos pero le daba igual ¡Su sueño de riqueza estaba a punto de cumplirse!
Regresó a su hogar más contento que unas castañuelas y le dijo a su esposa:
– Mañana es el sorteo y quiero estar en la ciudad cuando digan el número ganador. Si me ves regresar en un coche lujoso significará que somos ricos y podrás tirar todos los muebles y trastos que tenemos en esta casa porque nos construiremos una mucho más grande y elegante.
– Te veo muy convencido, querido ¡Ojalá no te equivoques y mañana podamos llenar nuestra bañera de monedas y billetes!
Esa noche el campesino no pudo dormir de los nervios que sentía en el estómago. En cuanto asomaron los primeros rayos de sol se fue a la ciudad a paso ligero, con una sonrisa de oreja a oreja e imaginando cómo sería su nueva vida.
– Tendré zapatos de charol, criados que me hagan reverencias, daré grandes banquetes en casa y viajaré por todo el mundo ¡Va a ser genial!
La mujer, contagiada de ilusión, se quedó en el hogar aguardando impaciente ¡El tiempo de espera se le hacía eterno! Cada cinco minutos salía a la puerta para ver si veía venir a su marido en un buen coche tal y como le había dicho. Nerviosa, se decía a sí misma:
– Por favor, por favor, que se cumplan nuestro sueños ¡Que venga en coche, que venga en coche y no caminando!
Pasadas las cuatro de la tarde, la campesina vio a lo lejos una pequeña humareda de polvo y tras ella, un cochazo rojo descapotable  impresionante, de esos que sólo los ricos se pueden permitir. En él venía su marido agitando con fuerza los brazos, haciéndole señales y gritando algo que no alcanzaba a escuchar.
– ¡Oh, es increíble! ¡Mi marido viene en un coche de lujo y chillando como un loco! ¡Nos ha tocado la lotería, somos millonarios!
La buena mujer empezó a saltar de alegría y entró corriendo en la casa presa de la emoción. Sin pensárselo dos veces, comenzó a romper todas las cosas feas y viejas que tenía: la vajilla, los espejos, las estanterías, las ollas de barro que usaba para cocinar…
– ¡Hala, todo a la basura, que ya no lo necesito! A partir de ahora tendré una mansión y cosas bonitas por todas partes ¡Qué harta estoy de todos estos cachivaches anticuados!
Todos los objetos de la casa  quedaron esparcidos por el suelo hechos añicos y la mujer contempló el destrozo con una sonrisa.
– ¡Uf, qué a gusto me he quedado! Será genial decorar mi nueva casa con porcelanas chinas y manteles de seda ¡Hasta pienso comprar copas de plata para deslumbrar a los invitados! ¡Esa es la vida que yo me merezco!
La esposa del campesino rebosaba felicidad, pero esa felicidad duró muy poco tiempo. Estupefacta, vio cómo su  marido aparecía en el comedor acompañado de un distinguido caballero al que no conocía de nada. El elegante señor olía a perfume del caro y lucía ropas dignas de un ministro,  pero su esposo llegaba con las piernas llenas de golpes y apoyado en dos palos a modo de muletas para poder caminar. En décimas de segundo, su sonrisa se congeló.
– ¡¿Pero qué te ha pasado?! ¡Parece como si te hubiera atropellado un coche!
El campesino, gimiendo de dolor, le contestó muy compungido:
– ¡Tú lo has dicho! ¡Regresaba caminando de la ciudad cuando este señor me atropelló sin querer y me partió las piernas!
– ¡Ay, madre! ¿Y por qué chillabas y hacías aspavientos desde el coche? ¡Pensaba que venías gritando de felicidad porque nuestros boletos había resultado premiados!
– ¡¿De felicidad?! ¡Qué dices! Yo sólo te gritaba: ¡No tires nada, no tires nada, que no nos ha tocado la lotería y vengo con las piernas rotas!
La mujer se dejó caer en una silla como un saco de patatas. Miró a su alrededor y vio con todas las cosas que ella misma había destruido. Desolada, se dio cuenta de que el ansia de riqueza y la impaciencia le habían jugado una mala pasada.
El matrimonio jamás volvió a jugar a la lotería y jamás se hizo rico. Gracias al desgraciado incidente los dos aprendieron a vivir la vida intentando ser felices con lo que tenían.
fuente: http://www.mundoprimaria.com/cuentos-populares/la-loteria/

miércoles, 4 de enero de 2017

El Problema

Un gran maestro y un guardián compartían la administración de un monasterio zen.Cierto día el guardián murió, y había que sustituirlo.
El gran maestro reunió a todos sus discípulos, para escoger a quien tendría ese honor. “Voy a presentarles un problema dijo-. Aquel que lo resuelva primero será el nuevo guardián del templo”.
Trajo al centro de la sala un banco, puso sobre este un enorme y hermoso florero de porcelana con una hermosa rosa roja y señaló: “Este es el problema”.
Los discípulos contemplaban perplejos lo que veían: los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y elegancia de la flor… ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál era el enigma? Todos estaban paralizados.
Después de algunos minutos, un alumno se levanto, miró al maestro y a los demás discípulos, caminó hacia el vaso con determinación, lo retiró del banco y lo puso en el suelo.
“Usted es el nuevo guardián -le dijo el gran maestro, y explicó-: Yo fui muy claro, les dije que estaban delante de un problema. No importa qué tan bellos y fascinantes sean, los problemas tienen que ser resueltos.
Puede tratarse de un vaso de porcelana muy raro, un bello amor que ya no tiene sentido, un camino que debemos abandonar pero que insistimos en recorrer porque nos trae comodidades. Sólo existe una forma de lidiar con los problemas: afrontarlos. En esos momentos no podemos tener piedad, ni dejarnos tentar por el lado fascinante que cualquier conflicto lleva consigo”.

martes, 3 de enero de 2017

Muñeco de madera


No había nada que Eliseo deseara con más intensidad que ese muñeco de madera de brazos livianos; parecía tener la habilidad de volar, porque al sus brazos rozaban el aire con una elegancia que el niño sentía que en cualquier momento podría encontrarlo flotando en el aire como un barrilete. Cada tarde pasaba por la juguetería, lo miraba desde la vidriera y observaba su precio. Nunca había visto tanto dinero junto. Sabía que jamás podría tenerlo. Sin embargo, apoyaba la nariz contra el vidrio, miraba sus ojos y esos brazos y volaba por un ratito.
Una tarde, el dueño de la juguetería se le acercó y le preguntó por qué siempre se quedaba ahí, inmóvil. El chico sintió tanta vergüenza que se fue corriendo. Durante unas semanas, aunque sentía profundos deseos de hacerlo, no apareció por esa calle.
Cuando finalmente ya no pudo más con sus deseos de ver al muñeco, fue a la vidriera cauteloso, intentando que nadie lo viera. El muñeco de madera no estaba. Se quedó un rato, observando cada esquina del escaparate, anhelando encontrárselo en una esquina sin poder calmar esa tristeza. Durante toda la semana fue hasta la juguetería. La ida desde su casa era amarilla, iluminada por la esperanza de encontrarse con su amiguito; pero la vuelta era de un gris oscuro intenso, ya no volaba su imaginación, solamente sentía tristeza y desánimo.
Pasó el tiempo y lentamente Eliseo fue olvidándose de esa extraña fascinación. Muchos años más tarde, pasaba por casualidad por la juguetería, a cuyo escaparate ya no iban sus ojos, y al rodear la esquina descubrió que apoyado en el vidrio había un niño que observaba intensamente un muñeco de madera idéntico al que amara en su infancia. Entró, saludó al juguetero y compró el juguete. Al salir, el niño había desaparecido. Lo buscó durante días, deseando darle ese juguete, hasta que finalmente desistió.
Una tarde, al volver del trabajo, sus ojos se toparon con los puntos negros del muñeco de madera; lo miraba profundamente y lograba llegar a un sitio de su ser al que ni siquiera él se atrevía a mirar: un sitio donde volar era posible y a donde sólo esas manos de madera podían llevarlo.
Fuente: http://www.cuentosbreves.org/muneco-de-madera/

lunes, 2 de enero de 2017

¿Por qué los gallos cantan de día?

Adaptación de la antigua leyenda de Filipinas

Una antigua leyenda filipina cuenta que, al principio de los tiempos, vivían en el cielo tres hermanos que se querían mucho: el brillante y cálido sol, la pálida pero hermosísima luna, y un gallo charlatán que se pasaba el día canturreando.
Los tres hermanos se llevaban muy bien y solían repartirse las tareas de la casa. Cada mañana,  era el sol quien tenía la misión más importante que realizar: abandonar el hogar familiar para iluminar y calentar la tierra. Era muy consciente de que sin su trabajo, no existiría la vida en el planeta. Mientras tanto, la luna y el gallo hacían las labores domésticas, como recoger la cocina, regar las plantas y cuidar sus tierras.
Una tarde, la luna le dijo al gallo:
– Hermanito, ya casi es de noche. El sol  está a punto de regresar del trabajo  y quiero que la cena esté preparada a tiempo. Mientras termino de hacerla,  ocúpate de llevar  las vacas al establo ¡Está refrescando y quiero que duerman calentitas!
El gallo, que acababa de tumbarse en el sofá, respondió de mala gana:
– ¡Uy, no, qué dices! He hecho toda la colada y he planchado una montaña de ropa más  alta que el monte Everest ¡Estoy agotado y quiero descansar!
¡La luna se enfadó muchísimo!  Se acercó a él, le agarró por la cresta y muy seria, le advirtió:
– ¡El sol y yo trabajamos sin parar y jamás dejamos de lado nuestras obligaciones! ¡Ahora mismo vas a salir a llevar las vacas al establo  como te he ordenado!
Ni el doloroso tirón de cresta consiguió amedrentarle; al contrario, el gallo se reafirmó en su decisión:
– ¡No, no y no! ¡No me apetece y no lo voy a hacer!
La luna, perdiendo los nervios, le gritó:
– ¿Ah, sí? ¡Pues tú te lo has ganado! ¡Aquí no hay sitio para los vagos! ¡Fuera del cielo para siempre!
Indignada, lo sujetó con fuerza,  echó el brazo hacia atrás y con un movimiento firme lo lanzó al espacio dando volteretas, rumbo a la tierra.
Al cabo de un rato, el sol regresó a casa y se encontró con su hermana la luna, que venía de recoger  el ganado.
– ¡Hola, hermanita!
– ¡Hola! ¿Qué tal te ha ido el día?
– Muy bien, sin novedades. Por cierto… No veo por aquí a nuestro hermanito el gallo.
La luna enrojeció de rabia y levantando la voz, le dijo:
– ¡No está porque acabo de echarle de casa! ¡Es un egoísta! Le tocaba hacer las tareas del establo y se negó en rotundo ¡Menudo caradura!
– ¿Qué me estás contando? ¿Estás loca? ¿Cómo has podido hacer algo así?… ¡Es tu hermano!
– ¡Ni hermano ni nada! ¡Me puso de muy mal humor! ¡Sólo piensa en sí mismo y se merecía un buen castigo!
El sol no daba crédito a lo que estaba escuchando y se enfureció con la luna.
– ¡Lo que acabas de hacer es imperdonable! A partir de ahora, no quiero saber nada más de ti. Yo trabajaré durante el día como siempre y tú saldrás a trabajar por la noche. Cada uno irá por su lado y así no volveremos a vernos.
–  ¡Pero eso no es justo!…
–  ¡No hay nada más que hablar!  En cuanto a nuestro hermano gallo, hablaré con él. Le rogaré que me despierte cada mañana desde la tierra con su canto para poder seguir estando en contacto con él, pero también le pediré que se oculte en un gallinero por las noches  para que no tenga que verte a ti.
Tal y como cuenta esta leyenda, desde ese momento, el sol y la luna empezaron a trabajar  por turnos. El sol salía muy temprano y cuando regresaba al hogar, la luna ya no estaba porque se había ido con las estrellas a dar brillo a la oscura noche. Al terminar su tarea, antes del amanecer, volvía a casa,  pero el madrugador sol ya se había ido. Jamás volvieron a encontrarse ni a cruzar una sola palabra.
El gallo, cómo no, recibió el mensaje del sol y se comprometió a despertarle cada mañana con su potente kikirikí. A partir de entonces se convirtió en el animal encargado de dar la bienvenida al nuevo día.  Se acostumbró muy bien a vivir en una granja y a esconderse en el gallinero nada más ver la blanca luz de la luna surgir entre la oscuridad.
Este ritual se ha mantenido durante miles de años hasta nuestros días. Tú mismo podrás comprobarlo disfrutando de un bello amanecer en el campo o de una hermosa puesta de sol frente al mar.
Fuente: http://www.mundoprimaria.com/mitos-y-leyendas-para-ninos/los-gallos-cantan-dia/


Dedalo y Talo

Dédalo era natural de Atenas.
Era un gran constructor. Fue reconocido como el primer escultor que trabajó el mármol haciendo hermosas estatuas. También era arquitecto. Muy habilidoso en el uso de las herramientas. Pero Dédalo era muy celoso.
Junto a Dédalo trabajaba su sobrino Talo, un joven muy ingenioso. Talo un día encontró en el campo una mandíbula de serpiente y se inspiró para inventar el serrucho, forjando en el hierro una serie de dientes semejantes a los de la serpiente. Cuando Dédalo vió el invento le agarro un ataque de celos y arrojó a Talo desde un precipicio.
Como no pudieron acusarlo por falta de pruebas, lo condenaron al destierro. O sea que tenía que marcharse de Atenas.
Fuente: http://cuentos-infantiles.idoneos.com/cuentos_mitologicos/leyendas_mitologicas/