sábado, 17 de septiembre de 2016

Los Deseos Ridiculos


Adaptación del cuento de Charles Perrault

Había una vez un leñador tan pobre que ya no tenía ilusiones en esta vida. Estaba desanimado porque jamás había tenido suerte. Su vida era trabajo y más trabajo. Nada de lujos, nada de viajes, nada de diversiones…
Un día, paseando por el bosque, comenzó a lamentarse en voz alta, pensando que nadie le escuchaba.
– No sé lo que es una buena comida, ni dormir en sábanas de seda, ni tener un día libre para holgazanear un poco ¡La vida no ha sido buena conmigo!
En ese instante, se le apareció el gran dios Júpiter con un rayo en la mano. El leñador, asustadísimo, se echó hacia atrás y, tapándose los ojos, empezó a gritar:
– ¡No me haga nada, señor! ¡Por favor, no me haga nada!
Júpiter le tranquilizó.
– No temas, amigo, no voy a hacerte ningún daño. Vengo a demostrarte que te quejas sin fundamento. Quiero que te des cuenta por ti mismo de las cosas que realmente merecen la pena.
– No comprendo lo que quiere decir, señor…
– ¡Escúchame atentamente! Te daré una oportunidad que deberás aprovechar muy bien. Pide tres deseos, los que tú quieras, y te los concederé. Eso sí, mi consejo es que pienses  bien lo que vas a pedirme, porque sólo son tres y no hay marcha atrás.
En cuanto dijo estas palabras, el dios se esfumó en el aire levantando una nube de polvo. El leñador, entusiasmado, echó a correr hacia su casa para contarle todo a su mujer.
Como os podéis imaginar, su esposa se puso como loca de contenta ¡Por fin la suerte había llegado a sus vidas! Empezaron a hablar de futuro, de todas las cosas que querían comprar y de la cantidad de lugares lejanos que podrían visitar.
– ¡Será genial vivir en una casa grande rodeada de un jardín repleto de magnolios! ¿Verdad, querida mía?
– ¡Sí, sí! Y al fin podremos ir a París ¡Dicen que es precioso!
– ¡Pues a mí me gustaría cruzar el océano Atlántico en un gran barco y llegar a las Américas!…
¡No cabían en sí de gozo! Dejaron volar su imaginación y se sintieron muy afortunados. Pasado un rato se calmaron un poco y la mujer puso un poco de orden en todo el asunto.
– Querido, no nos impacientemos. Estamos muy emocionados  y no podemos pensar con claridad. Vamos a decidir bien los tres deseos antes de decirlos para no equivocarnos.
– Tienes razón. Voy a servir un poco de vino y lo tomaremos junto a la chimenea mientras charlamos ¿Te apetece?
– ¡Buena idea!
El leñador sirvió dos vasos y se sentaron juntos al calor del fuego. Estaban  felices y algo más tranquilos. Mientras bebían, el hombre exclamó:
– Este vino está bastante bueno ¡Si tuviéramos una salchicha para acompañarlo sería perfecto!
El pobre leñador no se dio cuenta de que con estas palabras acababa de formular su primer deseo, hasta que una enorme salchicha apareció ante sus narices.
Su esposa dio un grito y, muy enfadada, comenzó a recriminarle.
– ¡Serás tonto…! ¿Cómo malgastas un deseo en algo tan absurdo como una salchicha? ¡No vuelvas a hacerlo! Ten cuidado con lo que dices o nos quedaremos sin nada.
– Tienes razón… Ha sido sin querer. Tendré más cuidado la próxima vez.
Pero la mujer había perdido los nervios y seguía riñéndole sin parar.
– ¡Eso te pasa por no pensar las cosas! ¡Deberías ser más sensato! ¡Mira que pedir una salchicha!…
El hombre, harto de recibir reprimendas, acabó poniéndose nervioso él también y contestó con rabia a su mujer:
– ¡Vale, vale, cállate ya! ¡Deja de hablar de la maldita salchicha! ¡Ojalá la tuvieras pegada a la nariz!
La rabia y la ofuscación del momento le llevó a decir algo que, en realidad, no deseaba, pero el caso es que una vez que lo soltó, sucedió: la salchicha salió volando y se incrustó en la nariz de su linda mujer como si fuera una enorme verruga colgante.
¡La pobre leñadora casi se desmaya del susto! Sin comerlo ni beberlo, ahora tenía una salchicha gigante en la cara. Se miró al espejo y vio con espanto su nuevo aspecto. Intentó quitársela a tirones pero fue imposible: esa salchicha se había pegado a ella de por vida.
Con lágrimas en los ojos e intentando controlar la ira, se giró hacia su marido con los brazos en jarras.
– ¿Y ahora qué hacemos? Sólo podemos formular un último deseo y las cosas se han torcido bastante, como puedes comprobar.
Efectivamente, la decisión era peliaguda. Tratando de conservar la calma, se sentaron a deliberar sobre cómo utilizar ese deseo. Había dos opciones: pedir que la salchicha se despegara de la nariz de una vez por todas, o aprovechar para pedir oro y joyas que les permitirían vivir como reyes el resto de su vida. Lo que estaba clarísimo era que a una de las dos cosas debían renunciar.
La mujer no quería ser portadora de una salchicha que afeara eternamente su bello rostro, y el leñador, que la amaba, no quería verla con ese aspecto monstruoso. Al final se pusieron de acuerdo y el hombre, levantándose, exclamó:
– ¡Que la salchicha desaparezca de la nariz de mi mujer!
Un segundo después, la  descomunal salchicha se había volatilizado. La muchacha recobró su belleza y él se sintió feliz de que volviera a ser la misma de siempre.
La posibilidad de ser millonarios ya no existía, pero en lugar de sentir frustración, se abrazaron con mucho amor. El leñador comprendió, tal y como Júpiter le había advertido, que la auténtica felicidad no está en la riqueza, sino en ser felices con las personas que queremos.

viernes, 2 de septiembre de 2016

El Colibri y La Oruga


Un día muy con mucho sol, me encontraba en mi puesto de vigilancia, solo, aburrido, deprimido. Mire al cielo y el calor sofocante solo me devolvió sudor en mi frente. Y estando ahí, sin espíritu, abatido como estaba, le pedí al universo una señal, un camino a seguir, porque mi vida parecía que se perdía en la bruma del tiempo.

Entonces, quiso la fortuna que apareciera un colibrí volando cerca de mi hombro derecho.

El colibrí revoloteaba frente a una hoja de una maceta cercana. En la hoja había una pequeña oruga.

- Este mundo es terrible. Solo, sin agua que apague la sed, sin nada que comer, solo tierra y esta hoja seca. 
- ¡Pero si el mundo está lleno de sorpresas, mares interminables, montañas gigantes, árboles , pasto y flores! - contestó el colibrí. 
- ¡Eso son mentiras! - respondió enfadada la oruga.
- Cómo puedes hablar así, si solo has vivido aquí, en un pequeño lugar encerrado. Necesitas volar para poder conocer lo maravilloso del mundo. Y mientras lo hagas tal vez encuentres un lugar donde ser feliz. 

La discusión continuó durante horas y tanto insistió el colibrí a la oruga en que debía recorrer el mundo que finalmente la pequeña oruga decidió enroscarse en un capullo, y en poco tiempo surgió una pequeña mariposa.

- Bien amigo colibrí, muéstrame aquello en lo que tanto insistes. 

Volaron por mares, montañas y bosques y la pequeña oruga convertida en mariposa, con las lágrimas en los ojos, le dijo al colibrí:
- ¡Qué pena no haber conocido todo esto mucho antes solo por mi terquedad!

Ei turno llegó a su final, el sol se empezó a ocultar durante el atardecer, y yo, pensativo, regresé a mi casa. A pesar de estar muy cansado, no pude dejar de pensar en ese pequeño colibrí. Durante la noche solo soñé con aquel colibrí, y me pregunté, cuántas montañas, mares o bosques, había que no conocía aún. ¿Y si existe algún lugar lejano donde pueda ser feliz? - me pregunté en voz alta.

Al día siguiente renuncié a mi trabajo y empecé mi búsqueda y aunque aún sigo buscando, sé que lo peor que puedo hacer es quedarme a mi pequeña hoja por no salir a buscar mi felicidad. 

Porque si es cierto eso de que la felicidad está a la vuelta de la esquina, nunca la encontrarás si no te asomas a ella.