jueves, 29 de diciembre de 2016

La leyenda del múcaro

Adaptación de una antigua leyenda Puerto Rico

En el inmenso planeta azul en que vivimos hay muchos tipos de búhos. Uno de los más curiosos y cantarines es el múcaro, que es como se conoce a un ave pequeña de ojitos redondos  que únicamente habita en los bosques de la isla de Puerto Rico.
El múcaro tiene una particularidad muy especial: durante el día se esconde y solo se deja ver por las noches ¿Quieres saber por qué?
Cuenta una vieja leyenda de esta isla caribeña que hace mucho, mucho tiempo, en el bosque    se celebraban fiestas muy divertidas en las que todos los animales se reunían para cantar, bailar y pasárselo fenomenal.
Cada vez que había un festejo, las diferentes especies se turnaban para organizar los múltiples preparativos necesarios para que todo saliera perfecto. En cierta ocasión este gran honor recayó en las aves.
Todos los pájaros, del más grande al más chiquitín, se reunieron en asamblea con el objetivo de distribuir el trabajo de manera equitativa. Como lo más importante era que las invitaciones llegaran con bastante tiempo de antelación, acordaron enviar como mensajera a la rápida y responsable águila de cola roja.
Encantada de ser la elegida, el águila de cola roja fue casa por casa entregando las tarjetas. A última hora llegó al árbol donde vivía el múcaro, y para su sorpresa, se encontró al pobre animalito totalmente desnudo.
El águila de cola roja se extrañó muchísimo y sintió un poco de apuro que trató de disimular.
– ¡Buenos días, amigo múcaro! Vengo a traerte la invitación para la próxima fiesta de animales.
El múcaro reaccionó con poco entusiasmo y ni siquiera se molestó en leerla
– ¡Ah, ya veo!… Déjala por ahí encima.
El águila de cola roja creyó oportuno interesarse por él.
– Perdona la indiscreción, pero veo que estás desnudo ¿Acaso no tienes ropa que  ponerte?
El mucarito se sonrojó y completamente avergonzado, bajó la cabeza.
– No, la verdad es que no tengo nada, ni un simple jersey… Lo siento mucho, pero en estas condiciones no podré acudir a la verbena.
El águila de cola roja se quedó tan impactada que no supo ni qué decir. Hizo un gesto de despedida y con el corazón encogido remontó el vuelo. Nada más regresar convocó una reunión de urgencia para relatar a los demás pájaros la lamentable situación en que se encontraba el pequeño búho.
– ¡Tenemos que hacer algo inmediatamente! ¡No podemos permitir que nuestro amigo se pierda la fiesta solo porque no la ropa adecuada!
Una cotorra verde de pico color marfil fue la primera en manifestarse a favor del múcaro.
– ¡Claro que sí, entre todos le ayudaremos! Escuchad, se me ocurre algo: cada uno de nosotros nos quitaremos una pluma, juntaremos muchas, y se las daremos para que se haga un traje a medida. La única condición que le pondremos es que cuando la fiesta termine tendrá que devolver cada pluma a su propietario ¿Qué os parece?
Si algo caracteriza a las aves es la generosidad, así que la cotorra no tuvo que insistir; sin más tardar, todos los pájaros fueron arrancándose con el pico una plumita del pecho. Cuando habían reunido unas cincuenta, el águila de cola roja las metió en un pequeño saco  y se fue rauda y veloz a casa del múcaro.
– ¡Toma, compañero, esto es para ti!  Entre unos cuantos amigos hemos juntado un montón de plumas de colores para que te diseñes un traje bonito para ir a la fiesta.
El múcaro se emocionó muchísimo.
– ¿De veras?… ¡Pero si son preciosas!
– ¡Sí lo son! Puedes utilizarlas como quieras pero ten en cuenta que tienen dueño y tendrás que devolverlas cuando termine la fiesta ¿De acuerdo?
– ¡Oh, por supuesto! ¡Muchas gracias, es un detalle precioso! ¡Ahora mismo me pongo a coser!
El múcaro cogió aguja e hilo y durante una semana trabajó sin descanso en el corte y confección de su traje nuevo.  Se esforzó mucho pero mereció la pena porque, la noche de la  fiesta, estaba perfectamente terminado. Se lo puso cuidadosamente y cómo no, se miró y remiró en el espejo.
– ¡Caray, qué bien me queda! ¿Son imaginaciones mías o es que estoy increíblemente guapo?
No, no eran imaginaciones suyas, pues en cuanto apareció en el convite, su aspecto causó verdadera sensación. Muchos animales se acercaron a él para decirle que parecía un auténtico galán y las hembras de todas las especies se quedaron prendadas de su elegancia. El múcaro estaba tan orgulloso y se sentía tan atractivo, que se dedicó a pavonearse por todas partes, asegurándose  de que su glamour no pasaba desapercibido para nadie.
Vivió una noche auténticamente genial, charlando, bailando y comiendo deliciosos canapés ¡Hacía años que no disfrutaba tanto! Pero nada es eterno y cuando la fiesta estaba llegando a su fin, empezó a agobiarse. Sabía que se acercaba la hora de devolver las plumas y le daba muchísima rabia. Ahora que tenía una ropa tan bonita y que le sentaba tan bien ¿cómo iba a desprenderse de ella?
Los invitados comenzaron a irse a sus casas y pensó que pronto no quedaría nadie por allí. En un arrebato de egoísmo e ingratitud, decidió que lo mejor era escabullirse por la puerta de atrás sin devolver las plumas. Miró a un lado y a otro con disimulo, se dirigió a la salida sin llamar la atención, y se internó en el bosque.
Poco después, la orquesta dejó de tocar y los camareros comenzaron a recoger las bandejas de pasteles donde ya solo quedaban las migas ¡La fiesta se daba por terminada!
Los pájaros que habían cedido sus plumas tan generosamente buscaron al múcaro por todas partes, pero enseguida se dieron cuenta de que el muy pillo se había esfumado. Esperaron un par de horas a que volviera e incluso alguno salió en su busca, pero nadie fue capaz de localizarle, ni siquiera en su hogar, cerrado a cal y canto.  Del múcaro, nunca más se supo.
Cuenta la leyenda que aunque han pasado muchos años, todavía hoy en día las aves de la isla de Puerto Rico buscan al búho ladronzuelo para pedirle que devuelva las plumas a sus legítimos dueños, pero el múcaro se esconde muy bien y ya sólo de noche para que nadie le encuentre.
Fuente: http://www.mundoprimaria.com/mitos-y-leyendas-para-ninos/la-leyenda-del-mucaro/

viernes, 23 de diciembre de 2016

El Molino Magico

Adaptación de la leyenda popular de Noruega
Una antigua leyenda de Noruega nos cuenta por qué el agua del océano es salada ¿Queréis conocer la historia?…

Parece ser que hace muchísimos años, vivía en el norte de Europa un hombre que se dedicaba a recorrer el mundo en su viejo barco. Era un capitán valiente y acostumbrado a vencer las más temibles tempestades, pero por lo visto, también muy ambicioso: le encantaba amasar dinero y ganar cuanto más mejor.

Surcaba los mares transportando mercancías que luego vendía en diferentes puertos del mundo. Si cerraba un buen trato, pagaba a los marineros de su tripulación lo que les correspondía, guardaba sus propias ganancias a buen recaudo en su camarote, y silbando de alegría agarraba el timón para dirigirse a un nuevo destino.

En una ocasión, llegó a un importante puerto de Noruega donde multitud de comerciantes vendían el pescado fresco recién capturado.  Al capitán le dio buena espina ver tanto bullicio  y se acercó a la lonja deseando hacer un negocio redondo.

Mientras paseaba por allí, observó que un anciano de barba blanca y sombrero de lana calado hasta las orejas, ofrecía unos enormes bloques de sal. Inmediatamente se acercó, y como no eran demasiado caros, los compró todos. Pesaban mucho y tenía claro que tardaría al menos un par de horas en trasladarlos hasta su embarcación, pero le daba igual: el esfuerzo bien merecía la pena porque sabía que en otros países, le comprarían esa sal a precio de oro.

Anochecía cuando soltó amarras y, junto a su tripulación, viró el barco rumbo al sur. Las estrellas le servían de guía y el mar estaba en calma como una balsa de aceite. Parecía una noche perfecta,  pero súbitamente, aparecieron unos enormes nubarrones y estalló una terrible tormenta. La lluvia empezó a inundar el barco y la fuerza de las olas casi les impide mantener el barco a flote.

Por suerte, consiguieron navegar hasta una pequeña isla con la intención de guarecerse hasta que la tormenta amainara. Nunca imaginaron lo que iban a encontrarse allí.

El capitán y los marineros atravesaron la playa y se adentraron en la zona de bosque buscando una cueva. De pronto, escucharon un misterioso sonido y se escondieron tras una roca. Lo que vieron fue algo realmente extraño: en un claro entre la tupida vegetación, un mago manejaba una máquina rarísima que jamás habían visto. Se fijaron bien  y descubrieron de qué se trataba: ¡Era un artilugio que trituraba piedras sin que hiciera falta tocarlo! Lo único que hacía el mago para que se pusiera en funcionamiento era decir:

– ¡Muele que te muele! ¡Muele que te muele! ¡Muele que te muele!

¡Los hombres no podían creer lo que estaban viendo! Habían contemplado muchas cosas insólitas en sus viajes por el mundo, pero nunca un artefacto mágico que trabajaba cuando una voz se lo ordenaba.

El capitán, por supuesto, se empeñó en que ese molino tenía que ser suyo. Puso un dedo sobre sus labios para indicar a los hombres que se mantuvieran en silencio y les pidió que no movieran ni un músculo del cuerpo para no ser descubiertos.

Durante un buen rato, el grupo permaneció quieto, observando…  La espera se hizo eterna. Finalmente, el hechicero acabó de moler la piedra, cogió el saco y se fue.

¡Había llegado el momento!  El capitán y los marineros se abalanzaron sobre el molino para robarlo y lo transportaron sigilosamente hasta el barco.  El sol volvía a lucir en lo alto y  pudieron salir zumbando de aquella ínsula.

Nada más alejarse de la costa, el capitán se puso manos a la obra ¡Tenía muy claro cómo sacarle provecho al molinillo! Se dio cuenta de que podía moler los gigantescos bloques de sal que había comprado en el puerto de Noruega y venderla en sacos pequeños. Definitivamente, se haría muy rico.

Colocaron la máquina en la bodega  y metieron dentro los bloques de sal. Terminada la complicada operación, el capitán mandó salir a todo el mundo para quedarse a solas y comenzó a gritar:

– ¡Muele que te muele! ¡Muele que te muele! ¡Muele que te muele!

Como esperaba, los grandes bloques empezaron  a desmenuzarse convirtiéndose en  millones de granos finos, más pequeños incluso  que los de la arena de la playa.

Todo iba sobre ruedas, pero el capitán no tuvo en cuenta la potencia de la máquina y en cuestión de minutos la sal comenzó a esparcirse, salió por la puerta e invadió la cubierta de la nave. Asustadísimo, quiso parar el molino, pero no pudo y se encontró con una situación descontrolada.

La sal se desparramaba por todas partes y estaba a punto de llegar a la cima del mástil que sostenía la bandera. Por si esto fuera poco, debido al peso, el barco comenzó a hundirse.  A los desesperados marineros y al capitán no les quedó más remedio que saltar al agua para intentar salvar sus vidas.

Por suerte, consiguieron llegar a nado hasta la costa más cercana. Desde allí, agotados por el esfuerzo, contemplaron con tristeza cómo el barco desaparecía para siempre bajo el profundo y oscuro océano.

Cuenta la leyenda que, aun hoy en día, el molino mágico continúa moliendo la sal dentro de los restos hundidos del barco y que por eso todos los océanos y mares del mundo son salados.


miércoles, 21 de diciembre de 2016

¿Por qué los perros se huelen la cola?

En un pueblo de Centroamérica existe una vieja leyenda que cuenta que hace muchísimos años, los perros se sentían muy tristes. Según esta historia, los cachorritos, desde que nacían, se comportaban de manera bondadosa  con los humanos, les ofrecían su compañía sin pedir nada a cambio y siempre trataban de ayudar en las tareas del campo hasta que la vejez se lo impedía.

Desde luego, los hombres y mujeres de las aldeas no podían quejarse, pues no había en el mundo amigos más fieles y generosos que ellos.

La razón de su desconsuelo  era que, a pesar de todo eso, algunas personas los trataban mal y no les daban ni un poco de cariño. Con toda la razón, consideraban que merecían un trato más digno y respetuoso por parte de la raza humana. 

Un buen día, varias decenas de perros se reunieron en un descampado para poner fin a esa  situación tan injusta. Hicieron un gran corro y debatieron largo y tendido con el fin de encontrar una solución. Después de deliberar y estudiar los pros y los contras, llegaron a una conclusión: lo mejor era pedir ayuda al bueno y poderoso dios Tláloc. Él sabría qué hacer y tomaría  medidas inmediatamente.

Redactaron una carta para entregársela al dios y el perro más anciano la firmó en nombre de todos. Después, se hizo una votación. Salió elegido un perro negro de cuerpo musculoso y famoso por tener muy buen olfato para llevar a cabo la importante misión: recorrer cientos, quizá miles de kilómetros, hasta encontrar al dios Tláloc y entregarle el mensaje.

¡Qué orgulloso se sintió el joven perrito de poder representar a su comunidad y de que todos confiaran en sus capacidades! Sin embargo, cuando estaba listo para partir, surgió un pequeño problema: ¿Dónde debía guardar la carta?

En las patas era imposible porque necesitaba las cuatro para caminar día y noche; tampoco podía ser en el hocico, ya que el papel  llegaría húmedo y además tendría que soltarlo cada vez que quisiera comer o beber ¡El riesgo de perderlo o de que se lo llevara el viento era muy alto!

Al final, todos se convencieron de que lo mejor sería que guardara la carta bajo la cola, sin duda el lugar más seguro. El perro aceptó y se despidió de sus amigos con tres ladridos y una sonrisa.

Desgraciadamente, han pasado muchos años desde ese día y el pobre perro aún no ha regresado. Se cree que el dios vive tan lejos que todavía sigue caminando sin descanso por todo el mundo, decidido a llegar a su destino.

Después de tanto tiempo,  sucede que  los demás perros  ya no se acuerdan muy bien de su cara ni del aspecto que tenía; por eso, cuando un perro se cruza con otro al que no conoce, le huele la cola para comprobar si esconde la vieja carta y se trata del valeroso perro negro de cuerpo musculoso y buen olfato que un buen día partió en busca del dios Tláloc para pedirle ayuda.
Fuente: http://www.mundoprimaria.com/mitos-y-leyendas-para-ninos/los-perros-se-huelen-la-cola/

sábado, 17 de septiembre de 2016

Los Deseos Ridiculos


Adaptación del cuento de Charles Perrault

Había una vez un leñador tan pobre que ya no tenía ilusiones en esta vida. Estaba desanimado porque jamás había tenido suerte. Su vida era trabajo y más trabajo. Nada de lujos, nada de viajes, nada de diversiones…
Un día, paseando por el bosque, comenzó a lamentarse en voz alta, pensando que nadie le escuchaba.
– No sé lo que es una buena comida, ni dormir en sábanas de seda, ni tener un día libre para holgazanear un poco ¡La vida no ha sido buena conmigo!
En ese instante, se le apareció el gran dios Júpiter con un rayo en la mano. El leñador, asustadísimo, se echó hacia atrás y, tapándose los ojos, empezó a gritar:
– ¡No me haga nada, señor! ¡Por favor, no me haga nada!
Júpiter le tranquilizó.
– No temas, amigo, no voy a hacerte ningún daño. Vengo a demostrarte que te quejas sin fundamento. Quiero que te des cuenta por ti mismo de las cosas que realmente merecen la pena.
– No comprendo lo que quiere decir, señor…
– ¡Escúchame atentamente! Te daré una oportunidad que deberás aprovechar muy bien. Pide tres deseos, los que tú quieras, y te los concederé. Eso sí, mi consejo es que pienses  bien lo que vas a pedirme, porque sólo son tres y no hay marcha atrás.
En cuanto dijo estas palabras, el dios se esfumó en el aire levantando una nube de polvo. El leñador, entusiasmado, echó a correr hacia su casa para contarle todo a su mujer.
Como os podéis imaginar, su esposa se puso como loca de contenta ¡Por fin la suerte había llegado a sus vidas! Empezaron a hablar de futuro, de todas las cosas que querían comprar y de la cantidad de lugares lejanos que podrían visitar.
– ¡Será genial vivir en una casa grande rodeada de un jardín repleto de magnolios! ¿Verdad, querida mía?
– ¡Sí, sí! Y al fin podremos ir a París ¡Dicen que es precioso!
– ¡Pues a mí me gustaría cruzar el océano Atlántico en un gran barco y llegar a las Américas!…
¡No cabían en sí de gozo! Dejaron volar su imaginación y se sintieron muy afortunados. Pasado un rato se calmaron un poco y la mujer puso un poco de orden en todo el asunto.
– Querido, no nos impacientemos. Estamos muy emocionados  y no podemos pensar con claridad. Vamos a decidir bien los tres deseos antes de decirlos para no equivocarnos.
– Tienes razón. Voy a servir un poco de vino y lo tomaremos junto a la chimenea mientras charlamos ¿Te apetece?
– ¡Buena idea!
El leñador sirvió dos vasos y se sentaron juntos al calor del fuego. Estaban  felices y algo más tranquilos. Mientras bebían, el hombre exclamó:
– Este vino está bastante bueno ¡Si tuviéramos una salchicha para acompañarlo sería perfecto!
El pobre leñador no se dio cuenta de que con estas palabras acababa de formular su primer deseo, hasta que una enorme salchicha apareció ante sus narices.
Su esposa dio un grito y, muy enfadada, comenzó a recriminarle.
– ¡Serás tonto…! ¿Cómo malgastas un deseo en algo tan absurdo como una salchicha? ¡No vuelvas a hacerlo! Ten cuidado con lo que dices o nos quedaremos sin nada.
– Tienes razón… Ha sido sin querer. Tendré más cuidado la próxima vez.
Pero la mujer había perdido los nervios y seguía riñéndole sin parar.
– ¡Eso te pasa por no pensar las cosas! ¡Deberías ser más sensato! ¡Mira que pedir una salchicha!…
El hombre, harto de recibir reprimendas, acabó poniéndose nervioso él también y contestó con rabia a su mujer:
– ¡Vale, vale, cállate ya! ¡Deja de hablar de la maldita salchicha! ¡Ojalá la tuvieras pegada a la nariz!
La rabia y la ofuscación del momento le llevó a decir algo que, en realidad, no deseaba, pero el caso es que una vez que lo soltó, sucedió: la salchicha salió volando y se incrustó en la nariz de su linda mujer como si fuera una enorme verruga colgante.
¡La pobre leñadora casi se desmaya del susto! Sin comerlo ni beberlo, ahora tenía una salchicha gigante en la cara. Se miró al espejo y vio con espanto su nuevo aspecto. Intentó quitársela a tirones pero fue imposible: esa salchicha se había pegado a ella de por vida.
Con lágrimas en los ojos e intentando controlar la ira, se giró hacia su marido con los brazos en jarras.
– ¿Y ahora qué hacemos? Sólo podemos formular un último deseo y las cosas se han torcido bastante, como puedes comprobar.
Efectivamente, la decisión era peliaguda. Tratando de conservar la calma, se sentaron a deliberar sobre cómo utilizar ese deseo. Había dos opciones: pedir que la salchicha se despegara de la nariz de una vez por todas, o aprovechar para pedir oro y joyas que les permitirían vivir como reyes el resto de su vida. Lo que estaba clarísimo era que a una de las dos cosas debían renunciar.
La mujer no quería ser portadora de una salchicha que afeara eternamente su bello rostro, y el leñador, que la amaba, no quería verla con ese aspecto monstruoso. Al final se pusieron de acuerdo y el hombre, levantándose, exclamó:
– ¡Que la salchicha desaparezca de la nariz de mi mujer!
Un segundo después, la  descomunal salchicha se había volatilizado. La muchacha recobró su belleza y él se sintió feliz de que volviera a ser la misma de siempre.
La posibilidad de ser millonarios ya no existía, pero en lugar de sentir frustración, se abrazaron con mucho amor. El leñador comprendió, tal y como Júpiter le había advertido, que la auténtica felicidad no está en la riqueza, sino en ser felices con las personas que queremos.

viernes, 2 de septiembre de 2016

El Colibri y La Oruga


Un día muy con mucho sol, me encontraba en mi puesto de vigilancia, solo, aburrido, deprimido. Mire al cielo y el calor sofocante solo me devolvió sudor en mi frente. Y estando ahí, sin espíritu, abatido como estaba, le pedí al universo una señal, un camino a seguir, porque mi vida parecía que se perdía en la bruma del tiempo.

Entonces, quiso la fortuna que apareciera un colibrí volando cerca de mi hombro derecho.

El colibrí revoloteaba frente a una hoja de una maceta cercana. En la hoja había una pequeña oruga.

- Este mundo es terrible. Solo, sin agua que apague la sed, sin nada que comer, solo tierra y esta hoja seca. 
- ¡Pero si el mundo está lleno de sorpresas, mares interminables, montañas gigantes, árboles , pasto y flores! - contestó el colibrí. 
- ¡Eso son mentiras! - respondió enfadada la oruga.
- Cómo puedes hablar así, si solo has vivido aquí, en un pequeño lugar encerrado. Necesitas volar para poder conocer lo maravilloso del mundo. Y mientras lo hagas tal vez encuentres un lugar donde ser feliz. 

La discusión continuó durante horas y tanto insistió el colibrí a la oruga en que debía recorrer el mundo que finalmente la pequeña oruga decidió enroscarse en un capullo, y en poco tiempo surgió una pequeña mariposa.

- Bien amigo colibrí, muéstrame aquello en lo que tanto insistes. 

Volaron por mares, montañas y bosques y la pequeña oruga convertida en mariposa, con las lágrimas en los ojos, le dijo al colibrí:
- ¡Qué pena no haber conocido todo esto mucho antes solo por mi terquedad!

Ei turno llegó a su final, el sol se empezó a ocultar durante el atardecer, y yo, pensativo, regresé a mi casa. A pesar de estar muy cansado, no pude dejar de pensar en ese pequeño colibrí. Durante la noche solo soñé con aquel colibrí, y me pregunté, cuántas montañas, mares o bosques, había que no conocía aún. ¿Y si existe algún lugar lejano donde pueda ser feliz? - me pregunté en voz alta.

Al día siguiente renuncié a mi trabajo y empecé mi búsqueda y aunque aún sigo buscando, sé que lo peor que puedo hacer es quedarme a mi pequeña hoja por no salir a buscar mi felicidad. 

Porque si es cierto eso de que la felicidad está a la vuelta de la esquina, nunca la encontrarás si no te asomas a ella.

martes, 30 de agosto de 2016

El ingrediente secreto

Los habitantes de una vecindad en el centro de Guadalajara estaban contentos porque habían reunido sus ahorros y habían trabajado juntos para arreglar su vivienda. Sacaron lo que no servía, resanaron las paredes, las pintaron de un color blanco que llenaba de luz el lugar y adornaron el patio con macetas. Cuando quedó lista, doña Eva, la señora de la letra F, propuso organizar una fiesta. Doña María y doña Norma se entusiasmaron y se les ocurrió preparar pozole, un guiso sabroso que rinde y es fácil de servir. Cuando lo pensaron mejor se pusieron tristes: no podían cubrir solas los gastos de los ingredientes y, además, estaban cansadas por las obras realizadas. Ésa era la situación de todos los demás… Doña María propuso pedirles su opinión y pidió a sus amigas que reunieran al vecindario. Cada quien salió de su casa y se agruparon en el patio. Después de escuchar el problema, don Gustavo, el señor que boleaba zapatos, les propuso: “Así como entre todos arreglamos la vecindad, hagamos juntos ese pozole”. Cada uno compró parte de los ingredientes según podía (algunos sólo podían llevar un poco de sal, pero era indispensable) y realizó su tarea: las señoras cocieron el maíz y deshebraron la carne, los señores picaron la lechuga y lavaron los rábanos, los niños pusieron la mesa con las tostadas, la crema, el chile piquín y las jarras de agua fresca que habían llevado otros vecinos. Los más viejitos doblaron las servilletas de papel y un muchacho que andaba en muletas se encargó de la música. ¡Todo estaba listo y había que compartirlo! Los amigos de la cuadra preguntaron cuál era el ingrediente secreto para que el pozole fuera el más sabroso de Jalisco: “Hacerlo entre muchas personas dispuestas a dar lo mejor de sí”, respondió doña María. “¡Pues a nosotros nos toca lavar los trastes!”, exclamaron los invitados.

miércoles, 24 de agosto de 2016

El silencio de tu voz

Autor:
 
Ester Segura
Edades:
 
A partir de 12 años
Valores:
 
tolerancia, tern
ura

- ¿Y tú cuando vas a hablar?.- Le preguntaba insistentemente su madre. 

Y la respuesta era la mirada intensa de unos ojos azules grandes, redondos, ansiosos de ver y de experimentar cosas. Sus labios inmóviles parecían querer captar palabras que volaban como mariposas que no querían posarse en ellos.

Y esta pregunta se la hacía una y otra vez su madre cuando se quedaban solos y una mirada expresaba más que todas las palabras de un diccionario.

Aprendió durante años a convivir con el silencio de su voz, a hablarle y no encontrar respuesta, a interpretar sus gestos, sus movimientos porque para ella tenían todo el significado del mundo.

Soñó durante mucho tiempo con un amanecer lleno de esperanzas que hiciera salir de su cabecita todas las palabras dormidas. Y confió mucho en que de verdad llegara ese día en el que venciera el miedo a ese silencio que durante tanto tiempo le había acompañado, fielmente como lo hace un buen amigo.

Pasó el tiempo, casi seis años y surgieron las primeras palabras. Y salieron vestidas de fiesta, de colores, hermosas como quien estrena su libertad por primera vez. Pasó el tiempo y esas palabras que andaban solitarias por una cabecita desordenada fueron enriqueciéndose, uniéndose, relacionándose en un laberinto al que todavía había que ordenar.

Y su madre insistentemente se preguntaba el porqué de la dificultad del lenguaje en su hijo mientras soñaba con un amanecer que le diera esas respuestas que desde hacía tanto tiempo buscaba.

domingo, 14 de agosto de 2016

El Arbol De Los Antivalores

En la guarida de un denso bosque vivían dos malvadas brujas que se pasaban el tiempo haciendo hechizos y preparando pócimas mágicas.

Un día, aburridas de hacer siempre lo mismo, decidieron salir de la guarida para dar un paseo por el bosque subidas en sus escobas voladoras. Mientras volaban observaron a un cocodrilo calentándose al sol plácidamente en la orilla de un lago azul.

Continuaron volando y lejos de allí vieron a unos loros cantando y enlazando ramitas y flores sobre el árbol de los valores formando lazos de colores. Sin embargo, a las brujas se les sonrojó la nariz cuando descubrieron a unas ardillas subiendo y bajando del mismo árbol al compás de esta canción:

Al escuchar este canto las brujas se enojaron mucho. Y más aún cuando vieron a las ardillas rodeando el tronco del árbol. Ahí las ardillas bailaban felizmente con unas cestitas sobre sus cabezas llenas de nueces y frutas.

¡No me gusta la amistad ni la armonía que hay en ese árbol de los valores! _ gruñó la bruja Mariza.

¡Uhh, tengo una idea! ¡Destruyamos ese árbol y construyamos el árbol de los antivalores! _ refunfuñó la bruja Nahia.

¿Qué son los antivalores?­_ curioseó la bruja Nahia.

Los antivalores son una forma incorrecta y dañina de actuar. Son los opuestos a los valores _ explicó la bruja Mariza.

_ ¡Ahh, es la manera en la que nosotras siempre actuamos! _ comprendió la bruja Nahia con una risa burlona.

En ese momento descendieron sobre el árbol de los valores y lo destruyeron para  construir el árbol de los antivalores. La bruja Nahia comenzó a fumar un cigarro con propiedades mágicas, expulsó un humo negro de su boca y gritó:

El antivalor de la enemistad es para las raícesel antivalor de la desobediencia es para el troncoLos antivalores de la envidia, el egoísmo, la pereza, el orgullo, el prejuicio y la suciedad son para las ramas.

Finalmente la bruja Mariza también comenzó a fumar. Aspiró el humo, lo mantuvo en su boca y cuando lo expulsó por la nariz vociferó:

_Los antivalores del odio y la venganza son para las hojas.

De esta manera ambas brujas construyeron el árbol de los antivalores. Era un árbol feo, seco, negro y tenebroso; que evidentemente destruyó la paz y la armonía de las ardillas y los loros.

Las ardillas cambiaron la amistad por la enemistad y los loros cambiaron el canto por palabras malsonantes ofendiendo en cada momento a las ardillas. Cada vez que las brujas escuchaban las palabrotas de los loros estallaban de risa.

Todo esto era muy entretenido para las brujas. Los animales se odiaban y se peleaban entre ellos de tal manera, que la convivencia en el árbol de los antivalores era insoportable.

Una tarde mientras las brujas se divertían lanzando humo y hechizos bajo la sombra del árbol de los antivalores, se asustaron viendo llegar a la hermosa hada del bosque, y les dijo:

El único valor que puede destruir todos los antivalores es el amor.

Dicho esto la hermosa hada del bosque lanzó un beso de color rojosobre el árbol de los antivalores y lo destruyó. Instantáneamente germinó el árbol de los valores colmado de perfumadas y coloridas flores devolviendo la amistad y la armonía entre las ardillas y los loros.

Cuando las brujas vieron este acontecimiento comenzaron a temblar de miedo. Mas la hermosa hada del bosque curvando sus alas al compás del viento lanzó una luz de color azul sobre las brujas y las envió nuevamente hacia su guarida dejándolas encerradas para siempre.

 Autora: María Abre

sábado, 13 de agosto de 2016

“La Fidelidad”

En un pueblito italiano a finales de la década de 1930 había un joven de nombre Luigi quien adoptó y crió un perrito mestizo bautizado "Fido". Cada mañana Fido acompañaba a su amo a la estación de ferrocarril situada a unos 2 Km. del hogar. 
El joven trabajaba en carpintería en una pequeña ciudad de la zona y para desplazase tenía que tomar el tren todas las mañanas, regresando a su pueblito a las 5.30 todas las tardes. Allí estaba Fido esperando a Luigi, día tras día.
Después de expresar con brincos y ladridos la alegría del encuentro con su amo, Fido daba unas carreritas y saltaba en el monte todo contento, hasta llegar a casa. Esa rutina diaria fue interrumpida bruscamente cuando Luigi fue reclutado en el ejército y enviado al frente ruso en 1943. La interrupción fue para Luigi pero no para Fido quien ya no iba en las mañanas pero si se presentaba puntualmente todas las tardes en la estación del tren, esperando el regreso de su querido amo.
Fido oía de lejos apenas perceptible, el ruido de la locomotora. Todo tenso y esperanzado veía al tren pararse en la estación. Entonces iba de vagón en vagón, moviendo su colita y husmeando las escaleritas y los pasajeros que bajaban para identificar alguna huella de su amo. El tren se marchaba y la gente también. Después de esperara un ratito mas, Fido, triste y abatido con la cabeza baja y la cola entre las piernas ,regresaba solitario a su casa donde los padres de Luigi aún albergaban una chispa de esperanza de volver a ver vivo a su hijo amado . . .  Luigi nunca volvió. Fue una víctima más de la Segunda Guerra Mundial que mató decenas de millones de seres, algunos pecadores y criminales pero la gran mayoría, inocentes.  
Los meses y años pasaban. A principios de los 50, Fido tenía dificultades para desplazarse; no pudo escapar a los achaques de la vejez; tenía artritis. Sin embargo, Fido no perdía esperanzas. A pesar de los dolores para movilizarse y las fuerzas que mermaban cada vez más, él seguía con su rutina convencido del regreso de su amo. El trecho de camino que hacía antes con ligereza en 15 minutos, tardaba ahora 2 horas, llegando a casa completamente agotado. Fue una tarde de invierno con fuerte viento y nevada. Fido dio sus últimos pasos sobre el blanco camino, se tambaleó y su noble corazón dejo de latir . . .
Al día siguiente encontraron su pobre cuerpecito congelado y cubierto de nieve. Todo el pueblo conocía a Fido, todos lo lloraron, todos lo vieron hacer sus caminatas infructuosas y sabían lo que Fido buscaba desesperadamente.  No fue difícil convencer a esa gente modesta y buena, de colaborar con la erección de una estatua dedicada a la memoria de Fido, situada hoy en día al lado de la misma estación de ferrocarril que Fido visitaba a diario, día tras día por el resto de su vida. El epitafio: "Un ejemplo para todos los humanos de lo que es la máxima expresión del AMOR Y FIDELIDAD”.

viernes, 12 de agosto de 2016

Corazon de Raton

Había un ratón que estaba siempre angustiado porque tenía miedo del gato.
Un mago se compadeció de él y lo convirtió… en un gato.
Pero entonces, empezó a sentir miedo del perro. De modo que el mago, lo convirtió en perro. Luego empezó a sentir miedo de la pantera, y el mago lo convirtió en pantera. Con lo cual comenzó a temer al cazador.
Llegado a este punto, el mago se dio por vencido y volvió a convertirlo en ratón, diciéndole:
“Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón.”

miércoles, 10 de agosto de 2016

El Perro Cazador y Su Amo

Había una vez un perro cazador cuyo orgullo era servir a su amo.
Cada día ambos dejaban temprano en la mañana la cabaña en la que habitaban y se adentraban en el bosque en busca de las mejores presas que les permitieran alimentarse y vivir un poco de la venta de carne.
El perro era tan diestro en lo suyo, que por jornada ubicaba al menos tres o cuatro presas para su amo; una para comer ellos y otras tres para vender.
El amo estaba más que orgulloso de la habilidad de su perro para el trabajo. Tenía tan buen olfato y era tan veloz ubicando y atrapando a la presa, para que luego él la rematase, que era imposible que desease algún otro chucho en el mundo.
Sin embargo, nadie ni ninguna suerte escapan al paso del tiempo.
Lamentablemente los perros, a pesar de ser el mejor amigo animal del hombre, no duran tanto como este, y entre una década y 15 años sus habilidades y vida van mermando y apagándose.
Así, el perro cazador de nuestra historia veía como cada mes que pasaba tenía menos habilidad para la faena diaria.
Su olfato no detectaba presas buenas a la misma distancia que antes, su velocidad tampoco era la misma y para colmo su visión y sus mordidas no eran tan sagaces ni fuertes respectivamente como antaño.
Por este motivo la cantidad de presas iba en decadencia.
Durante todo un año dejaron de ser cuatro para ser tres, al siguiente dos y durante el último par de años tanto él como su amo debían conformarse con solo una.
El dueño del can percibía que su chucho no era el mismo, pero asociaba esta disminución más a la fortuna y la mala suerte que a otra cosa. Para colmo de males, el tamaño y composición de las presas también iba en decadencia.
Y es que el perro cazador más no podía hacer. Sus huesos se resentían cada vez que emprendía una carrera y sus músculos dolían cada vez que se batía con una presa para que luego viniese el amo a rematarla.
La mala fortuna o la carencia de éxito en las jornadas de caza siguieron acrecentándose.
Hubo una semana incluso en la que nada pudieron cazar y la pobreza extrema comenzó a invadir la cabaña del perro y su amo.
Para hacer frente a esta situación el amo decidió salir un día más temprano aún que de costumbre.
El perro cazador, consciente de que el paso del tiempo y la mella que este había hecho en él y sus habilidades eran los principales culpables de la dramática situación, salió con el mismo ímpetu de siempre, ese que lo convirtió en su momento en el mejor perro cazador del bosque.
Tras andar unos kilómetros su viejo olfato percibió una presa buena, esa que hacía tiempo no habían podido cazar.
Pensó inteligentemente que si el olor llegaba a su desgastado sentido era porque el animal andaba realmente cerca.
Se concentró todo lo que podía permitirle su cansado cerebro de perro y no perdió la pista. Tras unos metros olfateando llegó a un descampado en cuyo extremo se hallaba un gran jabalí, con tanta carne como para alimentarlos a él y su amo durante una semana, e incluso vender un poco en el pueblo.
Radiante de júbilo el perro asumió la posición de firme típica de los canes cazadores para señalar la dirección en que se ha ubicado una presa.
Al verla, el amo le dio la señal de que fuese a por ella, mientras él cargaba su escopeta de perdigones.
El perro cazador se esforzó nuevamente y sacó fuerzas de donde no las había. Exigió tanto a sus huesos y músculos en una brutal carrera, que estos se resintieron y lo hicieron gemir de dolor.
No obstante, el can sorprendió al jabalí y, haciendo caso omiso del terrible dolor general que lo embargaba, se le lanzó al cuello para derrumbarlo con una poderosa mordida.
Pero sucede que de poderosa nada. La mordida del perro fue bastante inofensiva, debido a que sus dientes estaban muy mellados por el paso inexorable del tiempo.
Por ello, y por mucho que el chucho se esforzó, el jabalí pudo desprenderse y echar a huir, con tan solo una leve herida que no le impediría conservar la vida.
Al ver todo lo sucedido el amo irrumpió en el descampado e increpó al perro.
-Para nada sirves ya. ¿Cómo se te ha podido escapar ese buen jabalí? Nos hubiese venido muy bien. Creo que no me eres útil y constituyes tan solo una carga para mí. Tendré que deshacerme de ti y conseguir otro perro.
Acongojado por estas palabras el otrora perro cazador ripostó:
-Buen amo mío. No me maltrates por ser víctima yo del paso del tiempo. A pesar de estar viejo y de que mis habilidades no son las mismas de antaño, soy en esencia el mismo animal que tan buenas presas te propició y junto al que viviste momentos de buena fortuna. Por tanto, ¿crees que es justo lo que dices?
Las palabras del perro impactaron en el amo, que recapacitó enseguida. Aquello y aquellos que nos han sido útiles en determinados momentos de nuestra vida, no por viejos dejan de ser parte importante y querida de la misma.
Por ello permaneció junto al perro cazador durante el resto de la vida de este y por muchos canes que tuvo después, ninguno fue como aquel que le hizo aprender tan importante lección.

martes, 9 de agosto de 2016

El Fuego

El maestro Zen Mu-nan sabía que no tenía más que un sucesor: su discípulo Shoju.
Un día le hizo llamar y le dijo:
– Yo ya soy un viejo, Shoju, y eres tú quien debe proseguir estas enseñanzas. Aquí tienes un libro que ha sido transmitido de maestro a maestro durante siete generaciones. Yo mismo he añadido al libro algunas notas que te serán de utilidad. Aquí lo tienes. Consérvalo como señal de que eres mi sucesor.
– Harías mejor en guardarte el libro, replicó Shoju. Tú me transmitiste el Zen sin necesidad de palabras escritas y seré muy dichoso de conservarlo de este modo.
– Lo sé, lo sé – dijo con paciencia Mu-nan. Pero aún así el libro ha servido a siete generaciones y también puede ser útil para ti. De modo que tómalo y consérvalo.
Se hallaban los dos hablando junto al fuego. En el momento en que los dedos de Shoju tocaron el libro, lo arrojó al fuego. No le apetecían nada las palabras escritas.
Mu-nan; a quien nadie había visto jamás enfadado, gritó:
– ¿Qué disparate estás haciendo?
Y Shoju le replicó:
– ¿Qué disparate estás diciendo?
Maestro: el guru habla con autoridad de lo que él mismo ha experimentado. Nunca cita un libro.

viernes, 5 de agosto de 2016

El Cuento de los Amigos

Esta es la historia de dos amigos, Pedro y Ramón, que se querían como hermanos a pesar de no tener vínculo familiar alguno.
Tenían una amistad tan grande, que para todos los moradores del pueblo eran como inseparables hermanos o gemelos sin mucho parecido físico, ya que uno era más alto y el otro más grueso, uno rubio y otro trigueño.
Su vínculo surgió desde que eran niños. Vivían cerca uno del otro y desde pequeños se adaptaron a jugar juntos y desempeñar todas las tareas en conjunto.
Podía vérseles lo mismo jugando a las escondidas que correteando de aquí para allá o dándose un chapuzón en la laguna, o jugando con animales, en fin, todo lo que un niño hace para hacer sus días divertidos.
De igual forma, los dos ayudaban mucho en sus casas y compartían las tareas del cole, por lo que los padres de cada uno querían al otro como un hijo más.
Así, Pedro y Ramón fueron creciendo, y también lo hicieron su amistad y las labores que hacían juntos.
Por supuesto, a medida que maduraban no hacían lo mismo que antes, pero igual se les podía ver juntos haciendo cualquier tarea típica de hombres de pueblo de leñadores como talando árboles, llevando madera al aserradero, vendiéndola o contribuyendo con su fuerza a la ejecución de las obras del vecindario.
Asimismo, compartían partidas de ajedrez y naipe, asados, horas de bares y muchas cosas más.
Tan inseparables eran que incluso cuando se casaron y tuvieron que construir su casa y su familia, lo hicieron uno al lado del otro, para que sus familias fuesen partícipes también del bello lazo de amistad que los unía.
Son muchos los ejemplos y las historias que reafirman que pocas veces se ha visto una amistad como la que unía a estos leñadores. Sin embargo hay una que resulta excepcional.
Resulta que un día estaba Pedro profundamente dormido en su hogar, junto a su esposa e hijo pequeño. Había tenido una jornada bastante tranquila en el trabajo y no había sucedido nada que se saliese de su rutina habitual.
Sin embargo, de repente despertó sobresaltado, como quien tuviese una gran preocupación o tormento en su cabeza.
Sin dar explicación a su cónyuge, extremadamente intrigada por la agitación de su marido, tomó una farola y fue rápido a casa de su vecino y amigo Ramón, al que tocó la puerta con una dureza típica de una persona apurada.
En unos segundos, también asustado, Ramón abrió su puerta y al ver a su amigo tan pálido le preguntó:
-¿Pasa algo Pedro? ¿Por qué me tocas a la puerta tan tarde en la noche y con ese sobresalto?
El interpelado no pudo responder de pronto, pues su nerviosismo y agitación no le dejaban aún recuperar el aliento e hilvanar las ideas para narrar lo sucedido.
Ante este silencio Ramón volvió a intervenir.
-En serio, dime –le pidió. –Me tienes preocupado. ¿Pasa algo en tu casa? ¿Intentaron robarte? ¿Están bien tu esposa e hijo? ¿Te sucede algo a ti, te sientes enfermo acaso?
Ante tanta insistencia, y un poco más recuperado, Pedro pudo responder a Ramón.
-Amigo, no pasa nada. Sucede que dormía profundamente y de repente me vi en un extraño sueño, donde corrías un grave peligro. Disculpa mi agitación y mis formas, pero tenía que asegurarme de que tanto tú como tu familia estaban en perfectas condiciones.
Agradecido y feliz, Ramón contestó:
-¡Qué disculpas ni ocho cuartos! ¿Cómo vas a pedir mi perdón por algo que debería agradecer yo? Tener un amigo que preocupe así por uno es de lo más grande que se puede desear en la vida. Ahora te digo, ten por seguro que yo haría lo mismo por ti, sin importar la hora que fuese.
Y así ambos amigos se fundieron en un abrazo y fueron a jugar una partida de naipes y a beber una cerveza hasta que a Pedro se le calmase su sobresalto.
Su amistad después de ese día siguió siendo igual de fuerte, tal vez un poco más, lo que demostró a todos los que lo conocían, y a nosotros que nos enteramos ahora de sus peripecias, que amistad como la de ellos hay realmente pocas y que los verdaderos amigos son aquellos que siempre están ahí el uno para el otro, tanto en las buenas como en las malas.
En sus familias la historia se repitió con sus hijos, luego con sus nietos, bisnietos y así indefinidamente, aunque por supuesto, ya esas serían otras historias y otros sueños para narrar.