viernes, 1 de noviembre de 2013

Un cuento de dia de muertos


La primera vez que escuché sobre la pequeña Mitli yo tenía 7 años y estaba comiéndome a escondidas las mandarinas del altar del día de muertos; cuando mi abuela me descubrió me dijo que si continuaba robándome la comida de los difuntos Mitli aparecería en la noche y me robaría mis juguetes como venganza. Claro está que yo no sabía quién era Mitli ni porqué querría vengarse de mi así que mi abuelita tuvo que explicármelo pacientemente:

Mitli era la hija de los señores del Mictlan. Sobre su nacimiento nadie estaba seguro: Unos decían que había nacido de los pensamientos de sus padres, otros que había florecido tal como lo hace la flor de cempasúchil y otros más afirmaban que en realidad Mitli se había formado de la mezcla de gotas de mandarina con la tierra; fuera como fuera lo cierto es que sus padres la querían y consentían mucho ya que era su única hija. Mitli había conseguido que sus papás le dieran dos compañeros de juego:  Un pequeño ajolote rosado llamado Coyolli y un xoloitzcuintle bicolor que se llamaba Yohualli.

Como es de imaginarse tanto Mitli como sus nuevos amigos volvían locos a todos en el Mictlan. El cachorro correteaba por aquí y por allá entre los  nueve niveles mordisqueando todo y a todos, ni siquiera El Señor de la Muerte se salvó de una mordida en el chamorro; hecho que lo hizo enojarse mucho debo aclarar.  Por su parte Yohualli distraía a todos los otros perros que cruzaban el río, les hacía cosquillas con sus deditos hasta que terminaban por voltear a los fantasmas que llevaban sobre sus espaldas. Mitli los miraba divertida desde la orilla a pesar de la molestia de sus papás. Con el tiempo y después de tantas travesuras realizadas por los tres el Señor y la Señora de la Muerte decidieron poner orden en el Mictlan y le dieron a Mitli un tutor que se encargaría de disciplinarla a ella y a sus compañeros cuando fuera necesario. Su tutor era nada más y nada menos que Mazatzin, el espíritu de un hombre-venado.

Al principio fue difícil para todos pues ninguno de ellos estaba acostumbrados a recibir reprimendas de nadie pero lograron hacer un buen equipo y el Mictlan volvió a ser el lugar de paz y tranquilidad que era desde siempre. Los padres de Mitli estaban sorprendidos por ello y decididos a saber su secreto mandaron a llamar a Mazatzin.

-¿Cómo has convencido a nuestra pequeña Mitli de portarse bien? ¿Cómo has conseguido que sus compañeros dejaran atrás sus travesuras? – preguntaron los padres-

-Señor y Señora. Ellos siguen haciendo travesuras, pero no en este mundo. Les he prometido que cada vez que se abra el portal con la tierra de los vivos ellos podràn hacer de las suyas con los niños y las niñas que se coman nuestros alimentos. Como saben, cada vez hay menos platillos completos que traer aquí abajo, ya que la mayoría de las frutas, panes y dulces son mordisqueados por los humanos pequeños.

Los señores de la Muerte sonrieron al imaginarse a Mitli causando estragos en el mundo de los vivos, agradecieron a Mazatzin su tenacidad y se retiraron a su palacio.

Yo me quedé pensativa y  le pregunté a mi abuela porqué se llevaban la comida en lugar de comerla sentados junto al altar. Ella me respondió:

-¿Tu podrías comerte la olla de mole entera, el pan, el atole, los tamales, la calabaza, los dulces, el camote  y el café sola?

-No

-Bueno pues ellos tampoco, aparte no son egoístas como lo somos los vivos. Ellos comparten todo. ¿Has visto lo que hacen las hormigas todos los días?

-¿Buscar comida para llevarla a su casa?

-Exactamente, los fantasmas hacen lo mismo. Vienen el día de muertos y se llevan la comida al Mictlan. La guardan en ollas de barro especiales y les dura hasta el siguiente año.

-¿Y no se les acaba?

-No, porque hay muchos muertos y sus familias dejan comida para más de dos, aparte ellos comen menos que nosotros porque ya están muertos, niña tonta.  Ahora ve por unas mandarinas al mercado para reponer las que te has robado del altar, si no lo haces Mitli, Coyolli y Yohualli vendrán a molestarte y Mazatzin no se los impedirá porque te lo mereces.

Corrí al puesto de Luisito sin pensarlo dos veces y use mi domingo no solo para comprar mandarinas, también compré dulces de más, un collar de piedras verdes para Mitli y unos trozos de carne para Coyolli y Yohualli, a Mazatzin le conseguí una pequeña canasta de hongos silvestres.  En verdad esperaba que con esto alcanzara para evitar que se enojaran conmigo. Regresé a casa y puse todo en el altar; ya entrada la noche ayudé a mi papá a prender las velas y hacer el camino con las flores de cempasúchil, después me fui a dormir.

Un ruido extraño me despertó en la madrugada, me levanté sin hacer ruido y desperté a mi abuelita. Ella me hizo una seña para que guardara silencio y comenzamos a caminar de puntitas hasta la sala, en donde se encontraba el altar.

¡Allí estaba Mitli! era una niña chiquita quizá un poco más alta que los chaneques, tenía su piel morena y sus cabellos negros y de su cuello colgaba el collar que le dejé;  Coyolli estaba sentado sobre su hombro izquierdo y Yohualli parado junto a ella entre las flores naranjas, moradas y amarillas. Mazatzin y los fantasmas de mi familia flotaban en el camino de flores dispuestos a cargar con toda la comida para llenar la alacena del Mictlan.

Mitli me miró directamente a los ojos y me sonrió , todos desaparecieron entre la llama de una de las velas y no los volví a ver hasta el año siguiente.


Cada día de muertos les dejo un regalo en el altar y ellos dejan un regalo para mí debajo de mi cama. Hasta la fecha tengo  una colección completa de huesos de dinosaurio, tres quijadas de víbora, un colmillo de coyote y dos costillas de tlacuache.

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