Una
mujer pobre tenía la costumbre de ir todas las mañanas a un bosque cercano a su
casa para recoger leña, que luego vendía a sus vecinos. Cierto día, encontró
bajo un roble un caldero viejo de latón, ya muy oxidado por la intemperie.
―¡Vaya,
qué suerte! ―exclamó―. Tiene un agujero, y no me servirá para llevar agua, pero
podré utilizarlo para plantar flores.
Tapó el
caldero con su mantón y, cargándoselo al hombro, emprendió el camino hacia su
humilde choza. Pero empezó a notar que el caldero iba pesando más y más, así
que se sentó a descansar. Cuando puso el caldero en el suelo, vio con asombro
que estaba lleno de monedas de oro.
―¡Qué
suerte tengo! ―volvió a exclamar, llena de alegría―. Todas estas monedas para
una pobre mujer como yo.
Mas
pronto tuvo que volver a pararse. Desató el mantón para ver su tesoro y,
entonces, se llevó otra sorpresa: el caldero lleno de oro se había convertido
en un trozo de hierro.
―¡Qué
suerte tan maravillosa! ―dijo―. ¿Qué iba a hacer una mujercita como yo con
todas esas monedas de oro? Seguro que los ladrones me robarían todo. Por este
trozo de hierro me ganaré unas cuantas monedas normales, que es todo lo que
necesito para ir tirando.
Envolvió
el trozo de hierro, y prosiguió su camino.
Cuando
salió del bosque, volvió a sentarse, y decidió mirar otra vez en su mantón, por
si el destino le había dado otra sorpresa. Y, en efecto, así era: el trozo de
hierro se había convertido en una gran piedra.
―¡Vaya
suerte que tengo hoy! ―dijo―. Esta piedra es lo que necesito para sujetar la
puerta del jardín, que siempre golpea cuando hace viento.
En
cuanto llegó a su casa, fue hacia la puerta del jardín y abrió el mantón para
sacar la piedra. Mas, nada más desatar los nudos, una extraña criatura saltó
fuera. Tenía una enorme cola con pelos de varios colores, unas orejas
puntiagudas y unas patas largas y delgadísimas. La mujercita quedó maravillada
al ver que la aparición daba tres vueltas alrededor y luego se alejaba bailando
por el valle.
―¡Qué
suerte tengo! ―exclamó―. Pensar que yo, una pobre mujercita, ha podido
contemplar este maravilloso espectáculo... Estoy segura de que soy la pobre
mujercita solitaria con más suerte del mundo entero.
Y se fue
a la cama tan alegre como siempre. Y, según se cuenta, lo más curioso es que,
desde aquel día, la suerte de esta pobre mujer cambió, y ya nunca más volvió a
ser pobre ni solitaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario