A Dios
se le ocurrió venir de visita a la tierra y eligió una ciudad latinoamericana.
Paseando por la plaza central, de pronto se percató de que una de sus sandalias
se había roto. Pensó que sería una buena oportunidad para conocer más
íntimamente el comportamiento del ser humano, pues para él una sandalia rota
era un detalle sin importancia; buscó un lugar para que se la repararan; entró
a un establecimiento en que el zapatero, un hombre de mediana edad, más que
darle la bienvenida le gruñó:
— ¿Qué
quiere?
—
¿Podría reparar mi sandalia?
—
Enséñemela. Si se puede lo hago y si no, tírela a la basura.
Dios se
la entregó y se dedicó a escuchar y observar el comportamiento del zapatero,
quien no cesó de quejarse.
—Me ha
ido muy mal, pocos clientes y puros trabajitos que dejan muy poco, como esta
sandalia, además, la situación política de mi país es un verdadero carnaval,
nuestros funcionarios son unos payasos buenos para nada, y qué decir del terror
que han sembrado los narcotraficantes, a quienes nadie puede detener, pues
abusan de todo y de todos. La vida cada día es más cara, es imposible vivir
decentemente; y agréguele —prosiguió el zapatero—: mi mujer está muy enferma y
trabajo sólo para comprar medicinas; mi hijo mayor no tiene trabajo y lleva ya
un año sin aportar un solo centavo a la casa; el marido de mi hija resultó un
vago y ella trabaja para mantener a toda su familia; y para colmo de males,
acaban de devaluar la moneda y todo se ha encarecido en forma terrible. Esto ya
no es vida —concluyó— y entregó la sandalia reparada.
Dios, no
acostumbrado a pedir la cuenta, se la calzó y se despidió, a lo que el
zapatero, sorprendido, le reclamó: — ¿Acaso se va a ir sin pagarme? Esto es el
colmo, ¡cree que soy un estúpido! o me paga o llamo a la policía. Sin alterarse,
Dios respondió:
—Tranquilo,
hijo mío, yo soy Dios, no acostumbro usar dinero, pero pídeme lo que quieras.
El
zapatero, confundido, incrédulo y desconfiado, preguntó:
— ¿De
veras eres Dios?
—Por
supuesto, pide lo que quieras.
— ¿De
veras? —Volvió a preguntar el sorprendido zapatero—, ¿lo que quiera? —a lo que
Dios asintió:
—Pide lo
que desees.
—Bueno
—dijo el zapatero—, dame 100 mil dólares, con eso resuelvo toda mi vida.
—Bien
—replicó Dios—, pero me tienes que dar algo a cambio.
— ¿Qué
quieres que te entregue, Señor?
—Dame
tus piernas.
—
¡Imposible! —Exclamó el zapatero—, ni por 300 mil dólares te las daría. Verás,
las aprecio mucho y no me puedo imaginar sin piernas.
—Está
bien, si no me quieres dar tus piernas, dame tus brazos.
Furioso,
el zapatero replicó:
—
¡Imposible!, ni por un millón de dólares te los daría, ¿no ves que es con lo
que mantengo a mi familia?; además, me convertiría en un inútil para muchas
cosas.
—No te
alteres —agregó Dios—, si no me quieres dar las piernas ni los brazos, dame tus
ojos.
El
zapatero gritó:
—Ni por
todo el dinero del mundo te daría mis ojos. Dios, no seas tan cruel, pídeme
algo que me sea más fácil entregarte. Y Dios concluyó:
— ¿No te
das cuenta de que te he entregado todo sin pedirte nada a cambio? No existe
fortuna capaz de comprar a un ser humano. Se puede devaluar tu moneda, pero no
permitas que se devalúe tu espíritu. Entrégame tus deseos de vivir, de
construir, de luchar, de amar y yo te daré todo lo que quieras.
Tú
tienes la respuesta, atrévete a decir sí a la vida.
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