Érase
una vez un cojo y un ciego que pedían limosna en la misma esquina… tenían una
odiosa relación generada por la competencia por la misericordia de los
transeúntes.
Y así
fueron envejeciendo en la misma acera de siempre, sin jamás entablar amistad ni
procurar conocerse y menos comprenderse. Sus conversaciones -cuando las había-
estaban contaminadas de quejas condenando y culpando de sus desgracias al
destino, a la gente, al sistema, en fin… recargadas de malos augurios, y así
sus vidas se arrastraban entre un resentimiento enfermizo y una resignación
perdedora.
En una
ocasión, el cojo se lamentó que su desgracia ni siquiera le permitía cambiar de
esquina para mendigar… entonces el otro se apresuró a un lamento más trágico
aún, agregando que para él era muchísimo peor todavía puesto que era ciego y…
En eso se les iba la vida, hasta que una mañana los dos mendigos, ya cansados
de gastar sus energías iniciaron un diálogo diferente.
-¿Y
usted cómo anda? -saludó el ciego al cojo.
-Tal
como usted ve -respondió el cojo.
Y así,
de a poquito la relación se fue haciendo más llevadera, el cojo fue olvidando
su “mala pata” y el ciego empezó a hablar con “altura de miras”. Por primera
vez se percataron que ambos tenían un sueño en común, ir a la orilla del río
que estaba a unas pocas cuadras para oír de cerca la música del agua.
-Si sólo
pudiéramos trasladarnos un par de cuadras por nosotros mismos y no estar
siempre dependiendo de los demás -dijo el cojo. Apenas escuchó esto algo
sucedió en el alma del ciego, sintió que un fuerte cambio le ocurría y poco a
poco fueron simpatizando más y más. Hasta que sin darse cuenta, imaginaron que
iban a mendigar a la orilla del río… y que ahí escuchaban correr el agua… y
sentían como las gotas los salpicaban y entusiasmados empezaron a soñar.
Y en un
corto tiempo lograron cambiar aquellos paradigmas que los habían oprimido
durante toda la vida y entraron a los espacios de la confianza, de las alianzas
y de la abundancia.
Y así
fue que un miércoles del mes de marzo, el cojo montó en los hombros del ciego y
con la vista certera del primero y las fornidas piernas del segundo llegaron
rápidamente a la orilla del río donde se instalaron con un nuevo negocio que
resultó muy exitoso. Al cabo de un tiempo comenzaron a soñar con un viaje
alrededor del mundo.
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