Un día
en un periódico local apareció un anunció: “Se busca exterminador de hormigas”.
Hasta la casa del anunciante, llegaron como si de un desfile se tratara,
numerosas personas dispuestas a fulminar la plaga, pero uno a uno todos
marchaban profiriendo insultos contra el que pretendía contratarles.
Pasaron
los meses, y el anuncio seguía presente en el periódico, pero ya nadie
respondía a él.
El
hombre desesperado modificó el texto: “Entrego mi casa a quien extermine mis
hormigas”.
Al día
siguiente, hacia las 12, un anciano con voz temblorosa se presentó ante él.
– “¿Qué
desea buen hombre?”-
– “Vengo
a eliminar sus hormigas”
El dueño
de la casa se le quedó mirando, ¿cómo iba, este pobre anciano, a resolver su
problema, cuando otros más jóvenes y bien preparados ni siquiera lo habían
intentado?
“¿Puedo
pasar?” – preguntó el anciano.
“Adelante”
– respondió el joven echándose hacia un lado. Entraron en el salón y se
sentaron.
–
“¿Dónde se encuentran las hormigas?”
– “Ahora
no se ven, solo salen de noche desfilando a mi alrededor, y no me dejan
dormir”.
–
“¿Alguien ha intentado hacerlas desaparecer?”
–
“Nadie. Todos se han ido furiosos de aquí”
– “¿Por
qué?”
–
“Querían fumigar la estancia y no funcionaria, pues solo están a mi alrededor y
el veneno me mataría a mí. Querían fumigar de día, pero solo salen de noche,
así que cuando les decía que tendrían que pasar la noche en mi dormitorio, que
es donde aparecen, se ponían furiosos y me insultaban”.
El
anciano soltó una risita: “Hombre dicho así…”
– “Mire,
a mi no me importa lo que piensen, solo quiero solucionar mi problema. ¿Qué
puede hacer usted?”
El
anciano se aclaró la voz y mientras encendía una pipa preguntó: “¿Cómo es su
tamaño?”
–
“Chiquito, pero a veces se juntan y parecen gigantes”
– “¿A
qué hora salen?”
–
“Indefinida, pero solo cuando me acuesto”
– “Y
¿meten mucho ruido?”
– “Es un
murmullo constante, y aunque tape mis oídos continua, a veces parece que
resuenan dentro de mi cabeza”
– “Y ¿de qué hablan?”
–
“¿Hablar…? ¡¡¡Son hormigas….!!!”
El
anciano impertérrito volvió a preguntar: “Ya…, pero ¿de qué hablan…?”
El
hombre suspiró, cuando contó a los fumigadores que las hormigas mantenían
conversaciones le tacharon de loco, y se juró no volver a decirlo a nadie, pero
el anciano lo había adivinado. Se le quedó mirando antes de responder, pero él
se adelantó. “Yo padecí una plaga igual y las mías hablaban siempre de dinero,
como guardarlo, dónde invertirlo, dónde esconderlo… pero eso fue hace tiempo. Y
las suyas ¿de qué hablan?”
– “De
tristeza, soledad, vejez…”
“Entiendo…
– respondió el anciano -, todo eso le machaca por la noche, y durante el día
¿en qué piensa?”
– “No
tengo tiempo, trabajo en mi despacho y no salgo con nadie.
– “Y si
pudiera hablar con alguien ¿de qué hablaría…?
Poco a
poco entraron en conversación, hablaron de música, de viajes, de literatura y
al finalizar, el anciano se despidió.
–
“Mañana volveré, quizá alguna salga esta noche, pero mañana se habrán
terminado”
Incrédulo
el hombre cerró la puerta. No le importaba que el anciano volviera, al fin y al
cabo, había disfrutado. Cuando esa noche se acostó, sus pensamientos se
centraron en la conversación y sorpresivamente las hormigas las sentía lejanas
y poquitas.
Tres
días más con el anciano y desaparecieron definitivamente.
Entonces
el anciano reclamo su precio: “Prometiste tu casa, si terminaba con la plaga,
así que ahora tu casa es mía, pero si lo deseas la podemos compartir, y así nos
aseguramos que nunca vuelvan a aparecer”.
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