Esto era un Rey que tenía tres hijos. Como era ya viejo
quería elegir al más listo de los tres para nombrarle su heredero.
Entonces dijo el Rey al hijo mayor:
-Mañana, al amanecer, saldré cabalgando por mi reino.
Quiero que me acompañes.
Al día siguiente se presentó el mayor en la cámara real,
pero no tan temprano como le había mandado.
-Quiero vestirme -dijo el Rey.
El hijo mayor buscó al criado, pero el criado no sabía
qué vestido quería ponerse el Rey. El mayor volvió a la cámara real y lo
preguntó.
-El verde -dijo el Rey-.
El hijo mayor dijo al criado que el Rey quería el vestido
verde, pero el criado no sabía qué manto quería ponerse el Rey, así que el
mayor volvió a la cámara real y lo preguntó.
-El blanco -dijo el rey.
Lo mismo pasó con los pantalones y las babuchas, hasta
que el criado trajo toda la ropa y ayudó a vestirse al Rey. Y cuando estaba ya
vestido y calzado:
-Quiero un caballo -dijo el rey-.
El hijo mayor fue a las cuadras y dijo al caballerizo que
preparara un caballo para el Rey, pero el caballerizo no sabía qué caballo
debía preparar, así que el mayor volvió a la cámara real y lo preguntó.
-El negro -dijo el Rey-.
El hijo mayor dijo al caballerizo que el Rey quería el
caballo negro, pero el caballerizo no sabía qué montura debía colocarle, así
que el mayor volvió a la cámara real y lo preguntó.
-La de oro -dijo el Rey-.
Lo mismo pasó con las espuelas y las riendas, con la
espada y el escudo.
Cuando ya estuvo todo dispuesto:
-Cabalga tú -dijo el Rey-, recorre la ciudad y dime a la
vuelta lo que hayas visto.
El hijo mayor salió de palacio, montado en el caballo
negro, y acompañado por muchos caballeros y guerreros que tocaban tambores y
trompetas.
-¿Qué te ha parecido? -le preguntó el rey a su regreso.
Y el hijo mayor le respondió que las trompetas y tambores
que le acompañaban, metían mucho ruido.
Al día siguiente mandó llamar al hijo segundo y le hizo
todas las pruebas que le había hecho al mayor, y el mediano a todo respondió lo
mismo.
Al día siguiente mandó al hijo menor que fuese a su
cuarto muy temprano. Y el menor madrugó y entró en la cámara real cuando el Rey
dormía aún y estuvo muy callado esperando hasta que despertase.
-Quiero vestirme -dijo el Rey-.
El hijo menor preguntó entonces por el traje que deseaba
ponerse, y también por el manto, los pantalones y las babuchas y fue a
buscarlos y él mismo lo trajo todo, de un solo viaje. No quiso llamar a ningún
criado, sino que él también le ayudó a arreglarse. Y cuando estaba ya vestido y
calzado.
-Quiero un caballo -dijo el Rey-.
El hijo menor preguntó qué caballo quería que le
preparase y con qué montura. También se informó del freno, las riendas, la
espada y el escudo y hasta qué caballeros y soldados debían escoltarle. Y así,
de una sola vez, lo preparó todo.
-Cabalga tú -dijo el Rey- recorre la ciudad y dime a la
vuelta lo que has visto.
El hijo menor salió de palacio, montado en un caballo
blanco y acompañado por muchos caballeros y soldados, que tocaban tambores y
trompetas. Hizo callar la música y vio toda la ciudad, recorriendo sus calles,
visitando las murallas y subiendo a sus torres. Cuando volvió era muy tarde.
-¿Qué te ha parecido? -le preguntó el Rey.
-La ciudad es fuerte y muy rica, pero la muralla está
derrumbada por la parte del río y por allí podrían entrar los enemigos.
El hijo menor fue contando todo lo que había visto y oído
durante su visita a la ciudad. Finalmente, el Rey eligió al hijo menor como su
heredero, después de comparar las señales que vio en los otros y en este. Y,
cuando subió al trono, fue un gran Rey. El más poderoso de todos los reinos
moros.