miércoles, 22 de julio de 2015

Simón, pintor de ángeles


Ya nadie sabe si todo esto ocurrió en verdad, si alguien lo inventó o si fue una mezcla de sucesos reales con la imaginación. Pero así son las leyendas. Y dice ésta que en 1566, cuando llegó a la capital de la Nueva España, su excelencia el virrey don Gastón de Peralta estaba acompañado de un numeroso séquito personal. A éste pertenecía un pintor llamado Simón, originario de Flandes. Había vivido en Lisboa y Madrid, sorprendiendo con su habilidad como retratista a ricos y nobles. Don Gastón lo había traído consigo para retratar a las figuras más notables del palacio virreinal y así lo hizo: gallardos caballeros armados y ancianas damas con sombrero. Su destreza con el pincel era exquisita; sin embargo, tenía un grave defecto: era muy mal hablado y por cualquier cosa, aunque no estuviera enojado ni quisiera ofender, soltaba un montón de groserías en los idiomas que conocía: español, flamenco y portugués. Su cercanía con el virrey evitaba que recibiera algún tipo de queja o castigo. La situación de don Gastón no era sencilla, pues muchos intrigaban en su contra.
Aunque era amable y caritativo, los oidores (los magistrados más importantes del gobierno) le levantaron falsas acusaciones con el rey de España y éste ordenó su regreso inmediato. Simón el pintor se quedó trabajando en México. Sus colegas lo envidiaban pues, a diferencia de ellos, tenía cada vez más encargos. Para poner fin a su carrera lo acusaron falsamente de haberlos insultado. Como ya no tenía la protección del virrey fue encarcelado, algo bastante injusto, pues otras personas sí decían muchísimas groserías en plena calle y nadie las castigaba. Afligido por el encierro, pensó en un plan. Descosió una moneda de oro que llevaba oculta en el pantalón y se la ofreció al carcelero. “Con la mitad de esto, compra pinceles y pinturas para mí. Guarda el resto para ti”.
El carcelero siguió sus instrucciones y le llevó los materiales. Aunque su celda estaba siempre sumida en la mayor oscuridad, conocía tan bien su oficio que con ellos pintó en la puerta sin verla una imagen de la virgen coronada por cuatro graciosos ángeles. Durante una visita de rutina, los jueces admiraron la gracia y la ligereza de una obra perfecta y delicada en todos sus detalles que vieron a la luz de un candelabro. Pensaron que aunque fuera malhablado Simón merecía que lo perdonaran y lo dejaron en libertad. Saliendo de la cárcel trabajó en la Catedral Metropolitana y realizó la imagen principal que ahora se encuentra en el Altar del Perdón. Hay quien cree que es llamado así en recuerdo de su historia.

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