Los habitantes de una vecindad en el centro de Guadalajara estaban contentos porque habían reunido sus ahorros y habían trabajado juntos para arreglar su vivienda. Sacaron lo que no servía, resanaron las paredes, las pintaron de un color blanco que llenaba de luz el lugar y adornaron el patio con macetas. Cuando quedó lista, doña Eva, la señora de la letra F, propuso organizar una fiesta. Doña María y doña Norma se entusiasmaron y se les ocurrió preparar pozole, un guiso sabroso que rinde y es fácil de servir. Cuando lo pensaron mejor se pusieron tristes: no podían cubrir solas los gastos de los ingredientes y, además, estaban cansadas por las obras realizadas. Ésa era la situación de todos los demás… Doña María propuso pedirles su opinión y pidió a sus amigas que reunieran al vecindario. Cada quien salió de su casa y se agruparon en el patio. Después de escuchar el problema, don Gustavo, el señor que boleaba zapatos, les propuso: “Así como entre todos arreglamos la vecindad, hagamos juntos ese pozole”. Cada uno compró parte de los ingredientes según podía (algunos sólo podían llevar un poco de sal, pero era indispensable) y realizó su tarea: las señoras cocieron el maíz y deshebraron la carne, los señores picaron la lechuga y lavaron los rábanos, los niños pusieron la mesa con las tostadas, la crema, el chile piquín y las jarras de agua fresca que habían llevado otros vecinos. Los más viejitos doblaron las servilletas de papel y un muchacho que andaba en muletas se encargó de la música. ¡Todo estaba listo y había que compartirlo! Los amigos de la cuadra preguntaron cuál era el ingrediente secreto para que el pozole fuera el más sabroso de Jalisco: “Hacerlo entre muchas personas dispuestas a dar lo mejor de sí”, respondió doña María. “¡Pues a nosotros nos toca lavar los trastes!”, exclamaron los invitados.
martes, 30 de agosto de 2016
miércoles, 24 de agosto de 2016
El silencio de tu voz
Autor:
Ester Segura
Edades:
A partir de 12 años
- ¿Y tú cuando vas a hablar?.- Le preguntaba insistentemente su madre.
Y la respuesta era la mirada intensa de unos ojos azules grandes, redondos, ansiosos de ver y de experimentar cosas. Sus labios inmóviles parecían querer captar palabras que volaban como mariposas que no querían posarse en ellos.
Y esta pregunta se la hacía una y otra vez su madre cuando se quedaban solos y una mirada expresaba más que todas las palabras de un diccionario.
Aprendió durante años a convivir con el silencio de su voz, a hablarle y no encontrar respuesta, a interpretar sus gestos, sus movimientos porque para ella tenían todo el significado del mundo.
Y la respuesta era la mirada intensa de unos ojos azules grandes, redondos, ansiosos de ver y de experimentar cosas. Sus labios inmóviles parecían querer captar palabras que volaban como mariposas que no querían posarse en ellos.
Y esta pregunta se la hacía una y otra vez su madre cuando se quedaban solos y una mirada expresaba más que todas las palabras de un diccionario.
Aprendió durante años a convivir con el silencio de su voz, a hablarle y no encontrar respuesta, a interpretar sus gestos, sus movimientos porque para ella tenían todo el significado del mundo.
Soñó durante mucho tiempo con un amanecer lleno de esperanzas que hiciera salir de su cabecita todas las palabras dormidas. Y confió mucho en que de verdad llegara ese día en el que venciera el miedo a ese silencio que durante tanto tiempo le había acompañado, fielmente como lo hace un buen amigo.
Pasó el tiempo, casi seis años y surgieron las primeras palabras. Y salieron vestidas de fiesta, de colores, hermosas como quien estrena su libertad por primera vez. Pasó el tiempo y esas palabras que andaban solitarias por una cabecita desordenada fueron enriqueciéndose, uniéndose, relacionándose en un laberinto al que todavía había que ordenar.
Y su madre insistentemente se preguntaba el porqué de la dificultad del lenguaje en su hijo mientras soñaba con un amanecer que le diera esas respuestas que desde hacía tanto tiempo buscaba.
Pasó el tiempo, casi seis años y surgieron las primeras palabras. Y salieron vestidas de fiesta, de colores, hermosas como quien estrena su libertad por primera vez. Pasó el tiempo y esas palabras que andaban solitarias por una cabecita desordenada fueron enriqueciéndose, uniéndose, relacionándose en un laberinto al que todavía había que ordenar.
Y su madre insistentemente se preguntaba el porqué de la dificultad del lenguaje en su hijo mientras soñaba con un amanecer que le diera esas respuestas que desde hacía tanto tiempo buscaba.
domingo, 14 de agosto de 2016
El Arbol De Los Antivalores
En la guarida de un denso bosque vivían dos malvadas brujas que se pasaban el tiempo haciendo hechizos y preparando pócimas mágicas.
Un día, aburridas de hacer siempre lo mismo, decidieron salir de la guarida para dar un paseo por el bosque subidas en sus escobas voladoras. Mientras volaban observaron a un cocodrilo calentándose al sol plácidamente en la orilla de un lago azul.
Continuaron volando y lejos de allí vieron a unos loros cantando y enlazando ramitas y flores sobre el árbol de los valores formando lazos de colores. Sin embargo, a las brujas se les sonrojó la nariz cuando descubrieron a unas ardillas subiendo y bajando del mismo árbol al compás de esta canción:
Al escuchar este canto las brujas se enojaron mucho. Y más aún cuando vieron a las ardillas rodeando el tronco del árbol. Ahí las ardillas bailaban felizmente con unas cestitas sobre sus cabezas llenas de nueces y frutas.
¡No me gusta la amistad ni la armonía que hay en ese árbol de los valores! _ gruñó la bruja Mariza.
¡Uhh, tengo una idea! ¡Destruyamos ese árbol y construyamos el árbol de los antivalores! _ refunfuñó la bruja Nahia.
¿Qué son los antivalores?_ curioseó la bruja Nahia.
Los antivalores son una forma incorrecta y dañina de actuar. Son los opuestos a los valores _ explicó la bruja Mariza.
_ ¡Ahh, es la manera en la que nosotras siempre actuamos! _ comprendió la bruja Nahia con una risa burlona.
En ese momento descendieron sobre el árbol de los valores y lo destruyeron para construir el árbol de los antivalores. La bruja Nahia comenzó a fumar un cigarro con propiedades mágicas, expulsó un humo negro de su boca y gritó:
El antivalor de la enemistad es para las raíces, el antivalor de la desobediencia es para el tronco. Los antivalores de la envidia, el egoísmo, la pereza, el orgullo, el prejuicio y la suciedad son para las ramas.
Finalmente la bruja Mariza también comenzó a fumar. Aspiró el humo, lo mantuvo en su boca y cuando lo expulsó por la nariz vociferó:
_Los antivalores del odio y la venganza son para las hojas.
De esta manera ambas brujas construyeron el árbol de los antivalores. Era un árbol feo, seco, negro y tenebroso; que evidentemente destruyó la paz y la armonía de las ardillas y los loros.
Las ardillas cambiaron la amistad por la enemistad y los loros cambiaron el canto por palabras malsonantes ofendiendo en cada momento a las ardillas. Cada vez que las brujas escuchaban las palabrotas de los loros estallaban de risa.
Todo esto era muy entretenido para las brujas. Los animales se odiaban y se peleaban entre ellos de tal manera, que la convivencia en el árbol de los antivalores era insoportable.
Una tarde mientras las brujas se divertían lanzando humo y hechizos bajo la sombra del árbol de los antivalores, se asustaron viendo llegar a la hermosa hada del bosque, y les dijo:
El único valor que puede destruir todos los antivalores es el amor.
Dicho esto la hermosa hada del bosque lanzó un beso de color rojosobre el árbol de los antivalores y lo destruyó. Instantáneamente germinó el árbol de los valores colmado de perfumadas y coloridas flores devolviendo la amistad y la armonía entre las ardillas y los loros.
Cuando las brujas vieron este acontecimiento comenzaron a temblar de miedo. Mas la hermosa hada del bosque curvando sus alas al compás del viento lanzó una luz de color azul sobre las brujas y las envió nuevamente hacia su guarida dejándolas encerradas para siempre.
Autora: María Abre
sábado, 13 de agosto de 2016
“La Fidelidad”
En un pueblito italiano a finales de la década de 1930 había un joven de nombre Luigi quien adoptó y crió un perrito mestizo bautizado "Fido". Cada mañana Fido acompañaba a su amo a la estación de ferrocarril situada a unos 2 Km. del hogar.
El joven trabajaba en carpintería en una pequeña ciudad de la zona y para desplazase tenía que tomar el tren todas las mañanas, regresando a su pueblito a las 5.30 todas las tardes. Allí estaba Fido esperando a Luigi, día tras día.
Después de expresar con brincos y ladridos la alegría del encuentro con su amo, Fido daba unas carreritas y saltaba en el monte todo contento, hasta llegar a casa. Esa rutina diaria fue interrumpida bruscamente cuando Luigi fue reclutado en el ejército y enviado al frente ruso en 1943. La interrupción fue para Luigi pero no para Fido quien ya no iba en las mañanas pero si se presentaba puntualmente todas las tardes en la estación del tren, esperando el regreso de su querido amo.
Fido oía de lejos apenas perceptible, el ruido de la locomotora. Todo tenso y esperanzado veía al tren pararse en la estación. Entonces iba de vagón en vagón, moviendo su colita y husmeando las escaleritas y los pasajeros que bajaban para identificar alguna huella de su amo. El tren se marchaba y la gente también. Después de esperara un ratito mas, Fido, triste y abatido con la cabeza baja y la cola entre las piernas ,regresaba solitario a su casa donde los padres de Luigi aún albergaban una chispa de esperanza de volver a ver vivo a su hijo amado . . . Luigi nunca volvió. Fue una víctima más de la Segunda Guerra Mundial que mató decenas de millones de seres, algunos pecadores y criminales pero la gran mayoría, inocentes.
Los meses y años pasaban. A principios de los 50, Fido tenía dificultades para desplazarse; no pudo escapar a los achaques de la vejez; tenía artritis. Sin embargo, Fido no perdía esperanzas. A pesar de los dolores para movilizarse y las fuerzas que mermaban cada vez más, él seguía con su rutina convencido del regreso de su amo. El trecho de camino que hacía antes con ligereza en 15 minutos, tardaba ahora 2 horas, llegando a casa completamente agotado. Fue una tarde de invierno con fuerte viento y nevada. Fido dio sus últimos pasos sobre el blanco camino, se tambaleó y su noble corazón dejo de latir . . .
Al día siguiente encontraron su pobre cuerpecito congelado y cubierto de nieve. Todo el pueblo conocía a Fido, todos lo lloraron, todos lo vieron hacer sus caminatas infructuosas y sabían lo que Fido buscaba desesperadamente. No fue difícil convencer a esa gente modesta y buena, de colaborar con la erección de una estatua dedicada a la memoria de Fido, situada hoy en día al lado de la misma estación de ferrocarril que Fido visitaba a diario, día tras día por el resto de su vida. El epitafio: "Un ejemplo para todos los humanos de lo que es la máxima expresión del AMOR Y FIDELIDAD”.
viernes, 12 de agosto de 2016
Corazon de Raton
Había un ratón que estaba siempre angustiado porque tenía miedo del gato.
Un mago se compadeció de él y lo convirtió… en un gato.
Pero entonces, empezó a sentir miedo del perro. De modo que el mago, lo convirtió en perro. Luego empezó a sentir miedo de la pantera, y el mago lo convirtió en pantera. Con lo cual comenzó a temer al cazador.
Llegado a este punto, el mago se dio por vencido y volvió a convertirlo en ratón, diciéndole:
“Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón.”
“Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón.”
miércoles, 10 de agosto de 2016
El Perro Cazador y Su Amo
Había una vez un perro cazador cuyo orgullo era servir a su amo.
Cada día ambos dejaban temprano en la mañana la cabaña en la que habitaban y se adentraban en el bosque en busca de las mejores presas que les permitieran alimentarse y vivir un poco de la venta de carne.
El perro era tan diestro en lo suyo, que por jornada ubicaba al menos tres o cuatro presas para su amo; una para comer ellos y otras tres para vender.
El amo estaba más que orgulloso de la habilidad de su perro para el trabajo. Tenía tan buen olfato y era tan veloz ubicando y atrapando a la presa, para que luego él la rematase, que era imposible que desease algún otro chucho en el mundo.
Sin embargo, nadie ni ninguna suerte escapan al paso del tiempo.
Lamentablemente los perros, a pesar de ser el mejor amigo animal del hombre, no duran tanto como este, y entre una década y 15 años sus habilidades y vida van mermando y apagándose.
Así, el perro cazador de nuestra historia veía como cada mes que pasaba tenía menos habilidad para la faena diaria.
Su olfato no detectaba presas buenas a la misma distancia que antes, su velocidad tampoco era la misma y para colmo su visión y sus mordidas no eran tan sagaces ni fuertes respectivamente como antaño.
Por este motivo la cantidad de presas iba en decadencia.
Durante todo un año dejaron de ser cuatro para ser tres, al siguiente dos y durante el último par de años tanto él como su amo debían conformarse con solo una.
El dueño del can percibía que su chucho no era el mismo, pero asociaba esta disminución más a la fortuna y la mala suerte que a otra cosa. Para colmo de males, el tamaño y composición de las presas también iba en decadencia.
Y es que el perro cazador más no podía hacer. Sus huesos se resentían cada vez que emprendía una carrera y sus músculos dolían cada vez que se batía con una presa para que luego viniese el amo a rematarla.
La mala fortuna o la carencia de éxito en las jornadas de caza siguieron acrecentándose.
Hubo una semana incluso en la que nada pudieron cazar y la pobreza extrema comenzó a invadir la cabaña del perro y su amo.
Para hacer frente a esta situación el amo decidió salir un día más temprano aún que de costumbre.
El perro cazador, consciente de que el paso del tiempo y la mella que este había hecho en él y sus habilidades eran los principales culpables de la dramática situación, salió con el mismo ímpetu de siempre, ese que lo convirtió en su momento en el mejor perro cazador del bosque.
Tras andar unos kilómetros su viejo olfato percibió una presa buena, esa que hacía tiempo no habían podido cazar.
Pensó inteligentemente que si el olor llegaba a su desgastado sentido era porque el animal andaba realmente cerca.
Se concentró todo lo que podía permitirle su cansado cerebro de perro y no perdió la pista. Tras unos metros olfateando llegó a un descampado en cuyo extremo se hallaba un gran jabalí, con tanta carne como para alimentarlos a él y su amo durante una semana, e incluso vender un poco en el pueblo.
Radiante de júbilo el perro asumió la posición de firme típica de los canes cazadores para señalar la dirección en que se ha ubicado una presa.
Al verla, el amo le dio la señal de que fuese a por ella, mientras él cargaba su escopeta de perdigones.
El perro cazador se esforzó nuevamente y sacó fuerzas de donde no las había. Exigió tanto a sus huesos y músculos en una brutal carrera, que estos se resintieron y lo hicieron gemir de dolor.
No obstante, el can sorprendió al jabalí y, haciendo caso omiso del terrible dolor general que lo embargaba, se le lanzó al cuello para derrumbarlo con una poderosa mordida.
Pero sucede que de poderosa nada. La mordida del perro fue bastante inofensiva, debido a que sus dientes estaban muy mellados por el paso inexorable del tiempo.
Por ello, y por mucho que el chucho se esforzó, el jabalí pudo desprenderse y echar a huir, con tan solo una leve herida que no le impediría conservar la vida.
Al ver todo lo sucedido el amo irrumpió en el descampado e increpó al perro.
-Para nada sirves ya. ¿Cómo se te ha podido escapar ese buen jabalí? Nos hubiese venido muy bien. Creo que no me eres útil y constituyes tan solo una carga para mí. Tendré que deshacerme de ti y conseguir otro perro.
Acongojado por estas palabras el otrora perro cazador ripostó:
-Buen amo mío. No me maltrates por ser víctima yo del paso del tiempo. A pesar de estar viejo y de que mis habilidades no son las mismas de antaño, soy en esencia el mismo animal que tan buenas presas te propició y junto al que viviste momentos de buena fortuna. Por tanto, ¿crees que es justo lo que dices?
Las palabras del perro impactaron en el amo, que recapacitó enseguida. Aquello y aquellos que nos han sido útiles en determinados momentos de nuestra vida, no por viejos dejan de ser parte importante y querida de la misma.
Por ello permaneció junto al perro cazador durante el resto de la vida de este y por muchos canes que tuvo después, ninguno fue como aquel que le hizo aprender tan importante lección.
martes, 9 de agosto de 2016
El Fuego
El maestro Zen Mu-nan sabía que no tenía más que un sucesor: su discípulo Shoju.
Un día le hizo llamar y le dijo:
– Yo ya soy un viejo, Shoju, y eres tú quien debe proseguir estas enseñanzas. Aquí tienes un libro que ha sido transmitido de maestro a maestro durante siete generaciones. Yo mismo he añadido al libro algunas notas que te serán de utilidad. Aquí lo tienes. Consérvalo como señal de que eres mi sucesor.
– Yo ya soy un viejo, Shoju, y eres tú quien debe proseguir estas enseñanzas. Aquí tienes un libro que ha sido transmitido de maestro a maestro durante siete generaciones. Yo mismo he añadido al libro algunas notas que te serán de utilidad. Aquí lo tienes. Consérvalo como señal de que eres mi sucesor.
– Harías mejor en guardarte el libro, replicó Shoju. Tú me transmitiste el Zen sin necesidad de palabras escritas y seré muy dichoso de conservarlo de este modo.
– Lo sé, lo sé – dijo con paciencia Mu-nan. Pero aún así el libro ha servido a siete generaciones y también puede ser útil para ti. De modo que tómalo y consérvalo.
Se hallaban los dos hablando junto al fuego. En el momento en que los dedos de Shoju tocaron el libro, lo arrojó al fuego. No le apetecían nada las palabras escritas.
Mu-nan; a quien nadie había visto jamás enfadado, gritó:
– ¿Qué disparate estás haciendo?
– ¿Qué disparate estás haciendo?
Y Shoju le replicó:
– ¿Qué disparate estás diciendo?
– ¿Qué disparate estás diciendo?
Maestro: el guru habla con autoridad de lo que él mismo ha experimentado. Nunca cita un libro.
viernes, 5 de agosto de 2016
El Cuento de los Amigos
Esta es la historia de dos amigos, Pedro y Ramón, que se querían como hermanos a pesar de no tener vínculo familiar alguno.
Tenían una amistad tan grande, que para todos los moradores del pueblo eran como inseparables hermanos o gemelos sin mucho parecido físico, ya que uno era más alto y el otro más grueso, uno rubio y otro trigueño.
Su vínculo surgió desde que eran niños. Vivían cerca uno del otro y desde pequeños se adaptaron a jugar juntos y desempeñar todas las tareas en conjunto.
Podía vérseles lo mismo jugando a las escondidas que correteando de aquí para allá o dándose un chapuzón en la laguna, o jugando con animales, en fin, todo lo que un niño hace para hacer sus días divertidos.
De igual forma, los dos ayudaban mucho en sus casas y compartían las tareas del cole, por lo que los padres de cada uno querían al otro como un hijo más.
Así, Pedro y Ramón fueron creciendo, y también lo hicieron su amistad y las labores que hacían juntos.
Por supuesto, a medida que maduraban no hacían lo mismo que antes, pero igual se les podía ver juntos haciendo cualquier tarea típica de hombres de pueblo de leñadores como talando árboles, llevando madera al aserradero, vendiéndola o contribuyendo con su fuerza a la ejecución de las obras del vecindario.
Asimismo, compartían partidas de ajedrez y naipe, asados, horas de bares y muchas cosas más.
Tan inseparables eran que incluso cuando se casaron y tuvieron que construir su casa y su familia, lo hicieron uno al lado del otro, para que sus familias fuesen partícipes también del bello lazo de amistad que los unía.
Son muchos los ejemplos y las historias que reafirman que pocas veces se ha visto una amistad como la que unía a estos leñadores. Sin embargo hay una que resulta excepcional.
Resulta que un día estaba Pedro profundamente dormido en su hogar, junto a su esposa e hijo pequeño. Había tenido una jornada bastante tranquila en el trabajo y no había sucedido nada que se saliese de su rutina habitual.
Sin embargo, de repente despertó sobresaltado, como quien tuviese una gran preocupación o tormento en su cabeza.
Sin dar explicación a su cónyuge, extremadamente intrigada por la agitación de su marido, tomó una farola y fue rápido a casa de su vecino y amigo Ramón, al que tocó la puerta con una dureza típica de una persona apurada.
En unos segundos, también asustado, Ramón abrió su puerta y al ver a su amigo tan pálido le preguntó:
-¿Pasa algo Pedro? ¿Por qué me tocas a la puerta tan tarde en la noche y con ese sobresalto?
El interpelado no pudo responder de pronto, pues su nerviosismo y agitación no le dejaban aún recuperar el aliento e hilvanar las ideas para narrar lo sucedido.
Ante este silencio Ramón volvió a intervenir.
-En serio, dime –le pidió. –Me tienes preocupado. ¿Pasa algo en tu casa? ¿Intentaron robarte? ¿Están bien tu esposa e hijo? ¿Te sucede algo a ti, te sientes enfermo acaso?
Ante tanta insistencia, y un poco más recuperado, Pedro pudo responder a Ramón.
-Amigo, no pasa nada. Sucede que dormía profundamente y de repente me vi en un extraño sueño, donde corrías un grave peligro. Disculpa mi agitación y mis formas, pero tenía que asegurarme de que tanto tú como tu familia estaban en perfectas condiciones.
Agradecido y feliz, Ramón contestó:
-¡Qué disculpas ni ocho cuartos! ¿Cómo vas a pedir mi perdón por algo que debería agradecer yo? Tener un amigo que preocupe así por uno es de lo más grande que se puede desear en la vida. Ahora te digo, ten por seguro que yo haría lo mismo por ti, sin importar la hora que fuese.
Y así ambos amigos se fundieron en un abrazo y fueron a jugar una partida de naipes y a beber una cerveza hasta que a Pedro se le calmase su sobresalto.
Su amistad después de ese día siguió siendo igual de fuerte, tal vez un poco más, lo que demostró a todos los que lo conocían, y a nosotros que nos enteramos ahora de sus peripecias, que amistad como la de ellos hay realmente pocas y que los verdaderos amigos son aquellos que siempre están ahí el uno para el otro, tanto en las buenas como en las malas.
En sus familias la historia se repitió con sus hijos, luego con sus nietos, bisnietos y así indefinidamente, aunque por supuesto, ya esas serían otras historias y otros sueños para narrar.
jueves, 4 de agosto de 2016
Por Favor Ayudenme Soy Ciego
Había un hombre sentado en la esquina de una calle, con una gorra a sus pies y un pedazo de madera que, escrito con tiza blanca, decía:
“Por favor, ayúdame, soy ciego”.
Un creativo de publicidad que iba de camino al trabajo se detuvo frente a él, leyó el letrero y se quedó pensativo. El ejecutivo observó que sólo había unas cuantas monedas en la gorra. Sin pedirle permiso, cogió el cartel, le dio la vuelta, tomó una tiza y escribió otra frase en la parte de detrás. A continuación volvió a poner el pedazo de madera sobre los pies del ciego, y se marchó sin decir una palabra.
Por la tarde, el creativo volvió a pasar frente al ciego que pedía limosna. Su gorra estaba llena de billetes y monedas. El ciego reconoció sus pasos y le preguntó si había sido él quien había cogido su cartel y había garabateado en él. “¿Qué es lo que usted ha escrito o pintado en mi tabla?”, le preguntó con curiosidad el invidente.
El publicista le contestó:
“Nada que no sea tan cierto como tu anuncio, aunque está expresado con otras palabras”. El publicista sonrió y continuó su camino.
El ciego nunca lo supo, pero su nuevo cartel rezaba:
“Hoy es primavera, y no puedo verla”.
“Por favor, ayúdame, soy ciego”.
Un creativo de publicidad que iba de camino al trabajo se detuvo frente a él, leyó el letrero y se quedó pensativo. El ejecutivo observó que sólo había unas cuantas monedas en la gorra. Sin pedirle permiso, cogió el cartel, le dio la vuelta, tomó una tiza y escribió otra frase en la parte de detrás. A continuación volvió a poner el pedazo de madera sobre los pies del ciego, y se marchó sin decir una palabra.
Por la tarde, el creativo volvió a pasar frente al ciego que pedía limosna. Su gorra estaba llena de billetes y monedas. El ciego reconoció sus pasos y le preguntó si había sido él quien había cogido su cartel y había garabateado en él. “¿Qué es lo que usted ha escrito o pintado en mi tabla?”, le preguntó con curiosidad el invidente.
El publicista le contestó:
“Nada que no sea tan cierto como tu anuncio, aunque está expresado con otras palabras”. El publicista sonrió y continuó su camino.
El ciego nunca lo supo, pero su nuevo cartel rezaba:
“Hoy es primavera, y no puedo verla”.
miércoles, 3 de agosto de 2016
EL PRINCIPE Y EL GNOMO
Trasladen su conciencia a un lugar muy bello, a un paraíso en esta tierra. Dispóngase a escuchar un cuento sentados cómodamente para que puedan percibir de una manera vivencial lo que les vamos ir contando. Disfruten del paisaje, perciban el olor de las flores, de la hierba húmeda de este gran paraíso.
Observen como vuelan las aves, sientan el revolotear de las mariposas a su alrededor, sientan a todos los seres que los acogen con amor.
Dentro de este mágico lugar se encuentra un pequeño príncipe, con un corazón lleno de amor y con un desbordante anhelo de vivir. Este príncipe tiene un padre muy generoso que le obsequia todo cuanto quisiere, pues como heredero de todo ese gran reino, tenía todo lo que un ser humano pudiera desear, todo esto le pertenecía a él y cualquiera daría todo por tener la riqueza que él tenía.
Sin embargo, dentro de su corazón sentía una profunda tristeza porque no era eso lo que él quería. Su naturaleza divina lo impulsaba a aspirar cosas que su padre no le podía dar, que no podía conseguir con toda su riqueza.
La gente del pueblo viendo su tristeza, no entendía por qué, si aparentemente tenía todo, no era feliz.
Un día, jugando por el bosque, se encontró con un pequeño gnomo que percibió su tristeza y le preguntó:
_"¿Qué es lo que buscas, pequeño príncipe?"
Y el niño viendo hacia el cielo, le respondió:
"_Yo quiero una estrella, quiero ser como una de ellas, más no sé cómo hacerlo."
_"¿Quién me podrá dar esa estrella?"
Y el gnomo respondió:
"_Nadie te la dará, porque la estrella se tiene que conquistar y para llegar a ella y ser como ella, sólo a través del corazón, del trabajo, del amor, podrás alcanzarla. Porque cada estrella es el ser que refleja luz de Dios. Si quieres ser una estrella tendrás que trabajar mucho para convertirte en ella."
Si ustedes tienen el verdadero anhelo de ser una estrella, deberán trabajar desarrollando las virtudes. Pues sólo los que trabajan duro pueden ir reflejando la luz interior.
Este es para los que perseveran, los demás se van quedando en el camino, atrapados por las trampas de la vida.
Observen como vuelan las aves, sientan el revolotear de las mariposas a su alrededor, sientan a todos los seres que los acogen con amor.
Dentro de este mágico lugar se encuentra un pequeño príncipe, con un corazón lleno de amor y con un desbordante anhelo de vivir. Este príncipe tiene un padre muy generoso que le obsequia todo cuanto quisiere, pues como heredero de todo ese gran reino, tenía todo lo que un ser humano pudiera desear, todo esto le pertenecía a él y cualquiera daría todo por tener la riqueza que él tenía.
Sin embargo, dentro de su corazón sentía una profunda tristeza porque no era eso lo que él quería. Su naturaleza divina lo impulsaba a aspirar cosas que su padre no le podía dar, que no podía conseguir con toda su riqueza.
La gente del pueblo viendo su tristeza, no entendía por qué, si aparentemente tenía todo, no era feliz.
Un día, jugando por el bosque, se encontró con un pequeño gnomo que percibió su tristeza y le preguntó:
_"¿Qué es lo que buscas, pequeño príncipe?"
Y el niño viendo hacia el cielo, le respondió:
"_Yo quiero una estrella, quiero ser como una de ellas, más no sé cómo hacerlo."
_"¿Quién me podrá dar esa estrella?"
Y el gnomo respondió:
"_Nadie te la dará, porque la estrella se tiene que conquistar y para llegar a ella y ser como ella, sólo a través del corazón, del trabajo, del amor, podrás alcanzarla. Porque cada estrella es el ser que refleja luz de Dios. Si quieres ser una estrella tendrás que trabajar mucho para convertirte en ella."
Si ustedes tienen el verdadero anhelo de ser una estrella, deberán trabajar desarrollando las virtudes. Pues sólo los que trabajan duro pueden ir reflejando la luz interior.
Este es para los que perseveran, los demás se van quedando en el camino, atrapados por las trampas de la vida.
martes, 2 de agosto de 2016
EL MAGO Y EL RATON
Cada vez que observamos a lo largo de sus actividades como se sienten menos o más que sus demás hermanos, nos parecen a esas pequeñas luciérnagas que en la oscuridad prenden y apagan. Cuando sienten que no son importantes en el Plan Divino es como si estuvieran apagados, pero cuando reconocen su importancia en los trabajos por realizar se iluminan ante nuestros ojos espirituales.
El cuento de hoy nos recuerda uno de tantos cuentos que tienen en sus manos desde que son pequeños. Servirá a todos para recordar la importancia que cada servidor tiene dentro del Plan
Divino y ayudará a que cada vez sea más el tiempo que permanezcan encendidos. Aún falta muchas cosas por pasar, muchas experiencias por vivir para que nosotros podamos decir :
"siempre están encendidos". Mientras tanto, sirva esta parábola para recordarles qué tan valiosos son :
Era un gran mago que todo lo podía, de fuerza y poder extraordinario. Un día, en su camino vio a un pequeño, al verlo se dijo a sí mismo :
--"Haré algo bueno por él".
Sus palabras se dirigieron entonces al frágil ratoncito :
--"Has pasado por mi camino, en premio, ya no serás más un ratón , serás la más bella de las mujeres, la más talentosa, la más llena de todas las virtudes."
Dicho esto, con un breve ademán, la convirtió, según su propósito, en una bella doncella. Una vez hecho esto le dijo :
--" Ahora, ¿qué deseas ?, pídame lo que quieras, mi fuerza y mi poder es grande. Dime qué es lo que deseas, que yo te lo concederé.
La doncella respondió :
--"Quiero casarme con el ser más poderoso de la Tierra".
El mago respondió :
--"Te casaras con el Sol, él es quién da Luz y Calor al planeta."
El Sol respondió :
--"¿Qué tanto es mi valor y mi poder que una simple nube puede cubrirme y quitar mi calor ?"
EL mago reflexionó y dijo :
--"Es cierto, entonces, será con las nubes que son capaces de tapar al sol, que nos dan la lluvia para que crezcan los campos, con el agua que es indispensable para la vida".
Más el ser de las nubes respondió :
--"Tanta es mi fuerza y mi importancia, que el viento, solo, me
mueve a su antojo".
Nuevamente el mago pensó :
--"Es cierto, te casaremos con el viento".
El viento, habiendo escuchado dijo:
--"Tanta es mi fuerza, que una montaña me detiene y no puedo pasar a otro lado, me estrello contra ella, y más no puedo avanzar".
El mago se quedó razonando nuevamente:
--"¡ Ya sé !, te casarás con el espíritu de la montaña, nadie la mueve".
A lo que la montaña respondió:
--"No soy el más poderoso de la Tierra... ¿Qué tanto es mi valor, que un simple ratoncito me roe las entrañas, y hace su madriguera dentro de mi ?"
Comprendiendo el mago la verdad de todo lo anteriormente dicho, y sin decir más, volvió a su forma original a la que antes era una ratoncita. Luego la observo alejarse con el ratón que roía las entrañas de las montañas y comprendió el mago:
--"Nadie es más fuerte y nadie es mejor, sólo Dios en su infinita sabiduría da a cada ser su lugar."
--"Cada uno tiene su importancia, cada uno es hijo de Dios, en las múltiples manifestaciones del ser."
El cuento de hoy nos recuerda uno de tantos cuentos que tienen en sus manos desde que son pequeños. Servirá a todos para recordar la importancia que cada servidor tiene dentro del Plan
Divino y ayudará a que cada vez sea más el tiempo que permanezcan encendidos. Aún falta muchas cosas por pasar, muchas experiencias por vivir para que nosotros podamos decir :
"siempre están encendidos". Mientras tanto, sirva esta parábola para recordarles qué tan valiosos son :
Era un gran mago que todo lo podía, de fuerza y poder extraordinario. Un día, en su camino vio a un pequeño, al verlo se dijo a sí mismo :
--"Haré algo bueno por él".
Sus palabras se dirigieron entonces al frágil ratoncito :
--"Has pasado por mi camino, en premio, ya no serás más un ratón , serás la más bella de las mujeres, la más talentosa, la más llena de todas las virtudes."
Dicho esto, con un breve ademán, la convirtió, según su propósito, en una bella doncella. Una vez hecho esto le dijo :
--" Ahora, ¿qué deseas ?, pídame lo que quieras, mi fuerza y mi poder es grande. Dime qué es lo que deseas, que yo te lo concederé.
La doncella respondió :
--"Quiero casarme con el ser más poderoso de la Tierra".
El mago respondió :
--"Te casaras con el Sol, él es quién da Luz y Calor al planeta."
El Sol respondió :
--"¿Qué tanto es mi valor y mi poder que una simple nube puede cubrirme y quitar mi calor ?"
EL mago reflexionó y dijo :
--"Es cierto, entonces, será con las nubes que son capaces de tapar al sol, que nos dan la lluvia para que crezcan los campos, con el agua que es indispensable para la vida".
Más el ser de las nubes respondió :
--"Tanta es mi fuerza y mi importancia, que el viento, solo, me
mueve a su antojo".
Nuevamente el mago pensó :
--"Es cierto, te casaremos con el viento".
El viento, habiendo escuchado dijo:
--"Tanta es mi fuerza, que una montaña me detiene y no puedo pasar a otro lado, me estrello contra ella, y más no puedo avanzar".
El mago se quedó razonando nuevamente:
--"¡ Ya sé !, te casarás con el espíritu de la montaña, nadie la mueve".
A lo que la montaña respondió:
--"No soy el más poderoso de la Tierra... ¿Qué tanto es mi valor, que un simple ratoncito me roe las entrañas, y hace su madriguera dentro de mi ?"
Comprendiendo el mago la verdad de todo lo anteriormente dicho, y sin decir más, volvió a su forma original a la que antes era una ratoncita. Luego la observo alejarse con el ratón que roía las entrañas de las montañas y comprendió el mago:
--"Nadie es más fuerte y nadie es mejor, sólo Dios en su infinita sabiduría da a cada ser su lugar."
--"Cada uno tiene su importancia, cada uno es hijo de Dios, en las múltiples manifestaciones del ser."
lunes, 1 de agosto de 2016
Todo Pasa
Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:
- Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total... Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.
El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y éste le dijo:
- No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje - el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey- Pero no lo leas -le dijo- mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.
Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos.
No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino...
De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso: Simplemente decía: "ESTO TAMBIÉN PASARÁ". Mientras leía "esto también pasará" sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos. El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido.
Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes... y él se sentía muy orgulloso de sí mismo.
El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo: Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.
- ¿Qué quieres decir? -preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.
- Escucha -dijo el anciano- este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras.
No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso. No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: "Esto también pasará", y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, porque el orgullo, el ego, había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado. Entonces el anciano le dijo:
- Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.
- Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total... Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.
El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó. Y éste le dijo:
- No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje - el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey- Pero no lo leas -le dijo- mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.
Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos.
No podía seguir hacia delante y no había ningún otro camino...
De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso: Simplemente decía: "ESTO TAMBIÉN PASARÁ". Mientras leía "esto también pasará" sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos. El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido.
Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes... y él se sentía muy orgulloso de sí mismo.
El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo: Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.
- ¿Qué quieres decir? -preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.
- Escucha -dijo el anciano- este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras.
No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso. No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: "Esto también pasará", y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, porque el orgullo, el ego, había desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado. Entonces el anciano le dijo:
- Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.
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