En un
antiguo monasterio, el monje más sabio convocó a todos los aprendices a una
reunión en el área de la cocina. A medida que fueron llegando los jóvenes, el
maestro les fue entregando a cada uno un saco de lona desteñida. Cuando todos
se colocaron alrededor de la mesa central el monje les dijo:
- Todos
guardamos en nuestro corazón diversos rencores contra familiares, amigos,
vecinos, conocidos, desconocidos y a veces hasta contra nosotros mismos.
Busquen en el fondo de sus corazones todas las ocasiones en las cuales ustedes
han dejado de perdonar alguna ofensa, algún agravio o cualquier acción que les
haya producido dolor. Entonces tomen una de estas papas, escriban sobre ella el
nombre de la persona involucrada y colóquenla en el saco que les di. Repitan
esta acción hasta que ya no encuentren más casos en su memoria.
Acatando
las instrucciones, todos fueron llenando poco a poco sus respectivos sacos. Al
terminar el monje agregó:
- Ahora
deberán cargar el saco que llenaron durante todo el día a lo largo de dos
semanas, sin importar dónde vayan o qué tengan que hacer.
Pasados
quince días, el sabio volvió a reunir a los aprendices y les preguntó
- ¿Cómo
se han sentido? ¿Qué les ha parecido esta experiencia?
- Es una
carga realmente pesada, tal vez excesiva. – Respondió uno – Estoy cansado y me
duele la espalda.
- No es
tanto el peso, sino el olor nauseabundo que empiezan a emitir la papas que ya
están podridas – replicó otro.
- Cuanto
más pensaba en las papas, más me pesaban y más sentía ese desagradable olor –
dijo un tercero.
A lo que
el maestro contestó:
- Pues
bien, eso mismo es lo que pasa en nuestros corazones y en nuestro espíritu
cuando en lugar de perdonar guardamos rencor. Al no perdonar a quién nos hirió,
creemos que le estamos haciendo daño, pero en realidad nos perjudicamos a
nosotros mismos. No sabemos si al otro le importa o no recibir nuestro perdón,
pero lo que si es cierto es que el rencor que vamos acumulando a través del
tiempo afecta nuestra autoestima, nuestra capacidad de vivir a plenitud, de
amar, de ser felices y de desarrollarnos emocional y espiritualmente. El rencor
se convierte en una fuerte y desagradable carga que lamentablemente se va
haciendo más pesada cada vez que pensamos en lo ocurrido. El rencor va secando
nuestro corazón. Aprendamos a perdonar al otro aún si no se ha disculpado, aún
si no se lo merece. No sabemos si ese perdón será de utilidad para el otro, lo
importante es que con toda seguridad nos fortalecerá a nosotros mismos.
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