En el
amplio patio de juego de un colegio, un joven que estaba en silla de ruedas
quiso hacer una maniobra algo arriesgada y terminó en el suelo, a un lado de su
silla. Rápidamente trató de reincorporarse haciendo fuerza con sus brazos y
apoyándose la silla. Pero el freno de las ruedas no estaba puesto por lo que la
silla empezó a moverse oscilando de adelante hacia atrás y viceversa, hasta que
se súbitamente se volteó.
Mientras
esto ocurría se acercaba apresuradamente al joven un maestro que desde el otro
lado del patio había presenciado lo ocurrido. Cuando el maestro llegó, se
percató que el joven no se había lesionado gravemente
- ¿Estás
bien? – preguntó el maestro.
- Si –
respondió el joven.
Pero al
ver que el maestro se quedaba a su lado sin hacer nada, el joven extendió los
brazos y le dijo:
-
Ayúdeme, por favor.
- No,
jovencito, usted puede hacerlo solo.
El joven
protestó, lloriqueó, pataleó, amenazó, utilizó todos los recursos emocionales y
de chantaje que a lo largo de los años había aprendido para manipular a sus
padres y amigos. Pero nada de eso funcionó. El maestro seguía a su lado sin
ayudarlo y sin dejar que sus compañeros se acercasen a él. Finalmente, viendo
que no tenía más opciones, continuó con su intento de pararse por su propia
cuenta. Primero enderezó la silla haciendo un increíble juego de palancas con
sus brazos y dos tubos del artefacto. Luego, recordando lo ocurrido minutos
atrás, aseguró los frenos de ambas ruedas para que la silla no se volviera a
mover. Finalmente y tras un increíble esfuerzo se sentó en el suelo, con las
manos agarrando firmemente de los apoyabrazos alzó su cuerpo al la par que iba
contorsionando su tronco para enderezar el cuerpo y terminar sentado en la
posición correcta. Mientras acomodaba sus piernas en los apoya pie de la silla,
miró con rabia al maestro, increpándole:
- Usted
no es bueno, no me ha ayudado.
Soltó
los frenos y empezó a retirarse. El maestro se quedó en el lugar viendo cómo se
alejaba poco a poco, mientras que sus compañeros empezaron a rodearlo y
aplaudirle. De repente el joven se detuvo, se volteó y le dijo al maestro con
una lágrima corriendo por su mejilla:
- Gracias,
sin su ayuda no lo hubiera podido hacer solo.
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