jueves, 3 de septiembre de 2015

Ayudar no es hacer todo el trabajo del otro


En el amplio patio de juego de un colegio, un joven que estaba en silla de ruedas quiso hacer una maniobra algo arriesgada y terminó en el suelo, a un lado de su silla. Rápidamente trató de reincorporarse haciendo fuerza con sus brazos y apoyándose la silla. Pero el freno de las ruedas no estaba puesto por lo que la silla empezó a moverse oscilando de adelante hacia atrás y viceversa, hasta que se súbitamente se volteó.

Mientras esto ocurría se acercaba apresuradamente al joven un maestro que desde el otro lado del patio había presenciado lo ocurrido. Cuando el maestro llegó, se percató que el joven no se había lesionado gravemente

- ¿Estás bien? – preguntó el maestro.

- Si – respondió el joven.

Pero al ver que el maestro se quedaba a su lado sin hacer nada, el joven extendió los brazos y le dijo:

- Ayúdeme, por favor.

- No, jovencito, usted puede hacerlo solo.

El joven protestó, lloriqueó, pataleó, amenazó, utilizó todos los recursos emocionales y de chantaje que a lo largo de los años había aprendido para manipular a sus padres y amigos. Pero nada de eso funcionó. El maestro seguía a su lado sin ayudarlo y sin dejar que sus compañeros se acercasen a él. Finalmente, viendo que no tenía más opciones, continuó con su intento de pararse por su propia cuenta. Primero enderezó la silla haciendo un increíble juego de palancas con sus brazos y dos tubos del artefacto. Luego, recordando lo ocurrido minutos atrás, aseguró los frenos de ambas ruedas para que la silla no se volviera a mover. Finalmente y tras un increíble esfuerzo se sentó en el suelo, con las manos agarrando firmemente de los apoyabrazos alzó su cuerpo al la par que iba contorsionando su tronco para enderezar el cuerpo y terminar sentado en la posición correcta. Mientras acomodaba sus piernas en los apoya pie de la silla, miró con rabia al maestro, increpándole:

- Usted no es bueno, no me ha ayudado.

Soltó los frenos y empezó a retirarse. El maestro se quedó en el lugar viendo cómo se alejaba poco a poco, mientras que sus compañeros empezaron a rodearlo y aplaudirle. De repente el joven se detuvo, se volteó y le dijo al maestro con una lágrima corriendo por su mejilla:


- Gracias, sin su ayuda no lo hubiera podido hacer solo.

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