Un cuento sobre la intolerancia…
Una señora vive a la orilla de un río y se queja a la policía de que unos jovenzuelos se bañan desnudos delante de su casa. El inspector manda a un subalterno que diga a los chicos que no se bañen delante de la casa, sino río arriba donde ya no hay casas. Al cabo de unos días, la dama llama de nuevo por teléfono: los jóvenes nadan todavía al alcance de la vista. El policía vuelve y los manda más arriba. Unos días des¬pués, la señora indignada acude otra vez al ins¬pector y se queja: «Desde la ventana del desván todavía puedo verlos con unos prismáticos».
Uno puede preguntarse: ¿Qué hará la dama, cuando finalmente ya no pueda ver a los chicos desde su casa? Tal vez dará un paseo río arriba, o tal vez le baste la seguridad de que en alguna parte hay quien se baña desnudo. Lo cierto es que seguirá dando vueltas a la idea. Y lo más importante en una idea fija es que es capaz de crear su propia realidad.
Un cuento sobre la intolerancia…
Una señora vive a la orilla de un río y se queja a la policía de que unos jovenzuelos se bañan desnudos delante de su casa. El inspector manda a un subalterno que diga a los chicos que no se bañen delante de la casa, sino río arriba donde ya no hay casas. Al cabo de unos días, la dama llama de nuevo por teléfono: los jóvenes nadan todavía al alcance de la vista. El policía vuelve y los manda más arriba. Unos días des¬pués, la señora indignada acude otra vez al ins¬pector y se queja: «Desde la ventana del desván todavía puedo verlos con unos prismáticos».
Uno puede preguntarse: ¿Qué hará la dama, cuando finalmente ya no pueda ver a los chicos desde su casa? Tal vez dará un paseo río arriba, o tal vez le baste la seguridad de que en alguna parte hay quien se baña desnudo. Lo cierto es que seguirá dando vueltas a la idea. Y lo más importante en una idea fija es que es capaz de crear su propia realidad.
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