Un día,
mientras practicaba en el dojang del maestro Han, ejecutaba los movimientos del
aikido en forma mecánica, haciendo de forma muy deficiente aquello que sabía
hacer bien y volteando a ver el reloj a cada momento.
— Tu mente está en otra parte —observó el
maestro Han, alcabo de unos minutos. Tuve que admitir que, en realidad, mi
mente estaba lejos de ahí. Apenas si me las había arreglado para hacerle lugar
a mi lección entre dos citas de negocios. El maestro Han me hizo una
reverencia, significando con eso
que la
lección había terminado.
Una vez
vestido con ropa de calle, iba a salir del dojang cuando me lo encontré en la
puerta, esperándome.
— Debes aprender a vivir en el presente —me
aconsejó—, no en el futuro ni en el pasado. El Zen enseña que la vida debe vivirse
en el momento. Al vivir en el presente estás en contacto completo contigo mismo
y con tu medio ambiente, tu energía no se disipa y siempre la tienes a tu
disposición. En el presente no hay remordimientos, como en el pasado; por otra
parte, al pensar en el futuro diluyes el presente. El tiempo para vivir esa hora.
"Mientras lo que hagas en el presente sea exactamente lo que estás
haciendo en ese momento y nada más, eres uno contigo mismo y con lo que estás
haciendo. . . y eso es el Zen, el hacer lo que estás haciendo en toda su
plenitud. "Reflexioné luego en lo que el maestro Han había dicho. Una de
las razones principales por las que me gustan las artes marciales, es porque
exigen una concentración total. Durante unas horas cada semana puedo aislarme
de todos los problemas y presiones de mi vida diaria. La rapidez con que tiene
lugar un encuentro o sesión de práctica de las artes marciales, no deja lugar o
tiempo entre dos "puntos" para la reflexión. Pero ese día yo me había
permitido distraerme y mis pensamientos estaban divididos entre la junta que
acababa de terminar y la que iba a tener lugar dentro de pocos minutos. Mi mente
no había estado en la actividad del momento. Entonces recordé con cuánta
frecuencia, al estar trabajando, dejaba que mi mente divagara de esa manera,
disipando al
mismo
tiempo energía y concentración, y tomé la decisión de
que me
entrenaría yo mismo para que tal cosa no volviera a ocurrir. A cada una de mis
actividades le daría mi concentración más absoluta. Cuando regresé a mi
oficina, escribí en una
pequeña tarjeta de archivo "Vive el
Momento" y, con una chinche, la clavé en mi escritorio. Hasta la fecha esa
tarjeta sigue donde la clavé, y vuelvo a leerla cada vez que me percato de que
me estoy distrayendo. Desde ese día, continuamente recuerdo concentrarme en el momento
en lugar de dejar que mi mente divague en el pasado o hacia el futuro.
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