miércoles, 25 de febrero de 2015

El Camino Azul


He vivido intensamente, eso es seguro. Al menos queda esa sensación en mi alma; ese disfrutar de cada paso; ese beber del aire una tarde de verano; esa risa eterna, interminable, hasta hacerme doler los músculos de la cara. Será por todo esto que de alguna manera me resigno, he decidido morir dignamente, tal como he vivido y por  todo lo que he vivido. Pero a veces, paradójicamente, me digo que necesito un poco más, al menos un tiempo que me permita hacer todo aquello que anhelo.
¿Vale la pena que pase mis últimos días de médico en médico, de una clínica a otro hospital? Realmente no lo creo, no quiero este final, quiero vivir el resto tal como lo he hecho hasta ahora.
¿Qué dirán ellos, los que me quieren? ¿Qué sentirán? Seguramente para ellos es igual o quizás aún más doloroso, seguramente querrán lo mejor para mí, sea lo que sea que ello implique. Quieren sostenerme y apoyarme, se muestran alegres al hablar de temas intrascendentes y tratan de ocultarme los ojos enrojecidos de llanto. Si pudiera decirles cuánto los quiero… Si fuera capaz de manifestarles todo aquello que no he podido… Si tan solo…
Vienen a mi memoria como un flash, todas las fiestas, los cumpleaños, esas vacaciones en familia: he dejado lo mejor de mí en cada etapa y he gozado plenamente. Pero ahora, esa película azul, interminablemente azul, no me deja continuar.
Hago un esfuerzo y vuelvo aún más atrás, a mi vida de niño, a mis juegos de niños, a las peleas con mis hermanos, a correr libremente por el campo. El canto de un pájaro llama mi atención, haciéndome girar la cabeza para mirar por la ventana. Los veo. Son unos cuantos gorriones revoloteando en las copas de los árboles. Siento la brisa tibia que entra por el balcón y acaricia mi rostro. ¡Qué bellos están los árboles! De uno de ellos penden unas enormes flores de color blanco. Hace años que está ahí; sin embargo nunca le había prestado demasiada atención. Es la agitación de esta vida, que sólo nos da respiro para tener una gesta gris, convirtiéndonos en personajes grises que no pueden ver ni disfrutar la simple belleza de lo que tenemos al alcance de nuestras manos. ¡Cuántas veces miré sin ver por esta ventana!
Pero ahora el juego es distinto: al menos en este momento le estoy ganando esta partida a esta vida, pese a que sea la última y aunque el cielo se tiña de un azul más profundo ante mis ojos y todo comience a girar y girar, transformándome en el principal protagonista de la misma película azul, con sus personajes azules con vidas azules y esa niebla añil que me envuelve y no me deja respirar libremente.
Luego de unos instantes, me recompongo y los miro: no lo advirtieron. Una risa me hace regresar, ellos se muestran tranquilos. Quizás les hable ahora, debería decirles que les quisiera haber dado más, tal vez nunca reclamaron tenerme más cerca pero lo necesitaron. Ellos supieron y saben que mi corazón los acompaña siempre. Y lo sienten.
Deseo explicarles el porqué de mis ausencias, demostrarles que son lo que más quiero y que he vivido por ellos. Necesito decirles que son el agua de mi vida, la primavera de mi existencia y que nunca, pero nunca los dejaré de amar. Pase lo que pase.
Debo aprovechar en este momento que están todos reunidos… Pero el azul en mi entorno se vuelve más intenso, me invade una sensación de ahogo y las palabras se detienen en mi garganta.
Si tan solo pudiera, desearía decirles simplemente que los amo, pero el dolor se torna tan grande y tan intenso que se paraliza mi cuerpo y mi mente, que continúa su camino azul.
Ellos se preocupan, hacen llamadas telefónicas, formulan preguntas que no llego a comprender y sus rostros comienzan a mezclarse en mi horizonte. ¡Los quiero!, pero no me oyen… Hago un último esfuerzo. Si tan solo pudiera…
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Cuento de: Natalia Lasca

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