He
vivido intensamente, eso es seguro. Al menos queda esa sensación en mi alma;
ese disfrutar de cada paso; ese beber del aire una tarde de verano; esa risa
eterna, interminable, hasta hacerme doler los músculos de la cara. Será por
todo esto que de alguna manera me resigno, he decidido morir dignamente, tal
como he vivido y por todo lo que he
vivido. Pero a veces, paradójicamente, me digo que necesito un poco más, al
menos un tiempo que me permita hacer todo aquello que anhelo.
¿Vale la
pena que pase mis últimos días de médico en médico, de una clínica a otro
hospital? Realmente no lo creo, no quiero este final, quiero vivir el resto tal
como lo he hecho hasta ahora.
¿Qué
dirán ellos, los que me quieren? ¿Qué sentirán? Seguramente para ellos es igual
o quizás aún más doloroso, seguramente querrán lo mejor para mí, sea lo que sea
que ello implique. Quieren sostenerme y apoyarme, se muestran alegres al hablar
de temas intrascendentes y tratan de ocultarme los ojos enrojecidos de llanto.
Si pudiera decirles cuánto los quiero… Si fuera capaz de manifestarles todo
aquello que no he podido… Si tan solo…
Vienen a
mi memoria como un flash, todas las fiestas, los cumpleaños, esas vacaciones en
familia: he dejado lo mejor de mí en cada etapa y he gozado plenamente. Pero
ahora, esa película azul, interminablemente azul, no me deja continuar.
Hago un
esfuerzo y vuelvo aún más atrás, a mi vida de niño, a mis juegos de niños, a
las peleas con mis hermanos, a correr libremente por el campo. El canto de un
pájaro llama mi atención, haciéndome girar la cabeza para mirar por la ventana.
Los veo. Son unos cuantos gorriones revoloteando en las copas de los árboles.
Siento la brisa tibia que entra por el balcón y acaricia mi rostro. ¡Qué bellos
están los árboles! De uno de ellos penden unas enormes flores de color blanco.
Hace años que está ahí; sin embargo nunca le había prestado demasiada atención.
Es la agitación de esta vida, que sólo nos da respiro para tener una
gesta gris, convirtiéndonos en personajes grises que no pueden ver ni disfrutar
la simple belleza de lo que tenemos al alcance de nuestras manos. ¡Cuántas veces
miré sin ver por esta ventana!
Pero ahora el juego es distinto: al menos en este momento
le estoy ganando esta partida a esta vida, pese a que sea la última y aunque el
cielo se tiña de un azul más profundo ante mis ojos y todo comience a girar y
girar, transformándome en el principal protagonista de la misma película azul,
con sus personajes azules con vidas azules y esa niebla añil que me envuelve y
no me deja respirar libremente.
Luego de unos instantes, me recompongo y los miro: no lo
advirtieron. Una risa me hace regresar, ellos se muestran tranquilos. Quizás
les hable ahora, debería decirles que les quisiera haber dado más, tal vez
nunca reclamaron tenerme más cerca pero lo necesitaron. Ellos supieron y saben
que mi corazón los acompaña siempre. Y lo sienten.
Deseo explicarles el porqué de mis ausencias,
demostrarles que son lo que más quiero y que he vivido por ellos. Necesito
decirles que son el agua de mi vida, la primavera de mi existencia y que nunca,
pero nunca los dejaré de amar. Pase lo que pase.
Debo aprovechar en este momento que están todos reunidos…
Pero el azul en mi entorno se vuelve más intenso, me invade una sensación de
ahogo y las palabras se detienen en mi garganta.
Si tan solo pudiera, desearía decirles simplemente que
los amo, pero el dolor se torna tan grande y tan intenso que se paraliza mi
cuerpo y mi mente, que continúa su camino azul.
Ellos se preocupan, hacen llamadas telefónicas, formulan
preguntas que no llego a comprender y sus rostros comienzan a mezclarse en mi
horizonte. ¡Los quiero!, pero no me oyen… Hago un último esfuerzo. Si tan solo
pudiera…
.
Cuento de: Natalia Lasca
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