En un barrio de Bangkok, un niño desesperado robó unas cajas de analgésicos para su madre enferma. La farmacéutica lo descubrió, lo tomó por un brazo y le pegó, provocando un gran alboroto que atrajo la atención de los vecinos.
El propietario de un pequeño restaurante que se encontraba justo enfrente fue testigo de toda la escena. Sin embargo, en vez de tomarle por un delincuente común, se acercó al niño para preguntarle por qué había robado. Este le contó que su madre estaba enferma, tenía la cabeza baja y estaba visiblemente avergonzado por lo que acababa de hacer. Entonces el hombre sacó dinero de su bolsillo y le pagó a la farmacéutica los medicamentos. Se los dio al niño, junto a un caldo de verduras.
Treinta años después, el dueño del restaurante se desmayó y, al caer, se golpeó la cabeza con un bordillo. Su situación era grave y necesitaba una intervención quirúrgica pero la hija no tenía el dinero necesario para costearla. Su padre nunca había sido avaricioso y no había amasado una gran fortuna. En su desesperación, pensaba que si hubiese sido menos generoso y hubiera pensado más en sí mismo, quizás ahora tendría el dinero para pagar el hospital.
Sin embargo, cuando estaba al borde de la desesperación, recibió un documento que decía: “todos los gastos médicos han sido saldados con 3 cajas de analgésicos y un caldo de verduras”.
El niño que había robado los medicamentos para su madre se había convertido en un médico, trabajaba en aquel hospital y al enterarse de la situación del anciano que le había ayudado, decidió devolverle el gesto de generosidad.
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