sábado, 11 de enero de 2014
MI infancia Son Recuerdos...
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos de recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
-ya conocéis mi torpe aliño indumentario-,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y más que un hombre al uso que sabe su doctrina
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto escribo
a mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
lunes, 6 de enero de 2014
El alcalde y la noche de Reyes
En un lindo pueblecito de un lindo país, llegaba a Navidad cargada de
ilusión. Pero al nuevo alcalde, egoísta y gruñón, no le gustaba nada la Navidad
y estaba dispuesto a fastidiar las fiestas a todos. Reunió a todo el pueblo en
la puerta del ayuntamiento y desde el balcón proclamó la no existencia de los
Reyes Magos.
¡¡Oooooohhhh!! exclamaron. Muchos se preguntaron el porqué de esa fatal noticia. El nuevo Alcalde expuso sus motivos: que nadie jamás los había visto, que era absurdo que tres camellos no hicieran ruido alguno y que si alguien tenía alguna prueba de su existencia debía aportarla.
Manuelito dio un paso adelante y explicó que los Reyes siempre se bebían el licor y comían de los dulces que los niños les dejaban. Además los camellos se bebían toda el agua y dejaban huellas en la hierba. Todos los demás aldeanos asintieron con la cabeza murmurando.
- ¡Tonterías que no se pueden probar!, dijo el Alcalde entre dientes. ¡Seguro que son los ratones los que se comen los dulces! ¡Desde hoy no se celebrará más el día de Reyes!
Los niños hicieron un corrillo en el centro de la multitud y después de hablar durante unos minutos, Manuelito se dirigió al alcalde:
- Hemos decidido proponer a todo el mundo una idea para probar la existencia de los Reyes Magos. Consiste en que la noche de Reyes, antes de que caiga el sol, todos nos reunamos en la entrada del pueblo y nos ocultemos bien para poder ver llegar a los Reyes Magos.
Y así lo hicieron todos, incluido el Alcalde gruñón. Se escondieron en los árboles, detrás de las rocas, entre los arbustos, tras las ventanas y hasta entre las ovejas dormidas del rebaño. Ya estaba entrada la noche cuando una extraña niebla blanca los envolvió y todos se quedaron dormidos. Cuando despertaron al amanecer el alcalde empezó a decir:
- ¿Veis como no hemos visto nada? ¡Es todo una patraña!
Pero uno de los niños dijo:
- ¡No os mováis! ¡Allí, en el camino del bosque, se ve algo!
Efectivamente, en el camino que salía del pueblo se veían tres camellos que se movían lentamente cargados de fardos y tres figuras vestidas con capas y coronas de oro que se despedían con las manos de los aldeanos. Todos los habitantes sin excepción podían verlos porque todos creían en ellos con el corazón. Todos menos el alcalde malhumorado que no veía absolutamente nada de nada. Manuelito se acercó a él y le dijo:
- ¡Nunca los verás porque no los miras con los ojos del niño que un día fuiste!
El alcalde se entristeció mucho y se acordó de pronto de aquellos años en los que, de niño, esperaba paciente despierto para poder ver a los Reyes y siempre se quedaba dormido. Entonces creyó recordar que sí que los vio una vez, en un sueño maravilloso que había olvidado por completo. Corrió al camino y abrió los ojos de par en par ilusionado.
- ¡Los veo! ¡Los estoy viendo! ¡Los Reyes existen! ¡Qué equivocado estaba!
Todos rieron de felicidad y se acercaron al alcalde, le abrazaron y volvieron juntos a sus casas para abrir sus regalos. Como siempre ha sido pasaron unas navidades estupendas, incluido el alcalde gruñón que recibió como regalo un impresionante camello, ¡de juguete, claro!
Rosa del Valle Trenado Cabello
¡¡Oooooohhhh!! exclamaron. Muchos se preguntaron el porqué de esa fatal noticia. El nuevo Alcalde expuso sus motivos: que nadie jamás los había visto, que era absurdo que tres camellos no hicieran ruido alguno y que si alguien tenía alguna prueba de su existencia debía aportarla.
Manuelito dio un paso adelante y explicó que los Reyes siempre se bebían el licor y comían de los dulces que los niños les dejaban. Además los camellos se bebían toda el agua y dejaban huellas en la hierba. Todos los demás aldeanos asintieron con la cabeza murmurando.
- ¡Tonterías que no se pueden probar!, dijo el Alcalde entre dientes. ¡Seguro que son los ratones los que se comen los dulces! ¡Desde hoy no se celebrará más el día de Reyes!
Los niños hicieron un corrillo en el centro de la multitud y después de hablar durante unos minutos, Manuelito se dirigió al alcalde:
- Hemos decidido proponer a todo el mundo una idea para probar la existencia de los Reyes Magos. Consiste en que la noche de Reyes, antes de que caiga el sol, todos nos reunamos en la entrada del pueblo y nos ocultemos bien para poder ver llegar a los Reyes Magos.
Y así lo hicieron todos, incluido el Alcalde gruñón. Se escondieron en los árboles, detrás de las rocas, entre los arbustos, tras las ventanas y hasta entre las ovejas dormidas del rebaño. Ya estaba entrada la noche cuando una extraña niebla blanca los envolvió y todos se quedaron dormidos. Cuando despertaron al amanecer el alcalde empezó a decir:
- ¿Veis como no hemos visto nada? ¡Es todo una patraña!
Pero uno de los niños dijo:
- ¡No os mováis! ¡Allí, en el camino del bosque, se ve algo!
Efectivamente, en el camino que salía del pueblo se veían tres camellos que se movían lentamente cargados de fardos y tres figuras vestidas con capas y coronas de oro que se despedían con las manos de los aldeanos. Todos los habitantes sin excepción podían verlos porque todos creían en ellos con el corazón. Todos menos el alcalde malhumorado que no veía absolutamente nada de nada. Manuelito se acercó a él y le dijo:
- ¡Nunca los verás porque no los miras con los ojos del niño que un día fuiste!
El alcalde se entristeció mucho y se acordó de pronto de aquellos años en los que, de niño, esperaba paciente despierto para poder ver a los Reyes y siempre se quedaba dormido. Entonces creyó recordar que sí que los vio una vez, en un sueño maravilloso que había olvidado por completo. Corrió al camino y abrió los ojos de par en par ilusionado.
- ¡Los veo! ¡Los estoy viendo! ¡Los Reyes existen! ¡Qué equivocado estaba!
Todos rieron de felicidad y se acercaron al alcalde, le abrazaron y volvieron juntos a sus casas para abrir sus regalos. Como siempre ha sido pasaron unas navidades estupendas, incluido el alcalde gruñón que recibió como regalo un impresionante camello, ¡de juguete, claro!
Rosa del Valle Trenado Cabello
La noche de Reyes
Los tres reyes magos llegaron a casa muy, muy tarde, casi de día.
La noche había sido muy larga y sus pies estaban doloridos. Se quitaron sus lujosas vestimentas y tras, lavarse los dientes, se pusieron los pijamas rápidamente para que no les cogiera el frío.
Los tres Magos dormían juntos en una habitación muy especial de tres camas. Melchor fue el primero que se metió en la cama, después fue Gaspar, con su pijama de rayas, y por último Baltasar.
Melchor apagó la luz y, en la oscuridad de la noche y con voz muy seria y grave, les susurró a sus hermanos:
- Recordad: aunque oigáis ruidos, no se os ocurra levantaros…
Cuando el sol de la mañana les despertó, Baltasar pegó un salto de su cama y corrió a despertar a los otros dos Magos. La habitación estaba llena de sonrisas de agradecimiento de todos los niños del mundo envueltas en papel de colores.
Los tres Magos se pasaron el día abriendo cada una de las sonrisas y dando gracias por ser tan afortunados. Ellos sabían que el mejor regalo nunca se compra con dinero.
Gema Molina Gómez
La noche había sido muy larga y sus pies estaban doloridos. Se quitaron sus lujosas vestimentas y tras, lavarse los dientes, se pusieron los pijamas rápidamente para que no les cogiera el frío.
Los tres Magos dormían juntos en una habitación muy especial de tres camas. Melchor fue el primero que se metió en la cama, después fue Gaspar, con su pijama de rayas, y por último Baltasar.
Melchor apagó la luz y, en la oscuridad de la noche y con voz muy seria y grave, les susurró a sus hermanos:
- Recordad: aunque oigáis ruidos, no se os ocurra levantaros…
Cuando el sol de la mañana les despertó, Baltasar pegó un salto de su cama y corrió a despertar a los otros dos Magos. La habitación estaba llena de sonrisas de agradecimiento de todos los niños del mundo envueltas en papel de colores.
Los tres Magos se pasaron el día abriendo cada una de las sonrisas y dando gracias por ser tan afortunados. Ellos sabían que el mejor regalo nunca se compra con dinero.
Gema Molina Gómez
viernes, 3 de enero de 2014
El Pato y el Ganzo
Habia una vez en un espejo de agua en donde un pato se creia mas que un ganso. El hecho era muy curioso ya que el pato no podia volar, pero se consideraba un gran nadador. Un dia le desafio a una carrera al ganso solo para humillarlo. Pero este siendo inteligente le dijo: no solo hagamos una competencia de nado, sino también de vuelo y el ganador sera el amo del agua y del cielo. El pato orgulloso no se quiso echar atrás y aceptó proponiendo arrancar con el nado. El ganso aceptó, dispusieron las metas y empezo la competencia. Como era de esperarse el pato sacó ventaja en el nado, pero a la hora del vuelo solo pudo revolotear un poco. Humillado por tal derrota se mudo a otro charco por ahi y nunca mas molesto al ganso.
jueves, 2 de enero de 2014
Un año nuevo
Dicen que cuando se acerca fin de año los ángeles curiosos se sientan al borde
de las nubes a escuchar los pedidos que llegan desde la tierra.
- ¿Qué hay de nuevo? -pregunta un ángel pelirrojo, recién
llegado.
Lo de siempre: amor, paz, salud, felicidad...- contesta el ángel más viejo.
Lo de siempre: amor, paz, salud, felicidad...- contesta el ángel más viejo.
Y bueno, todas esas son cosas muy importantes.
Lo que pasa es que hace siglos que estoy escuchando los mismos
pedidos y aunque el tiempo pasa los hombres no parecen comprender que esas cosas
nunca van a llegar desde el cielo, como un regalo.
¿Y qué podríamos hacer para ayudarlos? - Dice el más joven y
entusiasta de los ángeles.
¿Te animarías a bajar con un mensaje y susurrarlo al oído de los que quieran escucharlo? - pregunta el anciano.
¿Te animarías a bajar con un mensaje y susurrarlo al oído de los que quieran escucharlo? - pregunta el anciano.
Tras una larga conversación se pusieron de acuerdo y el ángel
pelirrojo se deslizó a la tierra convertido en susurro y trabajó duramente
mañana, tarde y noche, hasta 1os últimos minutos del último día del año.
Ya casi se escuchaban las doce campanadas y el ángel viejo
esperaba ansioso la llegada de una plegaria renovada. Entonces, luminosa y
clara, pudo oír la palabra de un hombre que decía:
"Un nuevo año comienza. Entonces, en este mismo instante, empecemos a recrear un mundo distinto, un mundo mejor:
sin violencia, sin armas, sin fronteras, con amor, con dignidad; con menos policías y más maestros, con menos cárceles y más escuelas, con menos ricos y menos pobres.
"Un nuevo año comienza. Entonces, en este mismo instante, empecemos a recrear un mundo distinto, un mundo mejor:
sin violencia, sin armas, sin fronteras, con amor, con dignidad; con menos policías y más maestros, con menos cárceles y más escuelas, con menos ricos y menos pobres.
Unamos nuestras manos y formemos una cadena humana de niños,
jóvenes y viejos, hasta sentir que un calor va pasando de un cuerpo a otro, el
calor del amor, el calor que tanta falta nos hace.
Si queremos, podemos conseguirlo, y si no lo hacemos estamos
perdidos, porque nadie más que nosotros podrá construir nuestra propia
felicidad".
Desde el borde de una nube, allá en el cielo, dos ángeles
cómplices sonreían satisfechos.
Del libro: "Cuentos para Niños de 8 a 108 II" - Pancho Aquino.
Del libro: "Cuentos para Niños de 8 a 108 II" - Pancho Aquino.
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