La
primera vez que escuché sobre la pequeña Mitli yo tenía 7 años y estaba
comiéndome a escondidas las mandarinas del altar del día de muertos; cuando mi
abuela me descubrió me dijo que si continuaba robándome la comida de los
difuntos Mitli aparecería en la noche y me robaría mis juguetes como venganza.
Claro está que yo no sabía quién era Mitli ni porqué querría vengarse de mi así
que mi abuelita tuvo que explicármelo pacientemente:
Mitli
era la hija de los señores del Mictlan. Sobre su nacimiento nadie estaba
seguro: Unos decían que había nacido de los pensamientos de sus padres, otros
que había florecido tal como lo hace la flor de cempasúchil y otros más afirmaban
que en realidad Mitli se había formado de la mezcla de gotas de mandarina con
la tierra; fuera como fuera lo cierto es que sus padres la querían y consentían
mucho ya que era su única hija. Mitli había conseguido que sus papás le dieran
dos compañeros de juego: Un pequeño
ajolote rosado llamado Coyolli y un xoloitzcuintle bicolor que se llamaba
Yohualli.
Como es
de imaginarse tanto Mitli como sus nuevos amigos volvían locos a todos en el
Mictlan. El cachorro correteaba por aquí y por allá entre los nueve niveles mordisqueando todo y a todos,
ni siquiera El Señor de la Muerte se salvó de una mordida en el chamorro; hecho
que lo hizo enojarse mucho debo aclarar.
Por su parte Yohualli distraía a todos los otros perros que cruzaban el
río, les hacía cosquillas con sus deditos hasta que terminaban por voltear a
los fantasmas que llevaban sobre sus espaldas. Mitli los miraba divertida desde
la orilla a pesar de la molestia de sus papás. Con el tiempo y después de
tantas travesuras realizadas por los tres el Señor y la Señora de la Muerte
decidieron poner orden en el Mictlan y le dieron a Mitli un tutor que se
encargaría de disciplinarla a ella y a sus compañeros cuando fuera necesario.
Su tutor era nada más y nada menos que Mazatzin, el espíritu de un hombre-venado.
Al
principio fue difícil para todos pues ninguno de ellos estaba acostumbrados a
recibir reprimendas de nadie pero lograron hacer un buen equipo y el Mictlan
volvió a ser el lugar de paz y tranquilidad que era desde siempre. Los padres
de Mitli estaban sorprendidos por ello y decididos a saber su secreto mandaron
a llamar a Mazatzin.
-¿Cómo
has convencido a nuestra pequeña Mitli de portarse bien? ¿Cómo has conseguido
que sus compañeros dejaran atrás sus travesuras? – preguntaron los padres-
-Señor y
Señora. Ellos siguen haciendo travesuras, pero no en este mundo. Les he
prometido que cada vez que se abra el portal con la tierra de los vivos ellos
podràn hacer de las suyas con los niños y las niñas que se coman nuestros
alimentos. Como saben, cada vez hay menos platillos completos que traer aquí
abajo, ya que la mayoría de las frutas, panes y dulces son mordisqueados por
los humanos pequeños.
Los
señores de la Muerte sonrieron al imaginarse a Mitli causando estragos en el
mundo de los vivos, agradecieron a Mazatzin su tenacidad y se retiraron a su
palacio.
Yo me
quedé pensativa y le pregunté a mi
abuela porqué se llevaban la comida en lugar de comerla sentados junto al
altar. Ella me respondió:
-¿Tu
podrías comerte la olla de mole entera, el pan, el atole, los tamales, la
calabaza, los dulces, el camote y el
café sola?
-No
-Bueno
pues ellos tampoco, aparte no son egoístas como lo somos los vivos. Ellos
comparten todo. ¿Has visto lo que hacen las hormigas todos los días?
-¿Buscar
comida para llevarla a su casa?
-Exactamente,
los fantasmas hacen lo mismo. Vienen el día de muertos y se llevan la comida al
Mictlan. La guardan en ollas de barro especiales y les dura hasta el siguiente
año.
-¿Y no
se les acaba?
-No,
porque hay muchos muertos y sus familias dejan comida para más de dos, aparte
ellos comen menos que nosotros porque ya están muertos, niña tonta. Ahora ve por unas mandarinas al mercado para
reponer las que te has robado del altar, si no lo haces Mitli, Coyolli y
Yohualli vendrán a molestarte y Mazatzin no se los impedirá porque te lo
mereces.
Corrí al
puesto de Luisito sin pensarlo dos veces y use mi domingo no solo para comprar
mandarinas, también compré dulces de más, un collar de piedras verdes para
Mitli y unos trozos de carne para Coyolli y Yohualli, a Mazatzin le conseguí
una pequeña canasta de hongos silvestres.
En verdad esperaba que con esto alcanzara para evitar que se enojaran
conmigo. Regresé a casa y puse todo en el altar; ya entrada la noche ayudé a mi
papá a prender las velas y hacer el camino con las flores de cempasúchil,
después me fui a dormir.
Un ruido
extraño me despertó en la madrugada, me levanté sin hacer ruido y desperté a mi
abuelita. Ella me hizo una seña para que guardara silencio y comenzamos a
caminar de puntitas hasta la sala, en donde se encontraba el altar.
¡Allí
estaba Mitli! era una niña chiquita quizá un poco más alta que los chaneques,
tenía su piel morena y sus cabellos negros y de su cuello colgaba el collar que
le dejé; Coyolli estaba sentado sobre su
hombro izquierdo y Yohualli parado junto a ella entre las flores naranjas,
moradas y amarillas. Mazatzin y los fantasmas de mi familia flotaban en el
camino de flores dispuestos a cargar con toda la comida para llenar la alacena
del Mictlan.
Mitli me
miró directamente a los ojos y me sonrió , todos desaparecieron entre la llama
de una de las velas y no los volví a ver hasta el año siguiente.
Cada día
de muertos les dejo un regalo en el altar y ellos dejan un regalo para mí debajo
de mi cama. Hasta la fecha tengo una
colección completa de huesos de dinosaurio, tres quijadas de víbora, un
colmillo de coyote y dos costillas de tlacuache.