lunes, 4 de febrero de 2019

El Vuelo de la Mariposa

Mi madre era hija de una pareja de campesinos. Nació y creció en el campo entre animales, pájaros y flores. Ella nos contó que una mañana, mientras paseaba por el bosque recogiendo ramas caídas para encender el fuego del horno, vio un capullo de gusano colgado de un tallo quebrado. Pensó que sería más seguro para la pobre larva llevarla a casa y adoptarla para su cuidado. Al llegar la puso bajo una lámpara para que le proporcionase calor y la puso bajo una arrimó a una ventana para que el aire no le faltara.
   Durante las siguientes horas mi madre permaneció al lado de su protegida esperando el gran momento, Después de una larga espera, que no terminó hasta la mañana siguiente, la jovencita vio cómo el capullo se rasgaba y una patita larga y velluda asomaba desde dentro. Todo era mágico y mi madre nos contaba que tenía la sensación de estar presenciando un milagro, Pero, de repente, el milagro pareció volverse tragedia. La pequeña mariposa parecía no tener la fuerza suficiente para romper el tejido de su cápsula. Por más que hacía fuerza no conseguía salir por la pequeña perforación de su efímera casita. Mi madre no podía quedarse sin hacer nada. Corrió hacia el cuarto de las herramientas y regresó con un par de pinzas delicadas y unas tijeras largas, finas y afiladas que mi abuela usaba en el bordado. Con mucho cuidado, para no tocar el insecto, fue cortando una ventana en el capullo para permitir que la mariposa saliera de su encierro. Después de unos minutos de angustia, la pobre mariposa consiguió dejar atrás su cárcel y caminó tambaleándose hacia la luz de la ventana. Cuenta mi madre que, llena de emoción, abrió la ventana para despedir a la recién llegada, en su vuelo inaugural.
   Sin embargo, la mariposa no salió volando, ni siquiera cuando con la punta de las pinzas la rozó suavemente. Pensó que estaba asustada con su presencia y la dejó junto a la ventana abierta, con la seguridad de que no la encontraría al regresar. Después de jugar toda la tarde, mi madre volvió a su cuarto y encontró junto a la ventana a su mariposa inmóvil, las alitas pegadas al cuerpo y las patitas tiesas hacia el techo. Mi madre siempre nos contaba con qué angustia fue a llevar el insecto a su padre, para contarle todo lo sucedido y preguntarle qué debería haber hecho para ayudarla mejor. Mi abuelo, que al parecer era uno de esos analfabetas que anda por el mundo, le acarició la cabeza y le dijo que no había nada más que debiera haber hecho, que en realidad la mejor ayuda hubiera sido hacer menos y no más.


   Las mariposas necesitan de ese enorme esfuerzo que significa romper su prisión para poder vivir, porque durante esos instantes, explicó mi abuelo, el corazón late con muchísima fuerza y la presión que se genera en su primitivo árbol circulatorio inyecta sangre en las alas, que así se expanden y la capacitan para volar. La mariposa que fue ayudada a salir de su caparazón nunca pudo expandir sus alas porque mi madre no la había dejado luchar por su vida. Mi madre siempre nos decía que muchas veces le hubiese gustado allanarnos el camino, pero recordaba a su mariposa y prefería dejarnos inyectar nuestras alas con la fuerza de nuestro propio corazón.

viernes, 1 de febrero de 2019

LA TRAMPA PARA RATONES

Érase una vez en una granja un ratón escondido en un agujero en la pared. Un día, mientras se asomaba hacia la cocina, vio como el granjero y su esposa organizaban los artículos que acababan de comprar. El ratón enseguida se dio cuenta de que algo iba mal. Habían comprado una trampa para ratones.
Asustado, se volvió a meter en su escondite y de allí corrió a toda velocidad a avisar a los animales de la granja. Pero le recibieron con indiferencia. “Han comprado una trampa para ratones”, le contó a la gallina. El ave se rió. “Lo siento por ti, amigo ratón, pero a mi eso no me preocupa”. Entonces el roedor acudió al cerdo. “Tienen una trampa para ratones”. Y el cerdo le dijo: “tienes mala suerte, rezaré para que no te pase nada”, pero tampoco le hizo más caso. El ratón fue entonces a ver a la vaca, y esa tampoco se inmutó por la noticia: “pequeño ratón, soy una vaca, no tengo nada que temer de una trampa para ratones”.
El diminuto roedor se fue triste de vuelta hacia su escondrijo, determinado a enfrentarse solo a los peligros de la máquina infernal. Durante la noche el ruido característico del resorte de una trampa rompió el silencio. La mujer del granjero se levantó inmediatamente para comprobar cual había sido la presa. Pero con las prisas, no tuvo cuidado y no se dio cuenta que lo que la trampa había atrapado era la cola de una serpiente venenosa. El animal furioso mordió a la granjera.
El granjero llevó a su mujer rápidamente al hospital, del cual volvió con una pequeña fiebre. El hombre pensaba que el mejor remedio contra la fiebre era un buen caldo de gallina, así que cogió su hacha y fue a matar a la gallina. Pero la mujer no mejoraba. A medida que su salud iba empeorando, los amigos de la pareja se acercaron a visitarla, y para darles de comer el granjero tuvo que matar al cerdo. Finalmente la mujer murió, y tantas personas vinieron al funeral que al hombre no le quedó más remedio que sacrificar a la vaca para poder tener carne suficiente para todas.
El ratón presenció todos los acontecimientos con gran tristeza. Sus amigos no se dieron cuenta de que cuando un peligro acecha a un solo miembro del grupo, todos están en peligro.
Moraleja: no creas que un evento no vaya contigo porque no te afecta directamente. El mundo es complejo, y todos estamos relacionados por vínculos a veces invisibles. Si uno está en peligro, todos lo están. La solidaridad y la ayuda mutua son el mejor camino para enfrentar los problemas. No dudes en ayudar a tu proveedor, a tu cliente o incluso a la tienda de enfrente, esa que aparentemente no tiene nada que ver contigo. Porque ya sabes: hoy por ti, mañana por mí.