Había una mujer que había sido diagnosticada con una enfermedad incurable y a la que le habían dado sólo tres meses de vida.
Así que empezó a poner sus cosas "en orden".
Contactó a su sacerdote y lo citó en su casa para discutir algunos aspectos de su última voluntad. Le dijo cuáles canciones quería que se cantaran en su misa de cuerpo presente, qué lecturas hacer y con qué traje deseaba ser enterrada.
La mujer también solicitó ser enterrada con su libro favorito.
Todo estaba en orden y el sacerdote se estaba preparando para irse cuando la mujer recordó algo muy importante para ella.
- "Hay algo más", dijo ella exaltada.
- "¿Qué es?" respondió el sacerdote.
- "Esto es muy importante", continuó la mujer. "Quiero ser enterrada con un tenedor en mi mano derecha."
El sacerdote se quedó confundido mirando a la mujer, sin saber exactamente qué decir.
- "Eso lo sorprende, ¿o no?" preguntó la mujer.
- "Bueno, para ser honesto, estoy intrigado con la solicitud", dijo el sacerdote.
La mujer explicó:
- "En todos los años que he asistido a eventos sociales y cenas de compromiso, siempre recuerdo que cuando se retiraban los platos del platillo principal, alguien inevitablemente se agachaba y decía, 'Quédate con tu tenedor'. Era mi parte favorita porque sabía que algo mejor estaba por venir... como pastel de chocolate o pay de manzana. ¡Algo maravilloso y sustancioso! Así que quiero que la gente me vea dentro de mi ataúd con un tenedor en mi mano y quiero que se pregunten '¿Porque tiene ese tenedor?'. Después quiero que usted les diga: 'Se quedó con su tenedor porque lo mejor está por venir'."
Los ojos del sacerdote se llenaron de lágrimas de alegría mientras abrazaba a la mujer despidiéndose.
Él sabía que ésta sería una de las últimas veces que la vería antes de su muerte. Pero también sabía que la mujer tenía un mejor concepto del Cielo que él mismo.
Ella sabía que algo mejor estaba por venir.
En el funeral la gente pasaba por el ataúd de la mujer y veían el precioso vestido que llevaba, su libro favorito y el tenedor puesto en su mano derecha.
Una y otra vez el sacerdote escuchó la pregunta: "¿Qué cosa con el tenedor?" y una y otra vez él sonrió.
Durante su mensaje el sacerdote le platicó a las personas la conversación que había tenido con la mujer poco tiempo antes de que muriera.
También les habló acerca del tenedor y qué era lo que simbolizaba para ella.
El sacerdote les confesó a las personas cómo él no podía dejar de pensar en el tenedor. También que de seguro ellos tampoco podrían dejar de pensar en el tenedor. El sacerdote estaba en lo correcto. Todos pensaban en el tenedor.
Así que la próxima vez que tomes en tus manos un tenedor, déjalo recordarte que lo mejor está aún por venir..
domingo, 2 de agosto de 2009
EL NUEVO JEFE INDIO
Los indios de una remota reserva preguntaron a su nuevo jefe si el próximo invierno iba a ser frío o apacible.
Dado que el jefe había sido educado en una sociedad moderna, no tenía los conocimientos de la naturaleza como los tenían sus ancestros.
Así que se vio incapaz de observar la naturaleza y pronosticar qué iba a suceder con el tiempo...
De cualquier manera, para no perder el respeto de su tribu, respondió que el invierno iba a ser frío, y que la tribu debía recoger leña para estar preparados.
No obstante, como también era un dirigente práctico, a los pocos días telefoneó al Servicio Nacional de meteorología.
-¿El próximo invierno será muy frío? - preguntó.
-Sí, parece que el próximo invierno será bastante frío - respondió el meteorólogo.
De modo que el jefe indio se reunió con la tribu y les dijo que recogieran todavía más leña, para estar aún más preparados.
Una semana después, el jefe llamó otra vez al Servicio Nacional de Meteorología y preguntó:
-¿Seguro que será un invierno muy frío?
-Sí - respondió el meteorólogo- va a ser un invierno muy frío.
Aun mas preocupado por su gente, el jefe volvió al campamento y ordenó a sus hermanos que recogiesen toda la leña posible, ya que parecía que el invierno iba a ser verdaderamente crudo.
Dos semanas más tarde, el jefe llamó nuevamente al Servicio Nacional de Meteorología:
-¿Están ustedes absolutamente seguros de que el próximo invierno habrá de ser muy frío.
-Absolutamente, sin duda alguna - respondió el meteorólogo - va a ser uno de los inviernos más fríos que se hayan conocido.
-¿Y cómo pueden estar ustedes tan seguros?
¡Muy fácil! ¡Porque los indios están recogiendo leña como locos!
Dado que el jefe había sido educado en una sociedad moderna, no tenía los conocimientos de la naturaleza como los tenían sus ancestros.
Así que se vio incapaz de observar la naturaleza y pronosticar qué iba a suceder con el tiempo...
De cualquier manera, para no perder el respeto de su tribu, respondió que el invierno iba a ser frío, y que la tribu debía recoger leña para estar preparados.
No obstante, como también era un dirigente práctico, a los pocos días telefoneó al Servicio Nacional de meteorología.
-¿El próximo invierno será muy frío? - preguntó.
-Sí, parece que el próximo invierno será bastante frío - respondió el meteorólogo.
De modo que el jefe indio se reunió con la tribu y les dijo que recogieran todavía más leña, para estar aún más preparados.
Una semana después, el jefe llamó otra vez al Servicio Nacional de Meteorología y preguntó:
-¿Seguro que será un invierno muy frío?
-Sí - respondió el meteorólogo- va a ser un invierno muy frío.
Aun mas preocupado por su gente, el jefe volvió al campamento y ordenó a sus hermanos que recogiesen toda la leña posible, ya que parecía que el invierno iba a ser verdaderamente crudo.
Dos semanas más tarde, el jefe llamó nuevamente al Servicio Nacional de Meteorología:
-¿Están ustedes absolutamente seguros de que el próximo invierno habrá de ser muy frío.
-Absolutamente, sin duda alguna - respondió el meteorólogo - va a ser uno de los inviernos más fríos que se hayan conocido.
-¿Y cómo pueden estar ustedes tan seguros?
¡Muy fácil! ¡Porque los indios están recogiendo leña como locos!
La otra mejilla
Existía un monasterio que estaba ubicado en lo alto de la montaña. Sus monjes
eran pobres, pero conservaban en una vitrina tres manuscritos antiguos, muy
piadosos. Vivían de su esforzado trabajo rural y fundamentalmente de las
limosnas que les dejaban los fieles curiosos que se acercaban a conocer los tres
rollos, únicos en el mundo. Eran viejos papiros, con fama universal de
importantes y profundos pensamientos.
En cierta oportunidad un ladrón robó dos rollos y se fugó por la ladera. Los
monjes avisaron con rapidez al abad. El superior, como un rayo, buscó la parte
que había quedado y con todas sus fuerzas corrió tras el agresor y lo alcanzó:
"¿Qué has hecho? Me has dejado con un solo rollo. No me sirve. Nadie va a venir
a leer un mensaje que está incompleto. Tampoco tiene valor lo que me robaste. O
me das lo que es del templo o te llevas también este texto. Así tienes la obra
completa." "Padre, estoy desesperado, necesito urgente hacer dinero con estos
escritos santos".El abad le dijo "Bueno, toma el tercer rollo. Si no se va a
perder en el mundo algo muy valioso. Véndelo bien. Estamos en paz." y lo dejó ir
con el tesoro.
Los monjes no llegaron a comprender la actitud del abad. Estimaron que se había
comportado débil con el rapaz, y que era el monasterio el que había perdido.
Pero guardaron silencio, y todos dieron por terminado el episodio.
Cuenta la historia que a la semana , el ladrón regresó. Pidió hablar con el
Padre Superior: " Aquí están los tres rollos, no son míos. Los devuelvo. Te pido
en cambio que me permitas ingresar como monje. Cuando me alcanzaste, todo me
esperaba menos que tuvieras la generosidad como para darme el tercer rollo, la
confianza en mí como para creer el valor de mi necesidad y que todavía me
dijeras que estábamos en paz, perdonándome con mucha sinceridad. Eso me ha hecho
cambiar. Mi vida se ha transformado".
Nunca ese hombre, había sentido la grandeza del perdón, la presencia de la
generosidad excelente. El abad recuperó los tres manuscritos para beneficio del
monasterio, ahora mucho más concurrido por la leyenda del robo y del
resarcimiento. Y además consiguió un monje trabajador y de una honestidad a toda
prueba.
El agresor espera agresión, no una respuesta creativa, inesperada, insólita. No
sospecha, la conmoción, del poder incalculable de poner la otra mejilla
eran pobres, pero conservaban en una vitrina tres manuscritos antiguos, muy
piadosos. Vivían de su esforzado trabajo rural y fundamentalmente de las
limosnas que les dejaban los fieles curiosos que se acercaban a conocer los tres
rollos, únicos en el mundo. Eran viejos papiros, con fama universal de
importantes y profundos pensamientos.
En cierta oportunidad un ladrón robó dos rollos y se fugó por la ladera. Los
monjes avisaron con rapidez al abad. El superior, como un rayo, buscó la parte
que había quedado y con todas sus fuerzas corrió tras el agresor y lo alcanzó:
"¿Qué has hecho? Me has dejado con un solo rollo. No me sirve. Nadie va a venir
a leer un mensaje que está incompleto. Tampoco tiene valor lo que me robaste. O
me das lo que es del templo o te llevas también este texto. Así tienes la obra
completa." "Padre, estoy desesperado, necesito urgente hacer dinero con estos
escritos santos".El abad le dijo "Bueno, toma el tercer rollo. Si no se va a
perder en el mundo algo muy valioso. Véndelo bien. Estamos en paz." y lo dejó ir
con el tesoro.
Los monjes no llegaron a comprender la actitud del abad. Estimaron que se había
comportado débil con el rapaz, y que era el monasterio el que había perdido.
Pero guardaron silencio, y todos dieron por terminado el episodio.
Cuenta la historia que a la semana , el ladrón regresó. Pidió hablar con el
Padre Superior: " Aquí están los tres rollos, no son míos. Los devuelvo. Te pido
en cambio que me permitas ingresar como monje. Cuando me alcanzaste, todo me
esperaba menos que tuvieras la generosidad como para darme el tercer rollo, la
confianza en mí como para creer el valor de mi necesidad y que todavía me
dijeras que estábamos en paz, perdonándome con mucha sinceridad. Eso me ha hecho
cambiar. Mi vida se ha transformado".
Nunca ese hombre, había sentido la grandeza del perdón, la presencia de la
generosidad excelente. El abad recuperó los tres manuscritos para beneficio del
monasterio, ahora mucho más concurrido por la leyenda del robo y del
resarcimiento. Y además consiguió un monje trabajador y de una honestidad a toda
prueba.
El agresor espera agresión, no una respuesta creativa, inesperada, insólita. No
sospecha, la conmoción, del poder incalculable de poner la otra mejilla
El juego de las escondidas
Cuando el aburrimiento había bostezado por tercera vez, la locura, como siempre tan loca, les propuso: "¡Vamos a jugar a las escondidas!".
La intriga levantó la ceja y la curiosidad, sin poder contenerse preguntó: "¿A las escondidas?" ¿Cómo es eso?.
"Es un juego --explicó la locura-- en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde 1 hasta 1,000,000 mientras ustedes se esconden, y cuando yo haya terminado de contar, al primero de ustedes que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego".
El entusiasmo bailó secundado por la euforia. La alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda e incluso a la apatía, a la que nunca le interesaba nada.
Pero no todos quisieron participar. La verdad prefirió no esconderse. ¿Para qué? Si al final, siempre la encuentran.
La soberbia opinó que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiera sido de ella), y la cobardía prefirió no arriesgarse.
"Uno, dos, tres,..... comenzó a contar la locura. La primera en esconderse fue la pereza que se dejó caer tras la primera piedra del camino.
La fe subió al cielo y la envidia se escondió tras la sombra del triunfo, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.
La generosidad casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos.
¿Qué tal un lago cristalino?. Ideal para la belleza.¿La rendija de un árbol? Perfecto para la timidez. El vuelo de la mariposa, lo mejor para la voluptuosidad. ¿Una ráfaga de viento? Magnifico para la libertad.
Así la generosidad terminó por ocultarse en un rayito de sol. El egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo, pero sólo para él.
La mentira se escondió en el fondo de los océanos (en realidad se escondió detrás del arco iris).
La pasión y el deseo en el centro de los volcanes. El olvido...se me olvidó... ¿dónde?. Cuando la locura contaba 999,999 el amor aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado, hasta que divisó un rosal, y estremecido decidió esconderse entre sus flores.
"¡Un millón!"-- contó la locura y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue la pereza, sólo a tres pasos de una piedra.
Después se escuchó a la fe discutiendo con Dios sobre zoología y a la pasión y al deseo los sintió vibrar desde el fondo de los volcanes.
En un descuido descubrió a la envidia y pudo deducir dónde estaba el triunfo. Al egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solito salió disparado de su escondite que había sido un nido de avispas.
De tanto caminar la locura sintió sed, y al alcanzar el lago descubrió a la belleza. Con la duda le resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún en qué lado esconderse.
Así fue encontrando a todos: al talento entre la hierba fresca; a la angustia en una oscura cueva; a la mentira detrás del arco iris y hasta al olvido que ya se había olvidado que estaba jugando a las escondidas.
Sólo el amor no aparecía por ningún lado. La locura buscó detrás de cada árbol, debajo de cada piedra, en la cima de las montañas y cuando estaba por darse vencida, divisó un rosal....y comenzó a mover las ramas.
Cuando de pronto, un doloroso grito se escuchó......¡Las espinas habían herido los ojos del amor!..... La locura no sabía que hacer para disculparse; lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces, desde que, por primera vez se jugó a las escondidas en la tierra, el amor es ciego y la locura siempre lo acompaña
La intriga levantó la ceja y la curiosidad, sin poder contenerse preguntó: "¿A las escondidas?" ¿Cómo es eso?.
"Es un juego --explicó la locura-- en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde 1 hasta 1,000,000 mientras ustedes se esconden, y cuando yo haya terminado de contar, al primero de ustedes que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego".
El entusiasmo bailó secundado por la euforia. La alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda e incluso a la apatía, a la que nunca le interesaba nada.
Pero no todos quisieron participar. La verdad prefirió no esconderse. ¿Para qué? Si al final, siempre la encuentran.
La soberbia opinó que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiera sido de ella), y la cobardía prefirió no arriesgarse.
"Uno, dos, tres,..... comenzó a contar la locura. La primera en esconderse fue la pereza que se dejó caer tras la primera piedra del camino.
La fe subió al cielo y la envidia se escondió tras la sombra del triunfo, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.
La generosidad casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos.
¿Qué tal un lago cristalino?. Ideal para la belleza.¿La rendija de un árbol? Perfecto para la timidez. El vuelo de la mariposa, lo mejor para la voluptuosidad. ¿Una ráfaga de viento? Magnifico para la libertad.
Así la generosidad terminó por ocultarse en un rayito de sol. El egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo, pero sólo para él.
La mentira se escondió en el fondo de los océanos (en realidad se escondió detrás del arco iris).
La pasión y el deseo en el centro de los volcanes. El olvido...se me olvidó... ¿dónde?. Cuando la locura contaba 999,999 el amor aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado, hasta que divisó un rosal, y estremecido decidió esconderse entre sus flores.
"¡Un millón!"-- contó la locura y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue la pereza, sólo a tres pasos de una piedra.
Después se escuchó a la fe discutiendo con Dios sobre zoología y a la pasión y al deseo los sintió vibrar desde el fondo de los volcanes.
En un descuido descubrió a la envidia y pudo deducir dónde estaba el triunfo. Al egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solito salió disparado de su escondite que había sido un nido de avispas.
De tanto caminar la locura sintió sed, y al alcanzar el lago descubrió a la belleza. Con la duda le resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún en qué lado esconderse.
Así fue encontrando a todos: al talento entre la hierba fresca; a la angustia en una oscura cueva; a la mentira detrás del arco iris y hasta al olvido que ya se había olvidado que estaba jugando a las escondidas.
Sólo el amor no aparecía por ningún lado. La locura buscó detrás de cada árbol, debajo de cada piedra, en la cima de las montañas y cuando estaba por darse vencida, divisó un rosal....y comenzó a mover las ramas.
Cuando de pronto, un doloroso grito se escuchó......¡Las espinas habían herido los ojos del amor!..... La locura no sabía que hacer para disculparse; lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces, desde que, por primera vez se jugó a las escondidas en la tierra, el amor es ciego y la locura siempre lo acompaña
La libreta de nuestra vida
¿Has contado el tiempo de tu felicidad? En la libreta de nuestra vida.
Un día un hombre llegó a un lugar bello pero también misterioso que le llamó mucho la atención. El hombre entró a aquella colina y caminó lentamente entre los árboles y unas piedras blancas. Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de este paraíso multicolor.
Sobre una de las piedras, descubrió aquella inscripción: “Aquí yace Abdul Tareg, vivió cinco años, seis meses, dos semanas y tres días”.
Se sobrecogió un poco al darse cuenta que esa piedra no era simplemente una piedra, era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estuviera enterrado en ese lugar. Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta que la piedra de al lado tenía también una inscripción. Se acercó a leerla; decía: “Aquí yace Yamin Kalib”, vivió tres años, ocho meses y tres semanas.
El hombre se sintió terriblemente abatido. Ese hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, una tumba. Una por una leyó las lápidas; todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. Pero lo que más le conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los seis años.
Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio, que pasaba por ahí, se acercó. "¿Qué pasa con este pueblo? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar?”, le preguntó al cuidador.
El anciano respondió: "Puede usted serenarse. Lo que sucede es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta. Y es tradición entre nosotros que a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abra la libreta y comience a anotar en ella: a la izquierda, qué fue lo disfrutado en los pequeños y grandes detalles... a la derecha, cuánto tiempo duró el gozo interior, la felicidad, a pesar de las adversidades. Las tumbas que usted ve aquí, no son de niños, sino de adultos; y el tiempo de vida que dice la inscripción de la lápida, se refiere a la suma de los momentos que duró la verdadera felicidad de cada una de las personas que descansan en este lugar”.
“Así pues –prosiguió el anciano dando una palmada en la espalda de su interlocutor-, cuando alguien muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba, porque es, amigo caminante, el único y verdadero tiempo vivido”.
En cada detalle, en los buenos y amargos momentos, el tiempo que vivimos llenos de gozo por sabernos amados por Dios, por descansar nuestra alma en la esperanza que nos ofrece, es el tiempo que dura nuestra felicidad, y es el tiempo que dura la verdadera plenitud de nuestra vida.
Tu vida es como esa libreta en tus manos, ¡comienza a llenarla con lo mejor de ti y no dejes de hacerlo!
Un día un hombre llegó a un lugar bello pero también misterioso que le llamó mucho la atención. El hombre entró a aquella colina y caminó lentamente entre los árboles y unas piedras blancas. Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de este paraíso multicolor.
Sobre una de las piedras, descubrió aquella inscripción: “Aquí yace Abdul Tareg, vivió cinco años, seis meses, dos semanas y tres días”.
Se sobrecogió un poco al darse cuenta que esa piedra no era simplemente una piedra, era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estuviera enterrado en ese lugar. Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta que la piedra de al lado tenía también una inscripción. Se acercó a leerla; decía: “Aquí yace Yamin Kalib”, vivió tres años, ocho meses y tres semanas.
El hombre se sintió terriblemente abatido. Ese hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, una tumba. Una por una leyó las lápidas; todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. Pero lo que más le conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los seis años.
Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio, que pasaba por ahí, se acercó. "¿Qué pasa con este pueblo? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar?”, le preguntó al cuidador.
El anciano respondió: "Puede usted serenarse. Lo que sucede es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta. Y es tradición entre nosotros que a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abra la libreta y comience a anotar en ella: a la izquierda, qué fue lo disfrutado en los pequeños y grandes detalles... a la derecha, cuánto tiempo duró el gozo interior, la felicidad, a pesar de las adversidades. Las tumbas que usted ve aquí, no son de niños, sino de adultos; y el tiempo de vida que dice la inscripción de la lápida, se refiere a la suma de los momentos que duró la verdadera felicidad de cada una de las personas que descansan en este lugar”.
“Así pues –prosiguió el anciano dando una palmada en la espalda de su interlocutor-, cuando alguien muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba, porque es, amigo caminante, el único y verdadero tiempo vivido”.
En cada detalle, en los buenos y amargos momentos, el tiempo que vivimos llenos de gozo por sabernos amados por Dios, por descansar nuestra alma en la esperanza que nos ofrece, es el tiempo que dura nuestra felicidad, y es el tiempo que dura la verdadera plenitud de nuestra vida.
Tu vida es como esa libreta en tus manos, ¡comienza a llenarla con lo mejor de ti y no dejes de hacerlo!
Beethoven
Una historia sobre la defensa de la vida
Un grupo de jóvenes estaban reunidos deliberando sobre las circunstancias en las que el aborto podría ser permitido. Su guía, al ver lo polarizada que estaba la discusión intervino diciendo: "Hace tiempo una mujer planteó el siguiente caso: todos mis hijos manifiestan cierto retraso mental, mi marido es alcohólico y tengo problemas de salud, y ahora estoy embarazada, ¿debo abortar o no?"
De inmediato, los jóvenes empezaron a polemizar sobre el caso, y al final el grupo quedó fuertemente dividido: los que apoyaban el aborto, quienes argumentaron que no era conveniente que la mujer corriera el riesgo de traer un ser anormal al mundo y era preferible conservar su salud en beneficio de toda su familia; y los que no, quienes sostenían que todo ser humano tiene derecho a la vida, por más adversa y difícil que puedan resultar las circunstancias que lo rodea.
El guía de los jóvenes, entonces contestó: "Si esta mujer abortaba, hubiese asesinado a Beethoven, pues esa era precisamente la circunstancia familiar en que este gigante de la música universal encontró al llegar a la vida".
Sandra Lubreto
Un grupo de jóvenes estaban reunidos deliberando sobre las circunstancias en las que el aborto podría ser permitido. Su guía, al ver lo polarizada que estaba la discusión intervino diciendo: "Hace tiempo una mujer planteó el siguiente caso: todos mis hijos manifiestan cierto retraso mental, mi marido es alcohólico y tengo problemas de salud, y ahora estoy embarazada, ¿debo abortar o no?"
De inmediato, los jóvenes empezaron a polemizar sobre el caso, y al final el grupo quedó fuertemente dividido: los que apoyaban el aborto, quienes argumentaron que no era conveniente que la mujer corriera el riesgo de traer un ser anormal al mundo y era preferible conservar su salud en beneficio de toda su familia; y los que no, quienes sostenían que todo ser humano tiene derecho a la vida, por más adversa y difícil que puedan resultar las circunstancias que lo rodea.
El guía de los jóvenes, entonces contestó: "Si esta mujer abortaba, hubiese asesinado a Beethoven, pues esa era precisamente la circunstancia familiar en que este gigante de la música universal encontró al llegar a la vida".
Sandra Lubreto
La mariposita
Un relato sobre la importancia del esfuerzo y el sacrificio en nuestra vida
Un día, una pequeña abertura apareció en un capullo. Un hombre se sentó y observó a la mariposa por varias horas y como ella se esforzaba para que su cuerpo pasara a través de aquel pequeño espacio. Entonces parecía que se había dado por vencida pues no se veía ningún movimiento y no parecía hacer ningún progreso. Por el contrario, parecía que había hecho más de lo que podía y aun así no conseguía salir.
Entonces el hombre decidió ayudarla. Tomo una tijera y con ella cortó el capullo para que la mariposa pudiese salir. La mariposa salió con una gran facilidad. Pero su cuerpo estaba atrofiado, muy pequeño y con las alas maltratadas. El hombre continuó observando a la mariposa porque esperaba que en cualquier momento sus alas se fortalecieran, se abrieran con fuerza y fueran capaces de soportar su peso afirmándose con el tiempo.
Pero nada pasó. En realidad, la mariposa pasó el resto de su vida arrastrándose con el cuerpo atrofiado y con las alas maltratadas y encogidas. Nunca fue capaz de volar. Lo que el hombre en su gentileza y deseo de ayudar, no comprendía era que el capullo apretado y el esfuerzo necesario para salir por el pequeño agujero era el modo en que Dios hacía que el fluido del cuerpo de la mariposa fuese hacia sus alas de modo que estuviera lista para volar una vez que hubiese salido del capullo.
Así, algunas veces es el esfuerzo lo que justamente necesitamos en nuestras vidas. Si Dios nos dejase pasar por la vida sin ningún esfuerzo, sin ningún obstáculo, nos dejaría "incapacitados", "discapacitados", "inválidos".
No seríamos tan fuertes como podríamos haber sido. Y nunca podríamos volar.
Un día, una pequeña abertura apareció en un capullo. Un hombre se sentó y observó a la mariposa por varias horas y como ella se esforzaba para que su cuerpo pasara a través de aquel pequeño espacio. Entonces parecía que se había dado por vencida pues no se veía ningún movimiento y no parecía hacer ningún progreso. Por el contrario, parecía que había hecho más de lo que podía y aun así no conseguía salir.
Entonces el hombre decidió ayudarla. Tomo una tijera y con ella cortó el capullo para que la mariposa pudiese salir. La mariposa salió con una gran facilidad. Pero su cuerpo estaba atrofiado, muy pequeño y con las alas maltratadas. El hombre continuó observando a la mariposa porque esperaba que en cualquier momento sus alas se fortalecieran, se abrieran con fuerza y fueran capaces de soportar su peso afirmándose con el tiempo.
Pero nada pasó. En realidad, la mariposa pasó el resto de su vida arrastrándose con el cuerpo atrofiado y con las alas maltratadas y encogidas. Nunca fue capaz de volar. Lo que el hombre en su gentileza y deseo de ayudar, no comprendía era que el capullo apretado y el esfuerzo necesario para salir por el pequeño agujero era el modo en que Dios hacía que el fluido del cuerpo de la mariposa fuese hacia sus alas de modo que estuviera lista para volar una vez que hubiese salido del capullo.
Así, algunas veces es el esfuerzo lo que justamente necesitamos en nuestras vidas. Si Dios nos dejase pasar por la vida sin ningún esfuerzo, sin ningún obstáculo, nos dejaría "incapacitados", "discapacitados", "inválidos".
No seríamos tan fuertes como podríamos haber sido. Y nunca podríamos volar.
El científico y la Muerte
Había una vez un científico que descubrió el arte de reproducirse a sí mismo tan perfectamente que resultaba imposible distinguir el original de la reproducción.
Un día se enteró de que andaba buscándole el Ángel de la Muerte, y entonces hizo doce copias de sí mismo.
El ángel no sabía cómo averiguar cuál de los trece ejemplares que tenía ante sí era el científico, de modo que los dejó a todos en paz y regresó al cielo.
Pero no por mucho tiempo, porque, como era un experto en la naturaleza humana, se le ocurrió una ingeniosa estrategia.
Regresó de nuevo y dijo: "Debe de ser usted un genio, señor, para haber logrado tan perfectas reproducciones de sí mismo; sin embargo, he descubierto que su obra tiene un defecto, un único y minúsculo defecto".
El científico pegó un salto y gritó: "¡Imposible! ¿Dónde está el defecto?".
"Justamente aquí", respondió el ángel mientras tomaba al científico de entre sus reproducciones y se lo llevaba consigo. "Todo lo que hace falta para descubrir al 'ego' es una palabra de adulación o de crítica".
Un día se enteró de que andaba buscándole el Ángel de la Muerte, y entonces hizo doce copias de sí mismo.
El ángel no sabía cómo averiguar cuál de los trece ejemplares que tenía ante sí era el científico, de modo que los dejó a todos en paz y regresó al cielo.
Pero no por mucho tiempo, porque, como era un experto en la naturaleza humana, se le ocurrió una ingeniosa estrategia.
Regresó de nuevo y dijo: "Debe de ser usted un genio, señor, para haber logrado tan perfectas reproducciones de sí mismo; sin embargo, he descubierto que su obra tiene un defecto, un único y minúsculo defecto".
El científico pegó un salto y gritó: "¡Imposible! ¿Dónde está el defecto?".
"Justamente aquí", respondió el ángel mientras tomaba al científico de entre sus reproducciones y se lo llevaba consigo. "Todo lo que hace falta para descubrir al 'ego' es una palabra de adulación o de crítica".
En convalecencia
¿Quién iba a decirme, cuando regresaba con mi padre de tan grata excursión, que por espacio de diez días no podría ver el campo ni el cielo? He estado muy malo, en peligro de muerte. He oído sollozar a mi madre y he visto a mi padre muy pálido, mirándome fijamente, a mi hermana Silvia y a mi hermanito, hablando en voz muy baja, y al médico de las gafas, que no se apartaba de mi lado y me decía cosas que no entendía. He estado a punto de despedirme de todos para siempre.
¡Pobre mamá! Pasé tres o cuatro días por lo menos de los que no recuerdo nada en absoluto, como si hubiese estado en medio de un sueño embrollado y oscuro. Me parece haber visto junto a mi cama a mi buena maestra de la primera superior, esforzándose por reprimir la tos con el pañuelito, para no molestarme; recuerdo muy confusamente a mi maestro, que se inclinó para besarme y me pinchó un poco la cara con la barba. Vi pasar, como en medio de espesa niebla, la rubia cabeza de Crossi, los dorados rizos de Derossi, el calabrés vestido de negro, y a Garrone, que me trajo una naranja mandarina con un verde ramito de hojas, y que se marchó en seguida porque su madre estaba enferma. Después me desperté como de un sueño muy largo, y comprendí que estaba mejor viendo sonreír a mi madre y oyendo canturrear a Silvia. ¡Qué sueño más triste ha sido! Luego empecé a mejorar día a día.
Vino el albañilito, que me hizo reír por primera vez, después de tanto tiempo poniéndome su acostumbrado hocico de liebre. ¡Qué bien le sale ahora que se le ha alargado un poco la cara por la enfermedad! Han venido Coretti y Garoffi, éste con el fin de regalarme dos participaciones de su nueva rifa para una navaja con cinco sorpresas, que compró a un vendedor ambulante en la calle Bertola. Ayer, por último, mientras dormía vino Precossi, poniendo la mejilla debajo de mi mano, pero sin despertarme, y como venía de la herrería, con la cara ennegrecida por el carbón, me dejó tiznada la manga, cosa que me ha gustado ver al despertarme.
¡Qué verdes se han puesto los árboles en estos pocos días! ¡Y qué envidia me dan los chicos que van a la escuela con sus libros, cuando mi padre me asoma a la ventana! Pero también empezaré a ir yo otra vez pronto. Estoy impaciente por volver a ver a mis compañeros, mi banco, el jardín, las calles de costumbre, saber todo lo que me ha sucedido estos días, coger de nuevo mis libros y cuadernos, que me parece no los haya tocado en un año.
¡Qué delgada y pálida está mi pobre mamá! ¡Qué expresión de cansancio tiene mi padre! ¿Y qué decir de mis compañeros, que vinieron a verme, y caminaban de puntillas y me besaban en la frente? Me da pena pensar que un día tendremos que separarnos. Tal vez continúe los estudios con Derossi y algún otro, pero ¿y los demás? Una vez terminados los estudios primarios, ya no volveremos a vernos; ya no vendrán a visitarme cuando esté enfermo. Me tendré que separar definitivamente de Garrone, de Precossi, de Coretti, de tantos buenos y queridos compañeros.
Los obreros
Jueves, 20
¿Por qué, Enrique, no les volverás a ver? Esto depende de ti. Una vez que termines cuarto, irás al bachiller superior y ellos se pondrán a trabajar. Pero permaneceréis en la misma ciudad quizá por muchos años. ¿Por qué no os volveréis a ver? Cuando estés en la universidad o en la academia, les irás a buscar a sus tiendas o a sus talleres y te alegrarás de encontrarte con tus compañeros de la infancia, ya hombres, en su trabajo. ¡Cómo es posible que tú no te encuentres con Coretti y Precossi, dondequiera que estén!
Irás y pasarás con ellos horas enteras en su compañía, y verás, estudiando la vida y el mundo, cuántas cosas puedes aprender de ellos, y que nadie te sabrá enseñar mejor, tanto sobre sus oficios, como acerca de su sociedad, como de tu país.
Y ten presente que si no conservas estas amistades, será muy difícil que adquieras otras semejantes en el futuro; amistades, quiero decir, fuera de la clase a que tú perteneces; y así vivirás en una sola clase; y el hombre que no frecuenta más que una clase sola, es como el hombre estudioso que no lee más que un solo libro. Prop011te por consiguiente, desde ahora, conservar estos buenos amigos aun cuando os hayáis separado, y procura cultivar su trato con preferencia, precisamente porque son hijos de artesanos.
Mira: los hombres de las clases superiores son los oficiales, y los obreros son los soldados del trabajo; pero tanto en la sociedad civil como en el ejército, no sólo el soldado no es menos noble que el oficial, ya que la nobleza está en el trabajo, y no en la ganancia, en el valor, y no en el grado, sino que, si hay superioridad en el mérito, está de parte del soldado y del obrero, porque sacan de su propio esfuerzo menor ganancia. Ama, pues, y respeta sobre todo, entre tus compañeros, a los hijos de los soldados del trabajo; honra en ellos el sacrificio de sus padres; desprecia las diferencias de fortuna y clase, porque sólo las gentes superficiales miden los sentimientos y la cortesía por aquellas diferencias; piensa que de las venas de los que trabajan en los talleres y los campos salió la sangre bendita que redimió la patria; ama a Garrone, ama a Precossi, ama a Coretti, ama a tu albañilito, que en sus pechos de obreros encierran corazones de príncipes; júrate a ti mismo que ningún cambio de fortuna podrá jamás arrancar de tu alma estas santas amistades infantiles. Jura que si dentro de cuarenta años, al pasar por una estación de ferrocarril, reconocieras bajo el traje de maquinista a tu viejo Garrone, con la cara negra ... ¡Ah! No quiero que lo jures; estoy seguro que saltarás sobre la máquina y que le echarás los brazos al cuello, aun cuando seas senador del Reino.
Tu padre
¡Pobre mamá! Pasé tres o cuatro días por lo menos de los que no recuerdo nada en absoluto, como si hubiese estado en medio de un sueño embrollado y oscuro. Me parece haber visto junto a mi cama a mi buena maestra de la primera superior, esforzándose por reprimir la tos con el pañuelito, para no molestarme; recuerdo muy confusamente a mi maestro, que se inclinó para besarme y me pinchó un poco la cara con la barba. Vi pasar, como en medio de espesa niebla, la rubia cabeza de Crossi, los dorados rizos de Derossi, el calabrés vestido de negro, y a Garrone, que me trajo una naranja mandarina con un verde ramito de hojas, y que se marchó en seguida porque su madre estaba enferma. Después me desperté como de un sueño muy largo, y comprendí que estaba mejor viendo sonreír a mi madre y oyendo canturrear a Silvia. ¡Qué sueño más triste ha sido! Luego empecé a mejorar día a día.
Vino el albañilito, que me hizo reír por primera vez, después de tanto tiempo poniéndome su acostumbrado hocico de liebre. ¡Qué bien le sale ahora que se le ha alargado un poco la cara por la enfermedad! Han venido Coretti y Garoffi, éste con el fin de regalarme dos participaciones de su nueva rifa para una navaja con cinco sorpresas, que compró a un vendedor ambulante en la calle Bertola. Ayer, por último, mientras dormía vino Precossi, poniendo la mejilla debajo de mi mano, pero sin despertarme, y como venía de la herrería, con la cara ennegrecida por el carbón, me dejó tiznada la manga, cosa que me ha gustado ver al despertarme.
¡Qué verdes se han puesto los árboles en estos pocos días! ¡Y qué envidia me dan los chicos que van a la escuela con sus libros, cuando mi padre me asoma a la ventana! Pero también empezaré a ir yo otra vez pronto. Estoy impaciente por volver a ver a mis compañeros, mi banco, el jardín, las calles de costumbre, saber todo lo que me ha sucedido estos días, coger de nuevo mis libros y cuadernos, que me parece no los haya tocado en un año.
¡Qué delgada y pálida está mi pobre mamá! ¡Qué expresión de cansancio tiene mi padre! ¿Y qué decir de mis compañeros, que vinieron a verme, y caminaban de puntillas y me besaban en la frente? Me da pena pensar que un día tendremos que separarnos. Tal vez continúe los estudios con Derossi y algún otro, pero ¿y los demás? Una vez terminados los estudios primarios, ya no volveremos a vernos; ya no vendrán a visitarme cuando esté enfermo. Me tendré que separar definitivamente de Garrone, de Precossi, de Coretti, de tantos buenos y queridos compañeros.
Los obreros
Jueves, 20
¿Por qué, Enrique, no les volverás a ver? Esto depende de ti. Una vez que termines cuarto, irás al bachiller superior y ellos se pondrán a trabajar. Pero permaneceréis en la misma ciudad quizá por muchos años. ¿Por qué no os volveréis a ver? Cuando estés en la universidad o en la academia, les irás a buscar a sus tiendas o a sus talleres y te alegrarás de encontrarte con tus compañeros de la infancia, ya hombres, en su trabajo. ¡Cómo es posible que tú no te encuentres con Coretti y Precossi, dondequiera que estén!
Irás y pasarás con ellos horas enteras en su compañía, y verás, estudiando la vida y el mundo, cuántas cosas puedes aprender de ellos, y que nadie te sabrá enseñar mejor, tanto sobre sus oficios, como acerca de su sociedad, como de tu país.
Y ten presente que si no conservas estas amistades, será muy difícil que adquieras otras semejantes en el futuro; amistades, quiero decir, fuera de la clase a que tú perteneces; y así vivirás en una sola clase; y el hombre que no frecuenta más que una clase sola, es como el hombre estudioso que no lee más que un solo libro. Prop011te por consiguiente, desde ahora, conservar estos buenos amigos aun cuando os hayáis separado, y procura cultivar su trato con preferencia, precisamente porque son hijos de artesanos.
Mira: los hombres de las clases superiores son los oficiales, y los obreros son los soldados del trabajo; pero tanto en la sociedad civil como en el ejército, no sólo el soldado no es menos noble que el oficial, ya que la nobleza está en el trabajo, y no en la ganancia, en el valor, y no en el grado, sino que, si hay superioridad en el mérito, está de parte del soldado y del obrero, porque sacan de su propio esfuerzo menor ganancia. Ama, pues, y respeta sobre todo, entre tus compañeros, a los hijos de los soldados del trabajo; honra en ellos el sacrificio de sus padres; desprecia las diferencias de fortuna y clase, porque sólo las gentes superficiales miden los sentimientos y la cortesía por aquellas diferencias; piensa que de las venas de los que trabajan en los talleres y los campos salió la sangre bendita que redimió la patria; ama a Garrone, ama a Precossi, ama a Coretti, ama a tu albañilito, que en sus pechos de obreros encierran corazones de príncipes; júrate a ti mismo que ningún cambio de fortuna podrá jamás arrancar de tu alma estas santas amistades infantiles. Jura que si dentro de cuarenta años, al pasar por una estación de ferrocarril, reconocieras bajo el traje de maquinista a tu viejo Garrone, con la cara negra ... ¡Ah! No quiero que lo jures; estoy seguro que saltarás sobre la máquina y que le echarás los brazos al cuello, aun cuando seas senador del Reino.
Tu padre
Suscribirse a:
Entradas (Atom)